En la democracia dominicana Antonio Guzmán Fernández (1911-1982) es un fenómeno paradigmático, tanto por sus luces como por sus sombras. Se colocó fuera del mundo contaminado de los políticos por procedencia no tradicional; pero a la vez se condenó a un destino insólito al que no pudo escapar, quizás, por exceso de pureza.
Las virtudes de su personalidad son también sus defectos. Los logros de su gobierno son sus fracasos.
En cuanto a las realizaciones y los valores, el legado que Guzmán encarna es uno de los más halagüeños , o quizá, el más, que se conserven en el país de político alguno. Asimismo, su infausto final es uno de los más tristes episodios de que se tenga memoria en los tiempos de nuestra democracia.
Así inició esta historia. Votos blancos contra basura colorada era el dilema que planteaba Guzmán el 10 de abril en San Fco. de Macorís, semanas antes de las elecciones del 16 de mayo de 1978:
“Como sucedió en Nagua, en Cotuí, en San Cristóbal, Baní y San Juan de la Maguana, hoy San Francisco de Macorís se viste de sus mejores galas para darnos una calurosa bienvenida, y para decirle a todo el país que el triunfo en las venideras elecciones será del Partido Revolucionario Dominicano, porque sus hombres y mujeres llenarán las urnas de votos blancos, y los zafacones de votos “coloraos”. Par finalizar, quiero repetir que NO HABRÁ FUERZA HUMANA capaz de evitar que concurramos a las elecciones el próximo 16 de mayo y sepultemos al gallo “colorao” llenando las urnas de votos blancos. ¡Adelante, compañeros, ni un paso atrás! Muchas gracias.”
Y Guzmán, candidato del Partido Revolucionario Dominicana y sus aliados integrados en el Acuerdo de Santiago, derrotó a Joaquín Balaguer en esas elecciones. En su discurso de juramentación el flamante presidente de la República describe las elecciones que le dieron el triunfo con tres calificativos:
Primero, se desarrollaron en un “clima de relativa tranquilidad”:
“Tras doce años de gobierno reformista, iniciamos una campaña electoral, la cual, tenemos que reconocerlo, se desarrolló en un clima de relativa tranquilidad, pero que, sin embargo, se caracterizó por la polarización, cada vez más fuerte, de dos opciones: el Partido Reformista y el Partido Revolucionario Dominicano”.
Segundo, uso inescrupuloso de “todos los recursos del Estado” por parte del partido oficial:
“Los dominicanos tuvieron entonces la oportunidad de ver cómo el Partido Reformista utilizó, de manera inescrupulosa, todos los recursos del Estado en su afán de continuar al frente de la cosa pública. Por otro lado, resplandecían el esfuerzo, la honestidad, el espíritu de sacrificio y la mística del Partido Revolucionario Dominicano, denominado, a justo título, el partido de la esperanza nacional. A pesar de todo, nunca dudé de la victoria electoral”.
Tercero, el PRD y su candidato dieron un ejemplo para “salvar la democracia “en esas elecciones, dadas las dificultades en que se desarrollaron, antes y después de las votaciones:
“En 1978, con las elecciones de mayo y todo lo que vino después, hemos dado un ejemplo a los pueblos hermanos de tesón, patriotismo y solidaridad, para salvar la democracia. por eso, cobra mayor significación para el gobierno y el pueblo dominicano la prestigiosa presencia en este acto, de ilustres jefes de Estado y misiones especiales de naciones amigas.”
Esos indicadores discursivos son los que tipifican la calidad de las elecciones dominicanas al inicio de una nueva etapa caracterizada por el fin momentáneo del reeleccionismo y el comienzo de la alternabilidad en el poder de manera regular en la democracia dominicana.
Los años 70 entregaron a los 80 un balance negativo de: reeleccionismo, fraudes y uso de los recursos del Estado. Pero se produjo una ruptura con esa cultura que Antonio Guzmán describe el 14 de mayo de 1982, víspera de las elecciones presidenciales: en adelante, los resultados electorales y el traspaso de mando serán, según los principios de la democracia representativa:
“A mi pueblo, quiero garantizarle que seré absolutamente respetuoso de los resultados que surjan de las urnas; que el traspaso de gobierno será ordenado y pacífico, y que el ciudadano que resulte electo presidente de la República recibirá de mis manos el mando presidencial el próximo 16 de agosto. Finalmente, quiero elevar una plegaria al Todopoderoso para que, en estos momentos, les dé la calma y la ecuanimidad necesarias a todos los dominicanos; y a nuestra Madre Espiritual para que nos ilumine siempre por los senderos de la Democracia Representativa”.
En ese discurso de juramentación, en contraste con la solemnidad de la ocasión y el fasto del ambiente, se advierte la sencillez del orador: el presidente Guzmán.
Nada de retórica en la expresión; ningún énfasis conceptual más allá que lo estrictamente normativo; nada de providencialismo y mesianismo como fue costumbre en Balaguer, pero tampoco de ímpetus legalistas y populistas, como en la prosa de Juan Bosch en su discurso de juramentación en 1963.
Guzmán señala en su discurso solo lo esencial, dando una imagen de sí, descarnada y sencilla, que ostentará durante su mandato: la suya, es “la mayor responsabilidad que puede contraer un ciudadano ante la Nación”:
“Acabamos de ser investidos como Primer Magistrado de la República al ponerse en mis manos las funciones que corresponden al Poder Ejecutivo y al asumir, en esta memorable ocasión, bajo fe de juramento, la mayor responsabilidad que puede contraer un ciudadano ante la Nación: cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes. Tan solemne compromiso, para con Dios y para con la Patria, sintetiza el alto deber moral que contraigo al aceptar en esta ceremonia, el mandato que me ha conferido el pueblo dominicano de regir los destinos del país durante los próximos cuatro años con estricto apego a la ley, y el deber de salvaguardar la independencia y la soberanía de la nación.”
Guzmán se ve como ciudadano que asume grandes deberes, palabra esta que destaca. Su discurso es sólo una respuesta a la pregunta del juramento: cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes.
En ese sentido, él se ve como el primer ciudadano de la nación. Sin embargo, eso no lo envanece. No se ve como único e indispensable. Quizás, pensando en el Dr. Balaguer, quien centralizó el poder y gobernó el país como si él fuese indispensable, Antonio Guzmán piensa más bien, antes que en el hombre hecho presidente que es , en las instituciones; y así lo dice: “Los hombres pasan, pero las instituciones tienen un carácter de permanencia cada vez más fuerte”.
“En cuanto a la vida de las organizaciones fundamentales del Estado, tengo la convicción de que una nación es realmente sólida y estable, en la medida en que sean fuertes sus instituciones. Los hombres pasan, pero las instituciones tienen un carácter de permanencia cada vez más fuerte. La experiencia nos demuestra que, de la fragilidad de las instituciones a un clima de frustración, de desconfianza hacia todo lo establecido y de cuestionamiento, sólo hay un paso”.
Hay que decir que el tema de la institucionalización del país, del Estado, adquiere un valor real y definitivo en este discurso. Y eso tuvo que ver con el tipo de hombre que gobernaba en ese momento. Un hombre sin grandes pretensiones de estadista; sin ínfulas de gran líder político: el ciudadano presidente, sencillamente.
En 1979 Guzmán habla a los empresarios de Santiago del “nuevo estilo” que ha estampado en las funciones de presidente de la República: cada sector tiene derecho a expresar su sentir; pero él tiene la responsabilidad de dirigir “la gran Empresa del Estado”:
“Me siento satisfecho de haber estampado a las funciones de Jefe del Estado un nuevo estilo, donde cada sector de la vida nacional se ha sentido con legítimo derecho de expresar, de manera constructiva, su sentir, aunque no he olvidado el deber, que tengo como responsable de dirigir la gran Empresa del Estado, ni la obligación indelegable de conducirla sob4re la base de decisiones que hay que tomar, en última instancia, como todos ustedes saben, porque son empresarios, de acuerdo con la organización administrativa, que es jerárquica, en beneficio de lo que se ha confiado en nuestras manos.”
En ese diálogo con los empresarios privados, Guzmán se siente que habla un mismo idioma, siendo él también un empresario privado. Así, “como todos ustedes sabrán”, él refleja la pertenencia del presidente de la República a ese sector.
Sin embargo, nunca se parcializó, gobernando para ese u otro sector. Hasta el final de su mandato, él fue fiel a su compromiso inicial: gobernar con estricto apego a la ley, y como precisa a los empresarios, “en beneficio de lo que se ha confiado en nuestras manos”.