Hace cuarenta años, el 4 de octubre, llegó a cumplimiento un proceso que había iniciado cinco años antes: en Colombia surgió el Centro Internacional de Física (CIF).

La comunidad científica colombiana había apoyado con decisión y visión este proyecto, en particular a través de la Sociedad Colombiana de Física. El gobierno, mediante Colciencias —entonces dirigido por dos grandes visionarios, Efraín Otero y Fernando Chaparro— había comprendido el potencial de la propuesta; y las universidades habían entendido que apostar por el desarrollo científico no disminuiría su propia capacidad de investigación. Detrás de todo ello había estado también el apoyo del ICTP y de su fundador, el mítico Abdus Salam, quien, desde que había recibido el Premio Nobel, respaldó la idea de que, en un país en desarrollo, naciera un centro basado en el modelo del ICTP. Ese mismo modelo, años más tarde, sería propuesto por el primer director centroamericano del ICTP, Fernando Quevedo, para África, América Latina y Asia.

Todo esto habría sido vano sin la decisión política del presidente Belisario Betancur. Al respecto, hay un detalle que debe destacarse. La fundación del CIF tuvo lugar menos de un mes después de dos eventos que marcaron profundamente esa presidencia: la toma del Palacio de Justicia y la tragedia de Armero. En esa situación crítica, el presidente tomó la decisión de fundar el CIF sin postergarla, pese a circunstancias contingentes de tal gravedad. Ello obliga a recordar a uno de sus asesores, Jorge Eliécer Ruiz, quien jugó un papel crucial en la culminación del proceso. No era científico, pero la política científica no exige científicos: exige políticos visionarios que piensen en el país 20, 30 o 40 años después.

No es muy conocido que SODOFI fue la única sociedad de física extranjera que participó en la fundación, y que un joven Luciano Sbriz desempeñó un papel crucial en ese proceso. Esto dio lugar a una época de intercambios sumamente interesantes. A ello se suman recuerdos personales: mi participación en el primer CURCCAF en el país, en la UNPHU, promovido por mi gran amigo Rafael Cuello, y la colaboración en actividades formativas en el área de la física médica, uno de los pilares de la acción del CIF. Entre los jóvenes dominicanos que participaron en esas actividades hubo incluso un futuro viceministro de Ciencia y Tecnología: el Dr. Plácido Gómez.

Las estadísticas directas —más de 200 cursos sobre temas avanzados, 1000 docentes y miles de participantes— hablan por sí solas. Pero es legítimo preguntarse si y cómo ha contribuido el CIF al desarrollo de la ciencia en Colombia y en la región.

Mi opinión —o la de Eduardo Posada, cofundador del Centro y director, durante cuatro décadas, con entusiasmo y dedicación encomiables— puede ser parcial; sin embargo, la comparación entre la participación colombiana y de la región en las actividades del ICTP, antes y después de la creación del CIF, constituye un indicador objetivo.

Además, el CIF jugó un rol importante en la apertura de la ciencia andina hacia temas entonces considerados fuera de alcance. Recuerdo el grupo de trabajo de alto nivel que abordó un asunto entonces tabú: la investigación en física de altas energías, con la participación de figuras como Eric Vogt, director de TRIUMF en Canadá, y Leon Lederman, Premio Nobel y director de Fermilab. De esa experiencia surgió un grupo de jóvenes que terminó siendo una extraordinaria inversión para el país: dos futuros rectores universitarios y un conjunto de profesores e investigadores que marcarían la vida académica nacional. Y de ella surgió la participación de grupos colombianas en los grandes laboratorios de altas energías, incluida su presencia en el descubrimiento del quark top y en las colaboraciones del LHC en el CERN.

La vocación regional del CIF permitió que en esas iniciativas participaran también científicos ecuatorianos y peruanos, algo hasta entonces inimaginable. Y hubo una estrecha colaboración —mientras las circunstancias políticas lo permitieron— con la iniciativa del gran científico peruano Víctor Latorre, quien había creado Multiciencias, un programa similar a las conocidas Gordon Conferences, pero adaptado a la región andina.

Este esfuerzo no se limitó al aspecto estrictamente científico. En nuestros países es esencial lo que llamaría el uso social de la ciencia. El CIF dio origen a la primera incubadora de empresas de base tecnológica en Colombia. Su acción ha permitido crear empresas en áreas antes inexistentes y ha tenido un rol en la creación del Centro sobre Corrosión.

El modelo del CIF fue señalado por Salam como referencia cuando, en los Estados Unidos, en Iowa State University, se promovió la creación de un centro según el modelo triestino. Esto dio lugar a iniciativas conjuntas relativas al proceso de paz en Medio Oriente que hubieran merecido mayor fortuna. Pero puede parecer irónico que el modelo no haya tenido igual suerte en nuestra región. Algunos intentos de reproducirlo en la región andina han despertado un efímero interés, y en nuestro país no prosperó la propuesta que hicimos, junto con dos destacados colegas de la PUCMM y la UNEV, de crear un Centro de Ciencia de Materiales. Valdría la pena analizar por qué aquella propuesta, que supuestamente tenía perspectivas muy favorables, no tuvo éxito.

Con todo, siguen vigentes las dos grandes lecciones del éxito del CIF: primero, que el desarrollo de nuestros países demanda proyectos ambiciosos, que pueden parecer irrealizables, pero sin los cuales estaremos condenados a lamentar la dependencia científica y tecnológica, la fuga de cerebros y un balance persistentemente negativo en materia de innovación; y segundo, que estos proyectos requieren el apoyo decidido de la comunidad científica.

Mis lectores saben que estoy proponiendo la creación de un segundo sincrotrón latinoamericano en nuestra región. Pero, además de un proyecto de esta envergadura, creo que las condiciones son maduras para desarrollar equipos de menor costo capaces de responder a prioridades nacionales. Las fuentes de luz compactas, que cuestan una décima parte de un sincrotrón, pueden contribuir a programas estratégicos del país: desde la búsqueda y explotación de tierras raras hasta la modernización de la agricultura. ¿No podría un gran proyecto nacional de esta naturaleza constituir el salto de calidad para una universidad con vocación aplicada en estas dos áreas?

Es crucial el nexo con la sociedad civil. Hace cuatro años, en un artículo publicado en este mismo espacio, sugerí la creación de una Asociación Dominicana para el Avance de la Ciencia. En Colombia, la ACAC desempeñó un papel crucial en la creación del CIF y contribuyó a su posterior crecimiento. En realidad, hubo beneficios recíprocos: la ACAC estuvo estrechamente ligada al CIF y el CIF apoyó la creación de Maloka, el centro interactivo de ciencia y tecnología de referencia en América Latina, creado en Bogotá a finales de los años noventa. Surgió como un proyecto innovador de apropiación social de la ciencia, con museos interactivos, programas educativos y actividades orientadas a acercar el conocimiento a escuelas, familias y ciudadanos, y su propósito era construir un puente entre la comunidad científica y la sociedad, fortaleciendo la cultura científica en el país.

Historias como la de Maloka o la del CIF, cuyo 40.º aniversario celebramos hoy, tienen una misma raíz cultural: la convicción de que la ciencia debe ocupar un lugar central en la vida pública.

Y su éxito demuestra que, cuando la comunidad científica, el Estado e incluso la sociedad civil convergen en una visión de largo plazo, transformar el ecosistema científico de nuestros países no es un sueño. Sí se puede.

Galileo Violini

Físico

Galileo Violini Maestría en Física de la Universidad de Roma (hoy Universidad La Sapienza). Ex profesor de Métodos Matemáticos de la Física en las Universidades de Roma y Calabria y en la Universidad de los Andes, Bogotá. Cofundador y Director emérito del Centro Internacional de Física de Bogotá. Premio John Wheatley y Premio Joseph A. Burton Forum Award de la American Physical Society (APS), Premio Spirit of Abdus Salam del Centro Internacional de Física Teórica "Abdus Salam". Reconocimiento Salvadoreño Destacado del Gobierno de El Salvador. Miembro Honorario de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Miembro de la Academia Mundial de Arte y Ciencia. Fellow de la Sociedad Americana de Física. Miembro de la Carrera del Investigador Dominicano. Ex Director de un programa de la Unión Europea para la Facultad de Ciencias de la Universidad de El Salvador. Ex Representante de la UNESCO en la República Islámica de Irán y Director de la Oficina de Teherán. Doctor Honoris Causa de la Universidad Ricardo Palma de Lima, Consultor de los Gobiernos de Guatemala y República Dominicana, de la UNESCO, CSUCA, ICTP y otros organismos nacionales e internacionales. Autor de unas 400 publicaciones, en Política Científica, Física, Enseñanza de las Ciencias, Epidemiología, Historia de la Ciencia. Copresidente del Comité Ejecutivo de la Iniciativa Lamistad (Fuente de Luz del Gran Caribe) para establecer un segundo Sincrotrón Latinoamericano en la región. Ha promovido la participación de Irán en el CERN, los doctorados regionales del CSUCA en Física y Matemáticas, la cooperación interregional entre América Latina y África, y, como miembro del Foro de Física Internacional Physics del APS, la colaboración entre el APS y América Latina. Ha organizado más de doscientos eventos científicos, en su mayoría en el CIF.

Ver más