A las recientes reflexiones sobre el problema de la identidad nacional dominicana (Leonardo Diaz,https://acento.com.do/opinion/identidades-9167202.html;Roque Santos, https://acento.com.do/opinion/la-patria-y-la-nacion-9169107.html;Esther Hernández, https://acento.com.do/opinion/josefina-baez-y-el-nie-9169365.html), se suma un escrito de la historiadora Quisqueya Lora (https://acento.com.do/cultura/cual-debe-ser-el-rol-de-la-academia-dominicana-de-la-historia-9168474.html), en el que la investigadora cuestiona la oficialización de la concepción metafísica nacionalista por parte de la Academia Dominicana de la Historia.
En su escrito, la historiadora cita un lamentable pronunciamiento de un documento en que se expresa la retórica paranoica del discurso nacionalista: “Desde que se fundó la República Dominicana nunca, como ahora, habíamos enfrentado tantos embates ideológicos desde nuestro propio suelo como del extranjero, en que cuestionan la nacionalidad. Una situación compleja, retadora y peligrosa propiciada por individuos, entidades y naciones…” (Febrero 2022).
Esta cita contiene una afirmación llamativa. En el documento oficial de una institución que debe representar el rigor de la investigación histórica, se plantea a la ligera que nunca nos habíamos encontrado ante un ataque ideológico semejante al de nuestros días caracterizado por el cuestionamiento a la nacionalidad dominicana. Se trata de un juicio atrevido que, como no se basa en una argumentación basada en evidencias, parece tomado de una teoría del complot, antes que de un análisis científico de la realidad social dominicana.
Pero, además, el vocablo “cuestionar” tiene otra connotación, de carácter académico. Desde este punto de vista, significa: examinar, analizar, debatir. Y no hay nada de negativo en semejante concepto. Por el contrario, describe la naturaleza de la investigación académica. Así que, en este sentido, cuestionar nuestra identidad no tiene nada de reprobable, por el contrario, es un imperativo de todo ejercicio de pensamiento crítico que la academia y una sociedad democrática deben promover.
El problema es que semejante cuestionamiento implica poner en entredicho una idea metafísica de la identidad arraigada y reforzada, desde el trujillato, que considera cualquier perspectiva identitaria alternativa como: extranjera, peligrosa, disoluta y destructiva. En otras palabras, parece que una institución que debe reconocer el carácter plural de la disciplina histórica, escenario del conflicto de interpretaciones, apuesta por una interpretación absoluta de la identidad nacional, negando el carácter cambiante y problemático de los procesos identitarios.
Si bien los discursos oficiales tienden a la homogeneización, resulta decepcionante que quienes están llamados por su oficio a cuestionar cualquier expresión de dogmatismo elaboren relatos historiográficos que sirven para afianzar las perspectivas más intolerantes del debate político dominicano.