Un día se toma selfis con los amigos de su hijo adolescente, otro día recuerda su primer trabajo como jornalera cortando frutas y al siguiente subraya las reivindicaciones que la clase obrera logró bajo su gestión como ministra del Trabajo. Jeannette Jara apela a la calidez y la cercanía de madre y mujer humilde para hacer más potable el mensaje combativo que la posicionó como la primera candidata presidencial abiertamente comunista de Chile.
La dictadura militar de Augusto Pinochet todavía estaba en el poder, tras desconocer los resultados del plebiscito de 1988, cuando Jeannette Jara, de apenas 14 años, hija de un mecánico y jornalera eventual, se sumaba a las Juventudes Comunistas de Chile.
Después de 36 años, y sin renegar de su militancia, esa niña se convirtió en la primera candidata a la Presidencia de su país que se presenta abiertamente como comunista, apelando a un mensaje cercano en lugar de las consignas de reivindicación, para llevar a la izquierda chilena un paso más cerca del centro.
Sin filiación con el célebre músico Víctor Jara, Jeannette nació en la comuna de Conchalí, en el norte de Chile, y se jacta de haber sido la primera graduada universitaria de una familia de clase trabajadora con otros cuatro hijos, entre ellos el periodista de investigación Sergio Jara.
Formó parte del segundo gobierno de Michelle Bachelet, en el que ejerció cargos en la subsecretaría de Previsión Social y luego en el ministerio de Desarrollo Social, pero fue en la gestión del saliente presidente, Gabriel Boric, en la que dejó la huella que la ubicó favorita ante dos rivales de derecha.
Como ministra del Trabajo, logró la aprobación de una histórica reforma pensional que había pasado dos años estancada en el Congreso, luego de haber sido la principal oferta que condujo a Boric a la Presidencia.
Consiguió también la reducción de la jornada laboral a 40 horas semanales y el aumento del salario mínimo a 530 dólares, el tercero más alto de América Latina, solo superado por los de Costa Rica y Uruguay.
Pero en lugar de la combatividad de la izquierda, Jara ha optado por un lenguaje cálido, conexiones musicales a través de sus redes sociales claramente diferenciadas (sobria en Instagram y un poco más desenfadada en TikTok) y moderación para conquistar a un centro al que necesitará para dejar atrás a sus contendores.
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Trasladando su popularidad al centro
Jara dominó ampliamente las primarias oficialistas, acumulando 60% de las preferencias, por delante del 28% que consiguió su compañera del gabinete, la exministra del Interior Carolina Tohá.
Desde entonces, ha comenzado a cortar lazos con los discursos más radicales dentro de su movimiento, y a venderse bajo una luz diferente.
“Yo no soy la candidata del Partido Comunista, soy la candidata de la coalición de centroizquierda”, asegura, en referencia a una alianza de la que forman parte el Frente Amplio de Boric, el Partido Socialista de Bachelet y el Partido Liberal.
“Dentro del Partido Comunista hay dos almas: un alma más radical, más del movimiento social, que está por empujar cambios más radicales, y una que está más por establecer acuerdos y que coincide con una brecha generacional”, le explicó a la agencia AP el director del Instituto de Investigación en Ciencias Sociales de la Universidad Diego Portales, Claudio Fuentes.
En el segundo espectro de esa “alma colectiva” se ubica Jara, que se ha cuidado de distanciarse de las alianzas tradicionales del comunismo radical.
Hacerlo a destiempo ya tuvo un costo para ella. En abril, durante una entrevista con ‘Chilevisión Noticias’, definió a la Venezuela de Nicolás Maduro como un “régimen autoritario”, pero habló de Cuba como “un sistema democrático diferente”.
Sus propios contrincantes de las primarias progresistas, Tohá y Gonzalo Winter, criticaron la ambigüedad de su discurso acerca del récord democrático del Gobierno de La Habana, tanto que en una entrevista posterior en ‘Bio Bio’ tuvo que reconocer violaciones a los Derechos Humanos en la isla.
La habilidad para transitar el espectro de la izquierda ha sido su activo más valioso en esta carrera electoral y ante la posibilidad de segunda vuelta, porque es el anzuelo para enganchar también al centro, y hacer frente a las previsibles alianzas entre dos rivales de derecha, la tradicional encarnada por Evelyn Matthei y la opción más disruptiva de José Antonio Kast.
De hecho, Jara ya ha dicho que, de ser electa presidenta, “suspenderá o renunciará” a su afiliación al Partido Comunista, como muestra de su voluntad de representar a “una coalición mucho más amplia”.
Esa plataforma incluye a la Democracia Cristiana, el partido de centro que llevó adelante la transición en Chile tras la caída de Pinochet, que dio su apoyo a Jara luego de su victoria en las primarias.
"Creo que es mejor dar señales claras, porque mi intención es gobernar para la ciudadanía y no para los militantes de un partido", explicó Jara.
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Una agenda sin muchas variantes
La campaña presidencial chilena mostró diferencias en los enfoques, pero no en el núcleo de los que se identifican como temas centrales comunes y a la vez polarizantes: la inmigración, la delincuencia y economía.
Aunque los índices de criminalidad han descendido en Chile por tercer año consecutivo, la percepción del electorado en las encuestas es de alarma: 87% cree que la seguridad personal ha empeorado, y eso funciona como combustible para las propuestas más punitivas.
Kast, un conservador que suele explotar la nostalgia de la extrema derecha por los hombres fuertes y no teme encontrar virtudes en los tiempos de Pinochet, se burló de las propuestas de Jara en materia de orden público, al afirmar: “Nos ofrece enfrentar a los delincuentes con amor”.
Lo cierto es que Jara ha preferido centrar su agenda social en las mejoras de las condiciones de vida en general, con énfasis en la economía, promoviendo alianzas entre el Estado y la empresa privada como una forma de crear bienestar.
"Lo que no nos puede pasar es que dentro de un mismo país siga habiendo dos Chiles. Uno para los sectores que son más acomodados y otro para la gran mayoría", advirtió luego de su victoria en las primarias.
En cuanto a la migración, se ha distanciado de las propuestas extremas. Y los extremos han sido tan radicales como el del empresario y también candidato presidencial Franco Parisi, quien ha afirmado: “Si hay que poner minas (antipersona), voy a poner minas” en la frontera; o el exministro de Agricultura de Sebastián Piñera, Antonio Walker, que propone regularizar migrantes para suplir el déficit de mano de obra en el campo.
Jara está a favor de un empadronamiento que permita conocer la situación de los 1,9 millones de extranjeros radicados en Chile, de los cuales se cree que al menos uno de cada cinco está en el país de forma irregular.
Más que cualquier otro, Jeannette Jara está obligada a ser factor de equilibrio. Esa puede ser la única carta que la salve en un eventual balotaje.
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Con Reuters, EFE, AP y medios locales
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