El fenómeno ALOFOKE ha captado la atención pública nacional y de varios intelectuales locales; en efecto, varios análisis y opiniones pretenden, de alguna manera, explicar o fotografiar la naturaleza del éxito del referido personaje; sin embargo, las opiniones de los diferentes analistas se han realizado desde una comodidad visual muy alejada de la realidad barrial que el Estado ha dejado fluir a su antojo desde los cimientos mismos de sus propias precariedades. Además, según se puede verificar, en ninguno de los artículos aparecidos en este medio de comunicación se hace una separación entre el personaje (Alofoke) y la persona (Santiago Matías); y, aunque se reconoce su éxito del señor Matías, ninguno de los articulos se ha adentrado en la elucubración de los elementos explicativos del mismo.
En primer lugar, y para ser honesto con el señor Matías, debe admitirse que él no inventó la vulgaridad que hoy predomina en el ambiente social de nuestros barrios y la variedad de contenidos que se difunde: sólo creció en ese espejo de necesidades y eso no es ningún delito y, mucho menos una elección personal. De hecho, el mismo nombre de su personaje (Alofoke) es el resultado de la expresión verbal “a lo fucker”, cuyas raíces deben buscarse en las comunidades dominicanas residentes en barrios de New York; y, se trata de expresión reducida y común como señal significativa de: “a la franca”, “sin pelos en la lengua”, “sin miedo”, entre otros significados dependiendo del contexto conversacional. Fui testigo presencial de esa expresión lingüística en varios de mis viajes a esa ciudad, hace ya casi una década.
A nuestro modo de ver, a la pregunta: ¿Cómo explicar el éxito de Alofoke Matías?, debe responderse a partir del seguimiento y comprensión del contexto social y el proceso mismo de desarrollo del creador del personaje, el señor Santiago Esmerlin Matías; la primera acción emprendida por Matías fue la creación de un personaje creíble y en consistencia con la realidad social que caracteriza a la marginalidad; eso generó adherencia y empatía con el personaje Alofoke y su ambición de superar ese medio ambiente socioeconómico que suele subyugar a quienes se aclimatan; su segunda acción (propia de la lógica de los mercado) fue identificar cómo aprovechar exitosamente la única riqueza al alcance de los marginados sociales: el ocio y su utilidad práctica para el consumo de contenidos a través de los medios digitales de información; y, como tercer elemento, tenemos haber descubierto un aprovechamiento eficiente de la utilización de las redes sociales para suplir contenidos para satisfacer cierta demanda de la marginalidad económica.
Por otra parte, y que debe ser aplaudido, la factibilidad económica de la puesta en marcha de ese proyecto descansaba en una realidad que no podemos pasar por alto: la inexistencia de regulación específica sobre los contenidos que circulen por las redes sociales, incluyendo la plataforma Youtube; sin ese marco de referencia, Alofoke hubiera terminado como un personaje más sin relevancia y sin impacto alguno en una comunidad de transeúntes que hoy lo abraza e identifica como una expresión exitosa de talento que dormitaba en la marginalidad; así, pues, estamos frente a un evento de aprovechamiento exitoso de la oportunidad, mediante la puesta en marcha de la capacidad de atención de una realidad subyacente. Y, de acuerdo con Iain McGilchrist[1], una “atención que altera el mundo o cosa a la cual se presta atención”.
Pero, ya en la cúspide del éxito, sólo queda la espera inevitable de la caída; y, lo pertinente para sobrellevar el golpe, es que ésta sea lenta para amortiguar sus nocivos efectos; y eso requiere desde ya enfocarse en una estrategia de expandir la oferta de contenidos hacia otros sectores económicos y asumir el mito de Sísifo como una estratagema de sobrevivencia en los mercados. Pues, si bien Alofoke “no explica el país”, también es cierto que se trata de un fenómeno del país y que, fuera de él, el éxito se diluye como muy bien sucede con el agua de un río al desembocar en el mar. Alofoke, por tanto, no es un síntoma de derrumbe moral, puesto que no estamos en la caída de una moral socialmente acreditada, sino en un despertar de los desmoralizados por un Estado que mira hacia otro lado de la marginalidad social.
Pero, tampoco vivimos en una generación Alofoke, pues la matrícula universitaria sigue creciendo y ese modelo de ascenso social como proveedor de contenido por Youtube luce tener su final de la misma forma en que surgió: “a lo fucker”; es decir, esa ventanilla de generación de ingresos mediante la venta de contenido considerado como chatarra (por un sector de la población dominicana) parece estar cerrada para los nuevos adictos a la creación de contenidos, puesto que se trata de un mercado con bajos costos de entrada y de salida, lo cual empuja la competencia hacia la sobrevivencia de los más aptos. Además, la inteligencia artificial ya ha hecho presencia y está captando la atención de los consumidores debido a su capacidad y versatilidad en la creación de contenido “on demand”; de manera que, desde ya, los productores de contenido digital tienen un formidable competidor.
Ahora bien, una vez alterada la realidad de su campo visual por su “atención transformadora de la realidad”, hay que ver si el señor Matías tiene el coraje que exhibe para enfocar su atención, desde lo alto de su éxito como Alofoke, hacia ese yo que lo define y reencauzar su oferta de contenido por otras avenidas del espectro nacional de consumidores. Eso, no necesariamente implica la anulación de las raíces y esencia creativa de la mancuerna Alofoke-Matías, sino que su propuesta de contenido simplemente se expanda y se adapte a otras esferas de nuestra realidad sociocultural y niveles de demanda en consistencia con su entorno sociocultural. De esa manera, su dimensión social como empresario, padre, hijo y ciudadano no se quedaría atascada en el reconocimiento facial de cualquier motoconchista, ama de casa y jóvenes entumecidos en la marginalidad y deseosos de seguir sus huellas.
Agregar un poco de más de sustancia cultural en beneficio de la sociedad que nos define, así como incluir un toque de información educativa a su vector de contenido, sería un aporte bastante útil para incidir en la formación de mejores ciudadanos (políticos, agentes del orden púbico, profesores) que, de seguro elevaría a Santiago Matías un sitial que se eleve por encima de su personaje (Alofoke) y alcanzar así una dimensión social más relevante; por distante que parezca, la reiteración de lo mismo suele cansar a un público sediento de novedad.
Además, la inclusión de contenido de mayor valor educativo le serviría de coraza para elevarse por encima de la crítica que ve en Alofoke la degradación de lo cotidiano; porque lo cierto es que no estamos en la Alofokización del país y la vulgaridad como expresión de nuestra cultura, como se ha afirmado; esos elementos preceden a la aparición pública tanto del señor Matías como de su personaje Alofoke. El éxito de Santiago Matías reside en haber descubierto una demanda insatisfecha y sacar provecho de la misma; por tanto, un aprovechamiento lícito de una situación de mercado y, por tanto, la crítica debe centrar su atención en ese conglomerado social que consume su contenido. Sin ese sector social la oferta jamás hubiera hecho presencia en el mercado de contenido digital.
[1] McGilchrist, Iain: El cerebro dividido, 2024: Editorial Kairós.
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