En el Meta, un departamento marcado por el conflicto armado en Colombia, algunas mujeres han encontrado distintas formas de resistir. La organización EnRedHadas teje memoria y sanación a través del arte, convirtiendo el tejido en un símbolo de lucha y resiliencia. Además, el movimiento Yo Puedo, que lucha por los derechos de las mujeres y niñas, apuesta por la formación política, siendo la participación de las mujeres clave para transformar el territorio y construir una paz duradera.

EnRedHadas nació como un acto de rebeldía. En 2019, un evento sobre mujeres se desarrolló en la gobernación de Villavicencio, la capital del departamento colombiano de Meta. A varias de las fundadoras no se les permitió entrar. Pensaron que ahí adentro se estaba discutiendo sobre su futuro, sin su presencia; pero no se quedaron solo con el pensamiento. “Entonces dijimos, vamos a montar un grupo de mujeres por la paz”, relata Ángela Cañaveral, presidente de la asociación.

Mientras habla, Ángela organiza su puesto en la Galería del 7 de agosto, en la ciudad de Villavicencio, en donde vende una gran variedad de productos hechos a mano. Ese lugar es una de las tantas estrategias que se han ideado para financiar el proyecto. 

“Aquí nos encuentra en muchos municipios, pero todas trabajamos en red y siempre estamos muy unidas”, asegura. 

Ángela llegó a Villavicencio en el 98. Era un “pueblito muy pequeñito”, comenta, no como ahora en donde sus fronteras parecen no tener principio ni fin. Muy joven quedó viuda y tuvo que darle un vuelco completo a su vida. Su esposo le había dicho que se fueran al Guaviare, “en la época de la coca”. Al principio, tuvieron una vida “maravillosa”, pero llegó el día al que Ángela se refiere como “fatal”. 

“Nos trajo una desgracia”, añade. “Se nos transformó la vida, porque se formó una guerra muy dura”.

Entonces, desaparecieron a su hermano y su esposo falleció. Tuvo que desplazarse. “De mi hermano no sé nada”, señala. Meta es uno de los departamentos más tocados por las desapariciones forzadas con 8.542 víctimas, según la Comisión de la Verdad, el tercero que más ha sufrido de estos crímenes.

Llegó a Villavicencio sin saber cómo iba a subsistir. Trabajó en lo que fuera, vendió en las calles, limpió casas y luego empezó a tejer. 

“Comencé el tejer, hice una moña y me quedó muy hermosa, hice la otra y comencé a formar el tejido”, cuenta. 

Ahora el tejido no es individual, es una tarea compartida con sus compañeras: “Tejemos memoria, pero también tejemos moñas, blusas, zapatos y bolsos. El tejer y construir esta paz tan anhelada se nos da como toda esa red que hacemos, como hadas, enredadas”, añade. 

Uno de los principales objetivos de EnRedHadas es ofrecer a las mujeres que llegan a Villavicencio sin recursos, herramientas para lograr su independencia económica. Muchas de ellas provienen de zonas rurales y poseen habilidades relacionadas con la agricultura, pero al llegar a la ciudad enfrentan nuevos desafíos, ya que los requerimientos urbanos son diferentes.

“Aquí se le abren puertas. Y ya lo hemos hecho con muchas personas”, asegura.

Con meticulosidad, Ángela cierra su puesto. Todos la conocen y se despiden de ella con efusividad. Va camino al Parque de los Periodistas. Allí espera a sus otras compañeras, las que están en Villavicencio, porque varias de sus integrantes han recibido amenazas y han tenido que dejar sus territorios.

Juntas llegan Amparo, Rocío, Paulina e Himelda. Se abrazan y ríen. Ríen mucho. Se hacen bromas las unas a las otras.

Luego, como si se tratara de una bolsa del personaje de la niñera con poderes mágicos de la película Marry Poppins, Ángela saca papeles, hilos, hojas de su cartera. Himelda toma la única aguja que tiene y comienza hacer un tejido. Sus manos avanzan con maestría. 

Así, mirando a su tejido, es más fácil hablar de su historia. De su hijo desaparecido, su posterior secuestro, las torturas a las que se enfrentó. “Mi vida es larga”, asegura. En el tejer encontró una manera de sanar.

"Al concentrarme en el tejido, ya no pensaba tanto en mi problema, en mi dificultad", relata Himelda.

Sus manos siguen dándole forma al tejido y cuenta que estuvo en cautiverio durante cuatro años. La secuestraron cuando fue en búsqueda de su hijo. “Fueron cuatro años en el cual se vivió abuso sexual, tortura, cosas que verdaderamente te marcan la vida a uno como ser humano”, relata.

Hace unos años, a Himelda le asombraría estar hablando de esas experiencias. Sin embargo, conocer a las enredadas, ha sido terapéutico. Asegura que ha ido cerrando las cicatrices a través del arte

“Y aprender uno a escribir y a leer es muy bonito, muy bonito porque es como los números, no tiene fin”, afirma.

El arte como guarida

A su lado está Rocío. ‘Rocío Durcal’, le dicen entre risas. Tal como a Himelda, ese grupo y el arte le han devuelto la voz. Ahora, le ha regresado la confianza de poder hablar sobre la desaparición de su hijo.

“Al principio fue muy duro contar esta historia, pero gracias a Dios hoy en día tengo la fortaleza de poder hablar”, asegura. 

A Iván Darío López Castillo la guerrilla de las FARC lo desapareció en 2001. “Mi niño tenía 16 añitos y supuestamente lo llevaron castigado por dos meses”, cuenta. Ella, como Himelda, lo fue a buscar y se encontró con una dura realidad. Un comandante le dijo “no pregunte, es mejor que se quede quieta, no venga a buscar nada, no escarbe”.

“Me dolió, era como si me hubiera metido un palmadón. Y le dije, cómo que no va a preguntar si es que es mi hijo”, sentencia.

“Y además yo no parí hijos para la guerrilla”, afirma. 

Lo que siguió fue otra pesadilla. Estuvo retenida junto con sus hijos y al cabo de unos meses, Rocío se enfrentó a una imagen que cambió el curso de su vida a la fuerza. 

“Cogieron a mis niños a ponerlos a cargar armas. Entonces fue ese detonante”, señala. Recuerda las palabras que les dijo a los guerrilleros: “Si ustedes me van a quitar mis otros dos hijos sobre mi cabeza, mátenme”.

Después de ese episodio, Rocío perdió el hambre y el sueño. Entró en un gran estado de depresión. Sin embargo, algo en ella cambió cuando encontró historias parecidas a la suya. Entendió que no era la única. 

En EnRedHadas ha aprendido la importancia de los símbolos. Mientras cuenta su historia agarra un trozo de papel. Le hace unos pliegues y va dándole forma. Unos minutos después tiene un barquito en sus manos. Es la representación de su hijo. La encontró al momento de montar una obra de teatro con el colectivo y desde entonces lo replica como una forma de memoria. 

“El recuerdo de él son estos barquitos de papel, porque él desde siempre, desde niño, cuando iba al río él se ponía a jugar con sus barquitos de papel mientras yo lavaba”, recuerda. 

Entonces, la voz de Rocío se entremezcla con las de sus compañeras. Entonan una canción a una sola voz. Acompañan su dolor a través de la música. 

“En un barquito de papel, que está por naufragar, socórrelo, corrígele el timón, mi amor, tal vez sea yo, quizás soy yo, recordarás que así era yo”, cantan. 

Una luz de esperanza en medio del recrudecimiento del conflicto

La paz en Colombia vive un momento complejo. Hace tres años el primer presidente izquierdista llegó al poder. Gustavo Petro prometió alcanzar una paz total en todo el territorio e impulsó varias conversaciones con los distintos grupos armados del país. Sin embargo, el año comenzó en medio de un recrudecimiento del conflicto, especialmente en la región del Catatumbo, en Norte de Santander. Los enfrentamientos causaron decenas de muertos y más de 50.000 desplazados.

La situación preocupa a las integrantes de EnRedHadas. “En este momento a mí me parte el corazón ver tanta masacre, tanto derramamiento de sangre, porque parece que estuviéramos en las mismas, o peor”, asegura Amparo, quien también hace parte de las Corocoras del Llano, una organización de madres buscadoras.

“A mí me duele, yo veo a esas madres sufriendo por todo lo que está pasando. Tiene que ser uno una persona muy insensible para no dolerle lo que está pasando, la verdad a mí me duele”, agrega. 

Ella también sufrió de la desaparición de su hija. El 18 de septiembre de 2002 recibió una llamada en la que le dijeron que la habían asesinado. 

Las escenas de las madres afectadas por el conflicto parecen recordarle a las propias. “El dolor de una madre…uno nunca supera ese vacío”, señala. “Pero bueno, hoy en día, por el arte, por todo lo que he caminado, nos hemos fortalecido, hemos aprendido, y somos hasta apoyo para otras compañeras”.

Paulina comparte esa sensación. "Bogotá es una burbuja de cristal, Villavicencio también, pero miremos las partes rurales, donde las mujeres son muy marginadas", afirma. "Sí, se ha vuelto a recrudecer el conflicto, pero en las zonas rurales".

Ella tiene su propia forma de sanar lo que le sucedió. Su hija fue asesinada por los paramilitares. Paulina carga su foto en el pecho y hace muñecas que combaten el olvido. Las llama ‘las Cristinas’, en honor a su María Cristina.

“Yo cargo la foto de Cristina, para hacer memoria, porque el día que yo deje de hablar de ella, sería olvidarme de ella del todo, entonces ella está viva en mi corazón”, asegura.

Cada una a su manera, pero en compañía, como un gran tejido, las enredadas hilan la memoria y luchan contra el olvido.

La paz no conoce de edades en Meta

En el Meta, mujeres de todas las generaciones están comprometidas con la lucha por la paz. También en Villavicencio vive Katty, comunicadora de profesión, está convencida de que las mujeres son un pilar fundamental para luchas contra la violencia. 

Desde hace seis años hace parte de la organización ‘Yo Puedo’, que lucha por los derechos de las mujeres y niñas de Colombia. Conoció a las integrantes de ese movimiento en un picnic. En ese encuentro, se hablaba de la Línea Violeta, una ruta de atención para mujeres víctimas de violencia. 

“Me gusta mucho el poder contar historias, me gusta escuchar historias, y me gusta caminar el territorio, y creo que eso me lo ha permitido poder hacer esto”, asegura. 

A medida que relata cómo se vinculó a la organización, arregla todos los materiales para una escuela que impulsa el movimiento. Se trata de un espacio de formación para mujeres de distintos municipios del Meta en el que se les dará herramientas claves para la participación política.

“Tiene un enfoque más de participación, entonces, por ejemplo, las mujeres que hacen parte de esta escuela que vamos a iniciar, son mujeres que tienen aspiraciones políticas, o mujeres que muchas veces han estado como en todo el tema político, que son las estrategas”, afirma.

Las integrantes de la organización defienden que para alcanzar luchar por los derechos de las mujeres deben poder hacer parte de espacios de toma de decisiones y de tener representación.

Katty agarra sus pertenencias y se dirige a la oficina de la organización. Mientras imprime más material comienzan a llegar decenas de mujeres de otras zonas del departamento. El lugar se llena de maletas y materiales. Hay una sensación de emoción. 

Hacia el mediodía todas se dirigen hacia un autobús que las transportará a Restrepo, un municipio a unos 40 minutos de Villavicencio. Al llegar, cada una se presenta. Hay mujeres de todas las edades, de zonas urbanas y rurales, de distintas profesiones, madres, campesinas, indígenas. Una heterogeneidad propia de las mujeres de Meta. 

“Para el Meta son muy importantes estos espacios, porque, es muy grande, es demasiado grande (…) y estos espacios o estas capacitaciones normalmente llegan al centro”, reconoce Katty y dice que es necesario que recorran todo el territorio. También señala que la diversidad de mujeres que asiste a la escuela es crucial, pues luego "ellas puedan ir a replicar esos espacios a sus comunidades, en sus municipios, y que la información llegue a más mujeres".

En la actividad también participa Leidy Joana Garzón. Es su segunda escuela y esta vez viene acompañada de su hijo, de tan solo unos días de nacido. Ella y su colectivo Musa han vivido en carne propia los beneficios de hacer parte de espacios como esos.

“El proceso nos permitió fortalecernos como asociación, como colectivo Además de los conocimientos de las compañeras que pudimos participar y adquirimos los conocimientos que luego replicamos en nuestro municipio”, señala. 

Para Leidy la participación política de las mujeres es clave para la construcción de paz. “Somos las mujeres las que hemos vivido todos esos procesos de guerra, somos las mujeres las que estamos siendo más afectadas, y por ser los entes más afectados, pues somos los entes que debemos participar todo el tiempo en el tema de construcción de paz, porque lo conocemos, porque las mujeres somos más sororas”, afirma.

El impacto va más allá de los talleres. Katty ha visto cómo mujeres que llegaban con miedo a hablar en público, al final del proceso se atreven a levantar la mano, opinar y cuestionar. "Nosotras siempre somos como que nos vamos muy contentas de que ellas, las pequeñas herramientas que nosotras les damos, las puedan replicar", dice

En una región marcada por el conflicto, donde las mujeres han vivido la guerra de cerca, iniciativas como la escuela de Yo Puedo son una apuesta para que ellas también sean protagonistas en la construcción de paz. Cada mujer que levanta la voz, se forma y regresa a su comunidad, es una potente voz que fortalece la participación y transforma el territorio.

France24

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