El Ejército de Israel sigue agravando su asedio en el campo de refugiados de Jenin y sus alrededores. Al tiempo que mantiene en una situación de vulnerabilidad a unos 20.000 desplazados palestinos –a los que impedirá su retorno en 2025–, está cambiando la geografía de este territorio del norte de Cisjordania ocupada. Tras destruir o quemar unas 600 casas y edificios, además de arrasar y bloquear los caminos, planifica nuevas detonaciones y continúa desplegando tropas.

Desde hace sesenta días, Israel mantiene tal asedio en Jenin, que ha convertido su campamento de refugiados en un lugar fantasma, apenas reconocible.

Alrededor de 20.000 de sus habitantes –más del 90% de la población– han sido forzados a abandonar sus hogares sin ninguna perspectiva de retorno temprano, pues la coalición de Netanyahu ha amenazado que se quedará aquí y en otros campos de Cisjordania ocupada durante todo 2025.

Ya es la ofensiva más amplia y extensa en el norte del territorio palestino desde la Segunda Intifada, pero el Ejército israelí, siguiendo el bloqueo de Gaza, no permite acceder libremente y medir el impacto de su destrucción.

Esta se observa, no obstante, en vías como la que une el Hospital Gubernamental de Jenin con el campamento: las calles están arrasadas, levantadas por las excavadoras israelíes, y, además de agujeros de bala, algunas fachadas de casas y comercios han sido quemados o derribados.

Según las autoridades locales, desde el inicio de esta invasión el 21 de enero –dos días después del comienzo de la tregua en Gaza, rota el 18 de marzo por Israel– más de 30 palestinos han muerto por fuego israelí, unos 300 han sido detenidos (incluidos niños y periodistas) y unos 600 edificios han quedado inhabitables, entre ellos viviendas, escuelas y salas de atención médica.

"Las fuerzas de ocupación han arrasado el 100% del campamento de Jenin, el 85% de los calles de la ciudad [homónima] y han clausurado por completo casi 8.000 establecimientos comerciales".

Mamdouh Assaf, director municipal de Jenin

Con mayor despliegue de infantería y tanques en la zona por primera vez desde el 2002, Israel ha ampliado sus ataques y destrozos a la ciudad de Jenin y sus suburbios, y mantiene otro asedio en la ciudad de Tulkarem y sus dos campos de refugiados (Tulkarem y Nur Shams). Además, ha elevado sus redadas en áreas de Tubas y Nablus.

Con todo, el Ejército ha obligado a huir a unas 40.000 personas, lo que constituye el desplazamiento forzado de palestinos más grande en el territorio desde la Guerra de los Seis Días de 1967.

Es lo que organizaciones de Derechos Humanos, como la israelí B’Tselem, denuncian como una Doctrina Gaza en el norte de Cisjordania ocupada.

"Esto incluye la intensificación de los ataques aéreos en zonas densamente pobladas, la aplicación de reglas de combate extremadamente laxas que, a menudo, resultan en daños indiscriminados y desproporcionados a los civiles y el desplazamiento de residentes de áreas que los militares han designado como zonas de combate", detalla en su más reciente informe.

Jenin sufre "una tragedia" sin final a la vista

Dicha doctrina también incluye el incendio deliberado de casas, su detonación o el uso de estas como posiciones militares para los francotiradores israelíes, así como la utilización de vehículos pesados para dañar los caminos.

Varios analistas palestinos e israelíes señalan que el propósito de estas acciones es cambiar la fisonomía de los campos de refugiados (sobre todo borrar la identidad "resistente" de Jenin), caracterizados por sus angostos callejones, que hacen más fáciles las emboscadas de los milicianos armados durante las redadas israelíes.

De hecho, según Bashir Matahin, responsable de relaciones públicas del municipio de Jenin, las fuerzas israelíes le han advertido que planean detonar con explosivos 66 casas, "con el pretexto de ampliar carreteras, establecer una oficina de emergencia y crear instalaciones de servicio para las empresas que han traído para construir nuevas carreteras sobre las ruinas de las casas palestinas".

"La situación es indescriptible, es una tragedia en todo sentido. Sean mayores o jóvenes, hombres, mujeres o niños, todos están sufriendo. Y no es solo el campamento [de Jenin], sino la ciudad y las aldeas de los alrededores", dice con lamento Ihab al-Qaysi, un vecino y conductor de taxi palestino.

Mientras habla no se despega del borde de la entrada del Hospital Gubernamental. Aclara que incluso ahí, a cobijo, no hay garantías: "Hace un rato empezaron a disparar en esta dirección, desde uno de los vehículos de más abajo [del camino]".

Son pocos los residentes que se arriesgan a adentrarse. Al grabarlos, y al grabar algunos de los daños unos pasos más allá de esa entrada, un francotirador dispara cerca del equipo de France 24 a modo de advertencia.

"Hay francotiradores dentro de las casas. Es muy peligroso para cualquiera que intente entrar al campo. Algunos han resultado heridos cuando intentaban ir a ver sus viviendas".

La escena en Jenin es cambiante. De la noche a la mañana las fuerzas israelíes imponen nuevos obstáculos a la población. Un ejemplo es que los soldados formaron montículos de tierra de gran altura para bloquear algunas calles, como la del Hospital Gubernamental (los mantienen o los remueven en función del paso de sus vehículos).

Otro es que los periodistas locales no dejan de informar de la llegada de nuevos refuerzos militares israelíes, tanto en el campo como en los barrios cercanos, que van acompañados de tanques de agua, excavadoras y sobrevuelo de aviones.

"Esto es un área militarizada, no es segura, y mucha gente tiene miedo de venir al hospital", afirma el director del Gubernamental, Wissam Bakr. Al centro, que tuvo que hacerse con generadores para el agua y la electricidad, le llevó todo el primer mes reanudar los tratamientos contra el cáncer o las diálisis, pero sigue teniendo que posponer cirugías programadas.

Entre las agresiones que sufrió en estos casi dos meses, Bakr detalla que "en los primeros días [Israel] bloqueaba el paso de las ambulancias o hacían requisas en ellas o en el hospital" y que, durante ese periodo, recibieron "muchos heridos por la invasión", incluidos "tres de nuestros colegas, heridos cuando salían del centro". Aún hoy, agrega, "a veces colocan vehículos militares en la entrada".

Los desplazados de Jenin reviven viejos traumas

Si bien la Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA) indica que la mayoría de los 40.000 exiliados se han trasladado a viviendas de familiares o de alquiler, un número cada vez más elevado recurre a refugios públicos.

Refugios en los que al menos once de ellos, en Jenin y en Tulkarem, Naciones Unidas detectó profundas carencias en cuanto al acceso a alimentos, agua, salud, higiene y educación. Y es que el asedio israelí ha frenado las clases en 72 escuelas de ambas gobernaciones, lo que equivale a 26.000 estudiantes privados de enseñanza.

En esta línea, según OCHA, todos los refugiados dependen del apoyo externo para comer, con al menos una comida caliente al día que proviene de servicios comunitarios o de organizaciones humanitarias. Porque del 87% de los que tienen mercados al alcance, más de la mitad han asegurado que no tienen dinero para pagar los alimentos y como resultado se ven obligados a reducir su consumo o saltarse las comidas.

"El extenso daño a la infraestructura de agua causado por la operación en curso de las fuerzas israelíes ha incrementado la dependencia de agua embotellada", alerta OCHA.

En más de un tercio de los refugios visitados por el organismo, los civiles remarcan la urgencia de más instalaciones de agua e higiene. Es el caso de uno de los centros habilitados en Jenin.

Solía ser un punto educativo y de rehabilitación para personas con discapacidad visual y hoy acoge a 22 familias, alrededor de un centenar de palestinos. Tysir Odeh, el director, estaba acostumbrado a recibir a desplazados del campo de refugiados, era habitual tras cada gran redada israelí, pero admite que "la situación es diferente ahora, mucho más grave y larga".

Odeh sufre porque la institución ya no puede recibir a más vecinos y por los costos de los servicios básicos como la luz, "que se han multiplicado por cinco, seis o siete veces más". Sin apenas respaldo de la Autoridad Palestina –que brinda apoyo logístico, pero no material–, se sostienen gracias a los donativos de la comunidad.

Es el espíritu que se percibe entre el personal de la escuela-refugio y los desplazados, sobre todo en la cocina. En ella, las mujeres amasan y hornean panes con za’atar, mientras los hombres hacen apaños y cambian las garrafas de agua. Ahí se encuentra Haleema Sawaydi, que huyó a pie de su hogar junto a otros catorce familiares.

Esta mujer de 63 años, otrora profesora de inglés, sobrelleva sus dolores de rodilla y un cáncer con la atención de médicos de la Cruz Roja. Cada tanto repite cuán agradecida se siente con el centro, "nos provee de todo", y a los vecinos que entregan comida y ropa, como la chaquetilla de lana que, aunque le va pequeña, usa de abrigo.

Sin embargo, nada alivia su dolor y frustración por este asedio israelí que la ha desplazado por "cuarta vez" en los últimos años, siendo esta la "más larga, demasiado". Haleema, hija de refugiados palestinos, sostiene que esta realidad se agudiza porque "no hubo espacio" entre la actual invasión y la ofensiva que la Autoridad Palestina lanzó en diciembre de 2024, que se sintió como una nueva "traición" del liderazgo (impopular) de Mahmud Abbás.

Haleema dice no tener esperanza al ver el campamento de Jenin en "una situación muy miserable", donde las fuerzas israelíes "lo han destruido todo".

Hasta donde sabe, su casa "está dañada, pero sigue en pie". No es el caso de Nazmi Turkman.

De 53 años, explica que el Ejército israelí incendió su hogar, en el que vivía con sus cuatro hijos y que compartía con sus hermanos, hoy desplazados en varios puntos de Jenin. Todos los días intenta entrar al campo y todos los días se topa con la negativa de los soldados. Pasa sus jornadas así, entre revisar las noticias del lugar y colaborar en el reparto de las ayudas y las comidas calientes que llegan al centro.

Durante la Segunda Intifada (2002-2005), Nazmi resultó herido, no puede caminar con normalidad y eso le dificultó encontrar un trabajo estable. Esta invasión dirige su memoria a esa última gran ofensiva en Jenin y, acto seguido, sentencia:  "el Ejército israelí destruyó nuestros hogares y luego volvimos, y lo mismo pasará ahora".

"Su estrategia es transferirnos del campo a otros lugares, no quieren que haya más refugiados", un estatus que reciben los palestinos (y sus descendientes) que han sido forzados a huir desde la creación del Estado de Israel en 1948. Su sospecha coincide con la de muchos, que ven esta incursión como parte de un intento más amplio de erradicar ese estatus, que aplica a casi un millón de palestinos de Cisjordania, repartidos en 19 campos.

Un objetivo que vinculan con medidas como la prohibición de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA).

Pero tanto Haleema como Nazmi desafían esos planes y solo piensan en una cosa: regresar a su campamento. "Es el lugar en el que nacimos y queremos morir en él", comenta la mujer.

"No hay alternativa al campo –completa su vecino–. Nos quedaremos en el campo hasta nuestro último aliento. No viviremos otro desplazamiento como en 1948 y 1967. Queremos volver a nuestros hogares y, si están destruidos, nos quedaremos en tiendas".

France24

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