Mi reflexión va encaminada en torno a cuál debe ser la función social de la Academia Dominicana de la Historia. Por su importancia como aglutinadora de los trabajadores de la historia dominicana, nacionales y extranjeros, por los recursos que maneja y sobre todo la legitimidad y el reconocimiento público que tiene, entiendo que puede y debe jugar un papel determinante en impulsar el conocimiento histórico, que a su vez puede contribuir al afianzamiento identitario, pero también de valores deseados como colectivo social.

La fundación de la Academia en 1931 constituyó un hito fundamental para la creación de un necesario campo intelectual dedicado al estudio del pasado nacional. Lamentablemente el haber sido establecida en medio de una dictadura de carácter totalitario que controló y/o influyó en todos los ámbitos sociales, pero especialmente aquellos en torno a la producción intelectual, imprimió a su práctica un carácter limitado y limitante. Como señaló Andrés L. Mateo “Fuera del trujillismo, no había práctica intelectual posible, y ni siquiera supervivencia material” (Mateo 1993, p. 52)

En la Academia irremediablemente la autocensura fue la norma. Y aunque no se puede negar importantes aportes historiográficos, fue en ese contexto en que se reúnen y publican la documentación general de la historia nacional.  No obstante, ese archivo en el sentido que utiliza Lorgia García en su obra “Bordes de la dominicanidad” trae en su ADN inscrito el sello de la visión histórica conservadora impuesta por el trujillismo.  No olvidemos que la selección documental no es inocente, siempre está atravesada por concepciones y visiones ideológicas. El nacionalismo y una concepción moralizante y ejemplificante de la historia normó los trabajos y el discurso de sus académicos. En esas condiciones era imposible que un historiador se expresara con la libertad requerida para plantear hipótesis cuestionadoras y se propusiera repensar la historia dominicana fuera de los estrechos márgenes autoritarios.

A propósito del 178 aniversario de la independencia dominicana la Academia Dominicana de Historia hizo su tradicional mensaje en torno a la efeméride. Si bien la misma aborda, como en otros años, lugares comunes referentes a la gesta separatista, este año se hizo eco y prácticamente replicó las palabras de advertencia que unos días antes Frank Moya Pons en su discurso de recepción del Dr. Reyes Sánchez había hecho y que recibió amplia difusión a través de la prensa nacional bajo títulos sensacionales como “Moya Pons contra “narrativas prohaitianas”. El historiador había afirmado que “en los últimos años, ha venido gestándose en este país y en ciertos círculos académicos de los Estados Unidos una corriente intelectual que promueve una nueva ideología racial que enfatiza la equivocada noción de que el color de la piel es un ingrediente más definitorio de la nacionalidad que la cultura, la religión, el lenguaje, las tradiciones y la memoria colectiva.”

Por su parte, la Academia en el segundo párrafo de su mensaje declaró: “Desde que se fundó la República Dominicana nunca, como ahora, habíamos enfrentado tantos embates ideológicos desde nuestro propio suelo como del extranjero, en que cuestionan la nacionalidad. Una situación compleja, retadora y peligrosa propiciada por individuos, entidades y naciones…” (Febrero 2022)

Aquí la Academia hace una advertencia tremendista porque honestamente es dudoso plantear que desde 1844 no habíamos tenido “tantos embates ideológicos que cuestionan la nacionalidad”. Solo presento dos ejemplos: anexión a España en 1861 y los planes de anexión a Estados Unidos en 1873, ambos fundamentados y defendidos por sectores dominicanos y extranjeros. Ambos momentos en los que la nacionalidad, real y efectivamente, se perdió o casi se perdió.

En su mensaje la ADH asume como propia una postura y un enfoque particular, crítico de una serie de historiadores que se aluden, pero no se mencionan. Sin duda alguna el tema de la identidad, la raza y Haití se encuentran en el centro del debate histórico dominicano. La Academia está llamada a jugar un papel importante pero también equilibrado como propiciadora de una discusión erudita constructiva, creadora de espacios de encuentro y desencuentro con las temáticas más complejas. Su función no puede ser tomar posiciones unilaterales y constituirse en sumo pontífice de la “verdad”, que a fin de cuentas es “una verdad”.

Al hacerse eco institucionalmente de la postura y valoración de Moya Pons está invalidando y desconociendo los enfoques y trabajos de otros miembros de dicha institución. En qué condiciones quedan los historiadores e historiadoras que, por su trabajo académico pueden considerarse aludidos por estas advertencias.  El Dr. Moya Pons puede defender su visión de la historia, puede hacer las advertencias que entienda necesarias pero la ADH no debería ser parte de una mirada reduccionista que divide la producción histórica nacional entre “prohaitianos” y “antihaitianos” o nacionalistas y antinacionalistas.

Al asumir como propio este enfoque, la academia le cierra el paso a intelectuales que están pensando y haciendo grandes aportes a la investigación y la reflexión histórica. Con su postura contribuye también a impulsar la autocensura, pues muchos académicos rehúyen la confrontación y temen el estigma de ser catalogados de prohaitianos o antipatrióticos. Por ese camino la ADH se acerca peligrosamente a las prácticas del pasado. Recordemos que ella surgió con la dictadura y por lo menos hasta 1986 estuvo en manos de intelectuales de formación y tradición trujillista. La Academia era un espacio cerrado. Es muy reciente su transformación en un ámbito académico plural y diverso, que yo sitúo especialmente a partir del 2001 con la presidencia de Roberto Cassá. Este fue un momento de ruptura significativo.

La Academia, como gremio de los historiadores. tiene un rol muy importante que jugar. Puede tratar de encerrar entre sus paredes la “verdad histórica”, contribuir al dogma, a la intolerancia y a trazar pautas para proteger un relato histórico único o por el contrario puede impulsar el pensamiento crítico, el debate constructivo y una cultura del diálogo y la tolerancia. Apuesto a lo segundo.