4. América Latina antes y ahora. Casi dos siglos después de los sueños que impulsaron los movimientos de independencia, ninguna de las repúblicas de América Latina puede considerarse desarrollada, y algunas siguen siendo extremadamente pobres. En todas ellas hay ciertos reductos de riqueza, más aun, signos de abundante opulencia, los cuales no hacen más que ocultar la privación y las estrecheces que sufren la mayoría de sus habitantes.

Las comparaciones internacionales en base a estadísticas económicas tales como las que usamos hoy son imposibles para un período muy largo, particularmente para los que no somos historiadores, porque además de escasas, eran poco confiables.

En general, las estadísticas de cuentas nacionales no siempre han estado normalizadas, pero hay evidencias de que, al momento de las independencias de las nuevas repúblicas latinoamericanas, aunque no eran ricas, no lo eran mucho menos que las metrópolis de España y Portugal.

Hay expertos que sostienen que, al momento de independizarse los países que hoy llamamos América Latina, había ciudades como Lima, México, Rio de Janeiro o La Habana que competían favorablemente con Madrid, Sevilla, Porto o Lisboa.

Según una fuente, para el año 1800 América Latina era la parte más rica de lo que después llamaríamos el Tercer Mundo; incluso hay autores que la comparan con América del Norte. Todavía un siglo después, a inicios del siglo XX, nuestra región era la parte privilegiada de lo que ahora es el Sur Global, con un nivel medio de ingresos comparable al de Europa Central y Oriental y muy por encima del Sudeste Asiático, África y Medio Oriente.

Los países más ricos de nuestra región (Uruguay, Argentina, Chile, Cuba y México) estaban incluso al nivel de algunos de Europa Occidental.

5. El desarrollo de América Latina después de la Segunda Guerra Mundial. La época de mayor influencia del poderío estadounidense se concentra fundamentalmente en el último siglo, principalmente en las ocho décadas transcurridas desde la Segunda Guerra Mundial. La edad dorada estadounidense coincide, casualmente, con el tiempo de mayor decadencia relativa de América Latina.

Es el tiempo en que se constituye la Organización de las Naciones Unidas y en los debates económicos y políticos mundiales se pone de moda dividir el mundo entre países desarrollados y subdesarrollados. Estos últimos, que se concentraban geográficamente en Asia, África, Medio Oriente y América Latina, sienten que es una aspiración legítima alcanzar niveles de vida como los primeros. Surgen organismos como el FMI, el Banco Mundial, el BID y diversos otros, en tanto que los países ricos crean agencias especializadas de cooperación que pretendidamente tienen como fin contribuir al crecimiento económico de los subdesarrollados bajo el entendido de que estos también deberían llegar a ser desarrollados.

Se siente una atmósfera que induce a repensar el mundo y un ambiente de cauteloso optimismo; las universidades, instituciones públicas, centros de pensamiento, etc., se enfrascan en discusiones y propuestas sobre las vías para conseguir el desarrollo. Estados Unidos, nuevo imperio mundial dominante, juega un papel muy activo en eso.

Los países subdesarrollados, ahora llamados de ingresos bajos y medios, mejoran, pero pocos han logrado saltar de categoría a la de desarrollados. El asunto es que mientras ellos mejoran, los otros también, manteniéndose la distancia. Pero algunos mejoran mucho más que otros.

Según datos del Banco Mundial sobre el PIB a precios corrientes, los países de ingresos bajos y medios representaban el 24 por ciento de la economía mundial en 1960, y ahora representan el 41%. Un buen ascenso, pero nunca el deseable si se tiene en cuenta que son muchos países y muchísima gente. Y ese ascenso no tiene nada que ver con América Latina. Mejor cuanto más lejos de Estados Unidos.

De acuerdo con la base de datos de Maddison, en 1950 ALC representaba el 7.8% de la economía mundial, a precios corrientes. Su PIB per cápita promedio era más del doble que el promedio de Asia y que el de África, y similar al de Europa Oriental y Central.

Pero la serie histórica del Banco Mundial está disponible desde 1960 que muestra que en ese año ALC representaba el 6.1% del total mundial. ¿Y en el 2024? Pues exactamente eso, el 6.1%; no ha mejorado ni un ápice.

El resultado es deplorable si hacemos el cálculo comparando América Latina y Caribe con el conjunto llamado Tercer Mundo, pues la región representaba en 1960 el 26% y al 2024 ha bajado al 16%. Es decir, entre nuestros comparables, de ser los privilegiados hemos pasado a ser los rezagados.

Los datos del PIB a precios corrientes tienen un sesgo que tiende a sobredimensionar la participación de los países desarrollados y subvaluar los del Tercer Mundo. Dado que, en general, los precios son más altos en los países ricos, debido a la alta ponderación de los sectores de servicios en el producto y el consumo, siendo que los servicios son más caros cuanto más rico sea el país, entonces los valores corrientes los hace aparentar más ricos de lo que son, realzando las diferencias.

En la medida en que las estadísticas están disponibles prefiero trabajar con los datos del producto en paridad de poder adquisitivo, por reflejar mejor las diferencias entre sociedades desiguales; pero la serie disponible no es tan larga, sino a partir de 1990, año en que ALC representaba el 9.3% del mundo habiendo bajado a 7.2%. Comparando solo nuestra posición en el llamado Tercer Mundo, la participación latinoamericana ha bajado del 25.5% en PPP al 12% en el 2024, menos de la mitad.

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