El artículo Antropología del arte y del lenguaje del hombre y sus símbolos de Odalís G. Pérez propone una reflexión ambiciosa: el arte, el mito y el lenguaje no son compartimentos aislados, sino sistemas simbólicos interdependientes que nos permiten comprender la experiencia humana. Esta visión, sustentada en teóricos como Ernst Cassirer, Mircea Eliade y Claude Lévi-Strauss, invita a pensar el arte más allá de su función estética para situarlo como vehículo de conocimiento, mediación cultural y construcción de identidades. En este ensayo expandiré esas ideas y las conectaré con el arte dominicano y caribeño contemporáneo, donde los símbolos, los lenguajes y los mitos siguen siendo campos de disputa y creación.
El arte como lenguaje: más que un medio de expresión
Pérez parte de una premisa poderosa: el arte es un lenguaje. No se trata solo de que “comunica” algo, sino de que constituye un sistema con signos, reglas y estructuras que posibilitan la producción de sentido. Cassirer, en su Antropología filosófica (1945), definió el símbolo como una forma de mediación: a través del símbolo, el ser humano no solo representa la realidad, sino que la crea y la transforma. De ahí que el arte no sea un mero reflejo de lo real, sino un acto de conocimiento.
En el contexto dominicano, esta idea resulta especialmente pertinente. La pintura de Iván Tovar, con su surrealismo caribeño, no “describe” simplemente un paisaje mental: construye un universo simbólico donde lo onírico y lo corporal se entrelazan para hablar de deseo, poder y resistencia. Lo mismo ocurre con las instalaciones de Raquel Paiewonsky, que exploran el cuerpo femenino como territorio político. En ambos casos, el arte no es ilustración de una idea previa, sino un lenguaje en sí mismo, capaz de abrir preguntas que la palabra escrita no alcanza a formular.
El mito como matriz de símbolos
El artículo de Pérez rescata la noción de mito como “historia sagrada” (Eliade) que organiza el sentido de una cultura. El mito no pertenece solo a las sociedades llamadas primitivas; opera también en el mundo contemporáneo, donde los relatos de origen, los héroes nacionales o los símbolos patrios cumplen funciones similares a las de los antiguos dioses. En el Caribe, región marcada por la colonización, la esclavitud y la hibridez cultural, los mitos funcionan como palimpsestos donde se superponen memorias indígenas, africanas y europeas.
La persistencia del cemí taíno, por ejemplo, es un caso revelador. Más que un objeto arqueológico, el cemí —esa figura que concentra espíritus ancestrales— se reactiva en la obra de artistas contemporáneos que lo resignifican como emblema de resistencia. Piezas de Tony Capellán, que mezcla materiales de desecho con símbolos indígenas, nos recuerdan que el mito no es pasado muerto, sino fuerza viva que interpela el presente. El arte, al dialogar con estos símbolos, no solo recupera una memoria negada, sino que la reinventa para nuevas generaciones.
Lenguaje, símbolo y poder
Una de las aportaciones más valiosas de Pérez es la idea de que el símbolo es un puente entre lo perceptible y lo invisible. Sin embargo, es necesario dar un paso más: los símbolos no son neutrales; están atravesados por relaciones de poder. La antropología crítica y los estudios culturales han demostrado que los lenguajes —artísticos, políticos, mediáticos— pueden ser usados tanto para emancipar como para dominar. En la República Dominicana, los símbolos patrios (la bandera, el escudo, la figura de Duarte) han sido históricamente instrumentalizados para legitimar proyectos políticos, desde la dictadura trujillista hasta discursos nacionalistas actuales.
Frente a ello, muchos artistas contemporáneos responden con estrategias de reapropiación. Colectivos como Quintapata han trabajado con imágenes del archivo histórico para desestabilizar la narrativa oficial de la nación. En sus obras, los símbolos no se presentan como verdades absolutas, sino como campos de disputa donde la memoria y el olvido se enfrentan. Así, el arte confirma la tesis de Pérez: el símbolo es mediación, pero también terreno de conflicto.
La antropología del arte en clave caribeña
El artículo insiste en que la antropología del arte estudia al ser humano como “hablante, comunicador y mediador-productor” dentro de un contexto cultural. Esta definición encaja con la realidad del Caribe, donde la creación artística es inseparable de las condiciones históricas que la generan. La música, el carnaval, la artesanía, la literatura y las artes visuales son espacios donde se negocian identidades, se preservan tradiciones y se ensayan futuros posibles.
El carnaval dominicano, por ejemplo, es una manifestación total de esa antropología simbólica. Máscaras, disfraces, tambores y danzas configuran un lenguaje complejo que combina humor, crítica social y celebración. Cada careta de diablo cojuelo es un signo cargado de historias: del cimarronaje, de la burla al poder colonial, de la vitalidad popular. Analizar el carnaval desde la perspectiva de Pérez implica reconocerlo no solo como fiesta, sino como sistema de comunicación donde mito, arte y lenguaje se funden en una experiencia colectiva.
Desafíos contemporáneos: tecnología y globalización
Si bien el artículo se apoya en teóricos clásicos, es necesario actualizar su enfoque a los desafíos del presente. En la era digital, el lenguaje del arte se transforma a través de nuevos medios: videoarte, arte generativo, realidad aumentada. Estos lenguajes amplían el campo simbólico y plantean preguntas sobre la materialidad de la obra, la autoría y la recepción. En la República Dominicana, iniciativas como el Festival Internacional de Videoarte exploran estas posibilidades, demostrando que la antropología del arte debe considerar también las mutaciones tecnológicas.
La globalización añade otra capa de complejidad. Los símbolos locales circulan en redes transnacionales, donde pueden ser apropiados, mercantilizados o resignificados. Un ejemplo es el uso de motivos taínos en la moda o el turismo, que a veces banaliza su carga histórica. Frente a esto, artistas y gestores culturales tienen la tarea de proteger y reinterpretar esos símbolos sin caer en el folclorismo ni en la homogenización global.
Hacia una crítica situada
El mérito del artículo de Pérez es abrir un horizonte de reflexión donde arte, mito y lenguaje dialogan como estructuras simbólicas. Sin embargo, su enfoque tiende a la abstracción, dejando poco espacio para la concreción histórica y la crítica de poder. Para que esta antropología del arte sea realmente transformadora en el Caribe, es necesario situarla: nombrar los conflictos, las heridas coloniales, las desigualdades que atraviesan los símbolos.
En este sentido, la obra de artistas dominicanos como Quisqueya Henríquez, que cuestiona los estereotipos de género y raza, o el trabajo de colectivos comunitarios en barrios marginados, nos muestra que el arte no solo comunica, sino que interviene en la realidad social. La antropología del arte no puede limitarse a describir estructuras simbólicas; debe preguntarse quién las produce, quién las controla y quién se beneficia de ellas.
Así las cosas…
El diálogo entre arte, lenguaje y mito que plantea Odalís G. Pérez es una invitación a pensar el arte como una forma de conocimiento y acción. En el contexto dominicano, esta perspectiva permite reconocer que cada obra, cada símbolo, cada mito es un campo de significados en disputa. Desde los cemíes taínos hasta las instalaciones de arte contemporáneo, el Caribe nos recuerda que el arte no es solo belleza: es historia, memoria y posibilidad de futuro.
Asumir esta antropología del arte es asumir también una responsabilidad: la de escuchar los lenguajes silenciados, de recuperar los mitos negados y de crear nuevos símbolos que hablen de nuestra diversidad y nuestras luchas. Solo así el arte será, como quería Cassirer, no solo una forma de comunicación, sino una verdadera forma de libertad.
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