La patria y la nación han estado vinculadas de tal modo que ha sido inconcebible el sentimiento patriótico si no se imagina una nación posible y se lucha por su implementación en un Estado soberano. De esta forma, el sentimiento patriótico y lo que lo despierta, la nación como comunidad imaginada, están mediatizados por un instrumento ejecutor al cual el individuo debe doblegarse, el Estado. Esta mezcla de sentimientos patrióticos, de sentimientos de unidad nacional y obediencia a una entidad superior, no son posibles si no se fijan en la conciencia colectiva a partir de unas narrativas heroicas e identitarias.  De ahí que el Estado articule, de modo institucional y de modo espontáneo, el sentimiento patriótico y la identidad nacional dentro de una gran narrativa matripatriarcal que funciona como dispositivo de domesticación.

Un dispositivo es una estrategia de dominación que se ejecuta a partir de una serie de discursos en un contexto dado; así, como lo refieren Foucault y Agamben, el dispositivo crea unos procesos de subjetivación (en la fase moderna) y de desubjetivación (en su fase actual). Si el sentimiento patriótico fue vital en la construcción de los estados nacionales (momento de subjetivación del colectivo y, por ende, de los individuos) una vez que el Estado se ha erigido en el órgano ejecutor del poder centralizado en el marco de una nación, serán importantes las narrativas heroicas para cristalizar la obediencia ciega de sus ciudadanos.

Aquí ocurre una paradoja, a menor poder simbólico y material del Estado frente a sus ciudadanos y sus necesidades, es decir, a mayor fragilidad del Estado y sus instituciones, ocurre una exacerbación de los mecanismos de control sobre la población lo que, en las sociedades democráticas capitalistas y poscapitalistas, se traduce en estrategias de dominación más sutiles. Pero en sociedades como la nuestra, esto último se concretiza en una exacerbación del patriotismo y una sobrerregulación del marco institucional del Estado. El hecho de que proliferen las actividades patrióticas y que las instituciones estatales y sociales que permiten domesticar la ciudadanía y regularizar la institucionalidad, dentro de un marco legal que garantice la sobrevivencia de la unidad nacional, se hagan eco de estas festividades indican una debilidad institucional e identitaria de los ciudadanos aglutinados en ese espacio común imaginado que llamamos nación y al cual adherimos un sentimiento de pertenencia.

En otras palabras, lo que estoy señalando es que sólo a un Estado constitutivamente débil y una ciudadanía con un compromiso nacional frágil, en cuanto al interés común y al bienestar de la comunidad política real, es que se le ocurre reforzar tanto los vínculos afectivos a través de las festividades patrias. Solo la fragilidad explica el sentimiento patriotero atado a un pasado heroico desvinculado del presente y en el que se refuerza una identidad con un carácter sustancialista y emotivo que, en vez de constituir a un sujeto comprometido realmente, lo que hace es desvincularlo de la política y orientarlo hacia un folklorismo recurrente y trasnochado. Esto ocurre mientras las redes sociales, las tecnologías de la información, la virtualidad y otras influencias del internet y los dispositivos electrónicos disuelven políticamente al alumnado.

Nunca había sido tan claro este doble movimiento y el que pocos advierten en la sociedad dominicana: por un lado, la recurrencia a procesos de subjetivación del siglo XIX (en este punto los historiadores y maestros de ciencias sociales juegan su rol conservador en el uso de  los conceptos de patria, nación e identidad nacional) mientras ocurren reales procesos de desubjetivación del alumnado en el que importa poco qué significa patria, nación o si realmente es aprovechable o no el sentimiento patriótico.

El resultado es que la nación, la patria están desvinculadas de la política y ligadas al folclorismo nacional que solo divide y que se supone nutre una mal entendida «identidad nacional» o, en nuestro caso, «la dominicanidad» excluyente y antinegra que políticamente tiene tanto arraigo en el país.

Mientras las festividades patrias sigan ligadas al pasado y al folclor seguirán teniendo el mismo matiz político conservador que ha dado tantos beneficios económicos a una élite criolla, mientras que para el resto se queda en carnaval: una transgresión momentánea del estatus quo, pero no su transformación.