Con frecuencia se piensa que ahorrar, o sea, no gastar el dinero de nuestros ingresos en bienes de consumo, es una virtud. Pero resulta que para la mayoría de los hogares dominicanos esta virtud de la frugalidad, ni siquiera se la plantea como una alternativa moral. Esto así, porque todo lo que gana lo gasta en sus necesidades básicas cotidianas y otros gastos como el de alquiler de la vivienda o el préstamo hipotecario. Estos hogares gastan lo mismo o más que los ingresos que perciben, o sea que viven endeudados, con el banco, la tarjeta de crédito o el prestamista informal.
El ahorro, en esta perspectiva, es del dinero efectivo que está compuesto por los billetes del Banco Central y depósitos bancarios; los billetes lo sacamos de los cajeros automáticos y son un pasivo del Banco Central, y los depósitos bancarios están en forma digital en nuestras cuentas, y son un pasivo del banco comercial. En realidad, el Estado es el garante del dinero efectivo, esto hace muy fácil convertir los billetes en depósitos y viceversa, lo que le otorga el mayor grado de liquidez y menor riesgo. Así, el efectivo es el referente de todas las formas de poseer riqueza. En casos de crisis, es el activo de refugio favorito junto con el dólar.
Si la virtud de la frugalidad, en un momento dado, fuese practicada por la generalidad de los hogares que tienen ingresos para ahorrar, el efecto sería una reducción del total de las ventas de las empresas, por tanto, eventualmente, bajaría la producción, el ingreso, el empleo y los salarios. Contrario a lo esperado, el agregado de los individuos (el sector de los hogares) estaría económicamente peor. Un efecto conocido como la paradoja de la frugalidad. Lo que parece obvio a un individuo (que, al aumentar su ahorro, mejora su bienestar) es lo contrario a nivel macroeconómico.
Pero hay otro tipo de dinero en una economía monetaria de producción. Dado que los empresarios requieren disponer de avances monetarios, esto es, dinero en forma de crédito de corto plazo para poder obtener los requeridos factores de producción, como comprar los insumos materiales y pagar los salarios que se requiere para poner en marcha la producción. Este dinero es el financiamiento, creado por los bancos al conceder el crédito en la forma de depósitos, independiente de un ahorro previo realizado por cualquier agente en la economía. Esta forma de uso del dinero se llama financiamiento o dinero crédito y, desde el punto de vista del desarrollo económico, es la más importante porque está orientada directamente a la producción, al empleo y a la capacidad productiva de un país. Es el dinero que esta indisolublemente ligado a la inversion productiva, definida como el mantenimiento y ampliación de la capacidad productiva.
Esa preferencia por la liquidez de los hogares, empresas y bancos, que se da en las economías capitalistas, en los momentos de mayor incertidumbre como en la actualidad, evidencia por qué la oferta no crea su propia demanda (Ley de Say) como afirman los neoliberales. Cuando las filtraciones en el circuito monetario de la producción y el ingreso, provocadas por el ahorro generado por cambios en la preferencia por la liquidez, no es compensado por inyecciones del gasto del sector público o por balances positivos del sector externo (exportaciones netas), se generan las fluctuaciones cíclicas de la producción y las crisis periódicas del sistema. Como evidencia, cito la Gran Crisis Financiera Global del 2007-9 y la crisis de la pandemia del COVID en 2020. Por ejemplo, en nuestro país aumentó la demanda del público de billetes del Banco Central en el 2020 en más de un 50% por ciento anual, más del doble de su crecimiento normal, y casi diez veces la inflación anual.
En la actual coyuntura mundial de mucha incertidumbre la estrategia económica nacional, no es ahorrar para luego invertir, sino financiar para invertir en capital productivo y llenar el hueco en la demanda por el ahorro. La inestabilidad de la inversión privada y su aversión al riesgo, aumentan con la incertidumbre, lo que hace que esta no sea un sustituto de la inversión pública. En ese sentido, preocupa el estancamiento de la inversion publica de los últimos siete años de menos de un promedio anual de 3 por ciento del PIB.
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