El 22 de agosto de este año, la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases (IPC), la organización respaldada por la ONU considerada una autoridad en seguridad alimentaria, declaró en un informe oficial que “más de medio millón de personas en la Franja de Gaza se enfrentan a condiciones catastróficas caracterizadas por hambre, indigencia y muerte”. El informe proyectaba que la hambruna se expandiría y advertía que al menos 132.000 niños menores de cinco años “se espera que sufran desnutrición aguda” hasta junio de 2026.
La declaración oficial de esta hambruna “totalmente provocada por el ser humano” por una entidad reconocida globalmente fue una de las críticas más contundentes al gobierno del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu desde el inicio de la guerra desencadenada por los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023. No sorprende que la publicación del informe fuera recibida con una ola de condenas.
Jeremy Konyndyk, presidente de Refugees International, calificó la hambruna como un “fracaso estremecedor”, afirmando que los gobiernos de Israel y Estados Unidos tenían la responsabilidad principal. El jefe humanitario de la ONU, Tom Fletcher, instó a las comunidades globales a “leer el informe del IPC de principio a fin. Léalo con tristeza y con rabia. No como palabras y números, sino como nombres y vidas”. El director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, calificó la hambruna en Gaza como una “catástrofe” sanitaria que durará “generaciones”.
La postura de Israel fue clara y firme: no hubo, ni hay, hambruna en Gaza. Israel impuso un bloqueo total de alimentos sobre la Franja de Gaza a principios de marzo, antes de levantarlo a finales de mayo y autorizar suministros y distribuciones de alimentos muy limitados a través de la muy criticada Gaza Humanitarian Foundation (GHF). Las agencias humanitarias de la ONU habían sido vetadas de toda actividad en territorio palestino durante varios meses.
Israel, que ha sido ampliamente acusado de provocar deliberadamente una hambruna como arma de guerra, rechazó todas las acusaciones y acusó al IPC de manipular los datos con fines políticos, y el gobierno de Netanyahu fue más lejos al acusar a la organización de participar en “un libelo de sangre moderno”.
El IPC mantuvo su declaración y publicó material adicional para respaldar sus afirmaciones (el IPC también utilizó las mismas herramientas y criterios para declarar hambruna en Sudán).
No ha cambiado mucho desde agosto. Según el plan de 20 puntos del presidente estadounidense Donald Trump, se debía enviar “ayuda total” de inmediato a Gaza a través de instituciones internacionales neutrales “sin interferencia de las dos partes”. En teoría habría sido el primer paso para frenar la hambruna, pero el acuerdo no ha cumplido sus objetivos.
Si bien el umbral oficial de hambruna solo se cruzó este año, los gazatíes llevan mucho más tiempo en estado de crisis. Los primeros informes importantes que advertían que Gaza se acercaba a la hambruna se publicaron apenas unos meses después del inicio de la guerra, en marzo de 2024.
Alex de Waal, director ejecutivo de la World Peace Foundation de la Universidad de Tufts y autor de varios libros sobre hambrunas, explica: “Israel nunca ha negado la inseguridad alimentaria. La administración ha mantenido a Gaza en un estado de hambre apenas un paso por debajo de una hambruna plena, porque esa palabra 'hambruna' tendría repercusiones para Israel”.
Obstrucción de ayuda, crímenes de hambre, desplazamiento forzado y ataques contra servicios sanitarios fueron elementos centrales en un informe de investigación de la ONU de septiembre de 2025 que concluyó que Israel había cometido genocidio contra los palestinos en Gaza. Los crímenes de hambre también formaron parte de las acusaciones de la Corte Penal Internacional contra Netanyahu. El gobierno israelí rechazó todas las resoluciones.
De Waal lanza una pregunta punzante: “Supongamos que la interpretación israelí de los datos fuera correcta. Que la seguridad alimentaria en Gaza es ligeramente menos que una hambruna plena. ¿Qué diferencia haría?”
Las huellas biológicas
Expertos han estudiado los efectos a largo plazo de hambrunas históricas —en India, China o entre supervivientes del Holocausto— para entender qué puede esperar Gaza.
La inanición ocurre en etapas: primero se consume el glucógeno del hígado; luego las reservas de grasa y músculo; después el cuerpo recurre a la cetogénesis; finalmente se consume a sí mismo, debilitando músculos, inmunidad y aumentando el riesgo de infecciones. Los niños, con cuerpos más pequeños, son especialmente vulnerables.
La malnutrición también se define por la calidad de los alimentos, la higiene, el saneamiento y los cuidados.
La investigadora neerlandesa Tessa Roseboom ha estudiado por tres décadas la “Hambruna Holandesa” de la Segunda Guerra Mundial. Sus estudios muestran que incluso los fetos pueden sufrir daños permanentes: “Ese es el momento en el que se están construyendo todos los órganos internos. La integridad estructural puede verse comprometida.”
Los efectos pueden aparecer más tarde como enfermedades cardiovasculares, diabetes, depresión y trastornos cognitivos tempranos.
La exposición más prolongada, como en Gaza, probablemente empeoraría los efectos. Roseboom también explica que los fetos pueden adquirir marcas epigenéticas: etiquetas químicas en el ADN que alteran cómo se expresan los genes.
“El código genético no cambia, pero sí su expresión.” Esto puede transmitirse a generaciones futuras. Las madres desnutridas producen menos enzimas protectoras contra el estrés. Los fetos expuestos se convierten en adultos más sensibles al estrés. “La evidencia científica es clara. Las repercusiones continuarán durante generaciones", dice Roseboom.
El colapso social total
La hambruna es la etapa final de la inseguridad alimentaria extrema y, según los criterios del propio IPC, implica más que la mera inanición fisiológica. La hambruna conlleva un colapso de la sociedad en múltiples niveles: en el sistema sanitario, el acceso a agua potable, la sanidad pública e incluso en los sistemas sociales.
Roseboom afirma que, más allá de los efectos fisiológicos evidentes, la hambruna también se manifiesta en el futuro a través de depresión, menor participación en el mercado laboral, mayor mortalidad y una dependencia creciente de la ayuda estatal.
De Waal ha estudiado los efectos sociológicos de la hambruna en varios países desde la década de 1980. Señala que, además de las huellas biológicas, la hambruna deja marcadores sociológicos en las comunidades.
“Uno de los efectos más comunes de la inanición masiva es el trauma social. Es invisible, no se habla de él y se manifiesta de diversas formas”, explica De Waal.
Los niveles catastróficos de hambruna, como los que se ven en Gaza, provocan un marcado aumento en las tasas de delincuencia, arraigado en el hecho de que las personas están dispuestas a llegar mucho más lejos para satisfacer la necesidad biológica básica de comer y sobrevivir.
Citando la hambruna de Bengala, de Waal afirma que experimentar la inanición puede generar un aumento de la delincuencia, así como una destrucción espiritual y social que allana el camino para la violencia intercomunitaria.
“Mira el período posterior a una hambruna, y verás derramamiento de sangre”, sostiene.
El propio acceso a la ayuda alimentaria en Gaza ha estado marcado por la desconfianza. La Fundación Humanitaria de Gaza, una ONG encargada de distribuir alimentos en el enclave palestino, fue acusada de complicidad en crímenes de guerra.
La historia demuestra que los efectos a largo plazo del trauma masivo tienen consecuencias duraderas. “Ya sea Leningrado, Camboya, Bengala o Somalia, la hambruna viene acompañada de humillación y vergüenza intensas. Las víctimas y los supervivientes interiorizan una visión de sí mismos como seres subhumanos. Puede marcar a una sociedad para toda la vida”.
De Waal considera que la ‘hambruna por asedio’ como “un crimen de tortura social” puede poner a una sociedad bajo una presión tan grande que termina rompiendo los vínculos humanos.
“El pensamiento común es que la hambruna es un método de matar, pero la hambruna normalmente no extermina a una población de manera inmediata. La hambruna debilita la resistencia de la población. Acaba primero con los niños, las mujeres embarazadas y los ancianos.
“Los hombres armados suelen ser los últimos en pasar hambre. Eso crea una situación en la que la sociedad se vuelve contra sí misma en una lucha por la supervivencia individual. Es una ruptura total de la confianza que desgarra el tejido de una comunidad”, concluye De Waal
Este texto es una adaptación de su original en inglés
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