El político de centro-derecha, Rodrigo Paz, de 58 años, este sábado asume un mandato de cinco años en un país cargado de expectativas, donde se esperan cambios tanto en la política interna como en la proyección internacional. Fue elegido el domingo 19 de octubre con el 54,5 % de los votos, poniendo fin a dos décadas de control del Movimiento al Socialismo del expresidente Evo Morales.

Cuando se confirmó su victoria en las elecciones presidenciales del domingo 19 de octubre, Rodrigo Paz Pereira se dirigió a los bolivianos agradeciendo a Dios, la familia y la patria. Este sábado, al asumir el cargo, repitió esas mismas palabras: “Dios, patria y familia, sí, juro”, pronunció el nuevo mandatario boliviano durante la ceremonia de investidura.

Paz juró el cargo ante su vicepresidente, el expolicía Edman Lara, y ante los diputados y senadores electos en los recientes comicios generales, que también inauguraron una nueva legislatura.

A la ceremonia asistieron varios de los que probablemente serán sus principales aliados en la región: los presidentes de Argentina, Javier Milei; Ecuador, Daniel Noboa; Paraguay, Santiago Peña; Chile, Gabriel Boric; y Uruguay, Yamandú Orsi, además del subsecretario de Estado estadounidense, Christopher Landau.

También participaron la presidenta del Congreso de los Diputados de España, Francina Armengol, y la vicepresidenta de la Comisión Europea para una Transición Limpia, Justa y Competitiva, Teresa Ribera, en representación de la Unión Europea.

Entre los invitados figuraban el primer ministro de Perú, Ernesto Álvarez; el vicepresidente de Brasil, Geraldo Alckmin; y el canciller panameño, Javier Martínez-Acha, junto a los vicepresidentes de El Salvador, Félix Ulloa, y de Costa Rica, Stephan Brunner.

Desde China acudió el ministro de Recursos Hídricos, Li Guoying, como “enviado especial” del presidente Xi Jinping. En la ceremonia estuvieron también los expresidentes bolivianos Jorge Quiroga, Carlos Mesa (2006-2019), Jeanine Áñez (2019-2020), Eduardo Rodríguez Veltzé (2005-2006) y Jaime Paz Zamora (1989-1993), este último padre del nuevo jefe de Estado.

Fin de dos décadas de poder del MAS

Rodrigo Paz asume la presidencia en un contexto marcado por la escasez de dólares y combustibles en Bolivia, que ha disparado los precios de alimentos y servicios. Cuando se confirmó su triunfo, en La Paz y en otras ciudades del país, especialmente en las regiones andinas donde obtuvo un gran respaldo, miles de simpatizantes celebraron una victoria inesperada, ya que su candidatura no partía como favorita. Durante los últimos meses de campaña, Paz pasó de los últimos lugares en las encuestas a convertirse en protagonista de la contienda.

Este sábado 8 de noviembre sucede al presidente de izquierda Luis Arce (2020-2025), marcando un giro histórico tras dos décadas de predominio del Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales (2006-2019), interrumpido brevemente por el gobierno de Jeanine Áñez entre 2019 y 2020.

Su elección pone fin a una etapa caracterizada por las nacionalizaciones del sector de los hidrocarburos y las políticas de redistribución, y abre un nuevo rumbo político y económico.

En los últimos años, la crisis económica, la gestión de las finanzas públicas y la pugna interna entre Evo Morales y su sucesor Luis Arce deterioraron profundamente la imagen del MAS, que terminó perdiendo el poder en primera vuelta.

En la segunda vuelta, Paz se enfrentó a Jorge “Tuto” Quiroga, expresidente (2001-2002) y representante de una derecha liberal radical que dominó el país en las décadas de 1980 y 1990, antes de ser desplazada por la ola progresista que llevó a Morales al poder en 2006.

Paz fue presentado como una tercera vía entre esa izquierda desgastada y la derecha radical. Para muchos votantes, representó la posibilidad de conservar los avances sociales obtenidos durante los gobiernos del MAS sin renunciar a la estabilidad económica. Logró atraer el apoyo de comunidades indígenas andinas y de organizaciones campesinas desencantadas, pero también de la nueva burguesía aymara, surgida durante los últimos veinte años de bonanza.

Su lema de campaña, “capitalismo popular” o “platita para todos”, se traduce en un programa que propone créditos accesibles, incentivos fiscales para dinamizar la economía formal y la reducción de aranceles a productos que el país no produce.

“Vienen tiempos mejores. Bajar aranceles, bajar impuestos, harto crédito, platita para todos”, prometió en un mitin en junio. “Capitalismo para todos, no para unos cuantos”, repitió en varias ocasiones.

Un político con apellido histórico y discurso pragmático

Aunque se le presenta como una figura renovadora frente a la “vieja guardia” representada por Quiroga, Rodrigo Paz no es un novato en política. Ha sido alcalde de Tarija, diputado y senador. Es, además, heredero de una influyente familia política: hijo de la española Carmen Pereira y del expresidente socialdemócrata Jaime Paz Zamora (1989-1993), fundador del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR), partido que abrazó la economía de mercado en los años ochenta. Su padre participó activamente en la campaña, acompañando a su hijo en actos públicos y aconsejándolo frente a las cámaras.

El nuevo presidente es también sobrino nieto de Víctor Paz Estenssoro, tres veces presidente de Bolivia y artífice del voto universal y la reforma agraria de 1952. Su apellido, por tanto, está profundamente ligado a la historia política del país.

Para los analistas, como la politóloga María Teresa Zegada, Paz logró proyectarse como un político capaz de integrar a distintos sectores sociales de pequeños empresarios, comerciantes, sindicalistas y trabajadores cooperativistas, aunque durante la campaña fue criticado por la falta de definición ideológica. Algunos lo acusaron de evitar pronunciarse sobre temas sensibles, lo que alimentó dudas sobre si su gobierno se inclinará hacia la derecha o hacia el centro.

Él se defiende con el argumento del pragmatismo. “La ideología no da de comer; lo que da de comer es el derecho al trabajo y la seguridad jurídica”, dijo la noche de su victoria.

Sin embargo, su conducta no ha estado exenta de contradicciones: según la agencia de noticias AFP, fue visto recientemente con el estratega argentino Fernando Cerimedo, asesor de líderes ultraconservadores como Javier Milei o Jair Bolsonaro, mientras en campaña cerraba sus mítines con el eslogan de izquierda “Hasta la victoria siempre”.

La economía, el terreno más urgente

Su ascenso se explica también por una intensa campaña territorial en la que recorrió ciudades y comunidades rurales, y por la popularidad de su compañero de fórmula, Edman Lara, apodado “el capitán”.

Expolicía y figura mediática en redes sociales, Lara capitalizó un discurso antisistema centrado en la lucha contra la corrupción, al punto de eclipsar a veces a Paz. Antes del balotaje incluso llegó a amenazar con exigir su renuncia si no cumplía sus promesas.

Sin un partido sólido detrás, el Partido Demócrata Cristiano (PDC), con el que se presentó, es hoy una estructura vacía; Paz deberá construir alianzas en el Congreso para poder gobernar.

En el plano económico, afronta los mayores desafíos. La caída de las exportaciones de gas en los dos últimos años ha erosionado las reservas, ampliado el déficit fiscal y generado escasez de combustibles y divisas. En el primer semestre del año, Bolivia entró en recesión por primera vez desde 1986, con una contracción del 2,4 % del PIB.

Durante la campaña, prometió una apertura al sector privado y un control más riguroso del gasto público, pero descartó acudir al Fondo Monetario Internacional o aplicar un plan de austeridad. “No voy a pedir plata al Fondo Monetario Internacional. En Bolivia, si no roban, alcanza”, dijo en una entrevista radial. Su gobierno será evaluado pronto por su capacidad para resolver la escasez de dólares, los cortes de combustible y el aumento de precios.

Una diplomacia de apertura con condiciones

La llegada de Rodrigo Paz también marca un cambio en la política exterior boliviana. Con un discurso centrado en la “democracia como principio” y una visión que define como pragmática, ha prometido reorientar las relaciones internacionales del país. Asegura que abrirá Bolivia “al mundo”, salvo a los países “sin democracia”, razón por la cual no fueron invitados los gobiernos, que considera antidemocráticos, de Venezuela, Cuba y Nicaragua a su investidura. 

“Bolivia mantendrá relaciones con todos los Estados que respeten la democracia y los derechos humanos”, afirmó tras su victoria, subrayando que su gobierno buscará fortalecer los vínculos con aquellos que compartan esos valores. También ha insistido en que el país debe recuperar credibilidad ante sus socios internacionales, mediante una política sin tutelas ni alineamientos automáticos.

Entre sus prioridades figuran reposicionar a Bolivia como “interlocutor confiable” en la Comunidad Andina y en la Organización de Estados Americanos, además de reactivar el diálogo con la Unión Europea en temas de comercio, energía y cooperación judicial.

El nuevo enfoque diplomático busca diversificar alianzas sin comprometer la soberanía sobre los recursos naturales. Paz pretende mantener relaciones con China y Rusia, pero bajo condiciones “más transparentes y equilibradas”. En el ámbito regional, priorizará los vínculos con Brasil, Chile, Perú y Paraguay para impulsar proyectos de integración energética, comercial y fronteriza. El tono más conciliador hacia Chile, especialmente sobre el histórico litigio por la salida al mar, anticipa un diálogo menos confrontativo y más pragmático. 

Su visión exterior está estrechamente ligada a su programa económico de “capitalismo social”, que busca atraer inversión extranjera sin renunciar al control estatal sobre el gas y el litio. En materia energética, su administración pretende intentar tejer alianzas con la Unión Europea y socios latinoamericanos para avanzar hacia una “industrialización sostenible”.

Bolivia ante una nueva etapa incierta

El gobierno también aspira a un papel más activo en foros multilaterales, especialmente en los debates sobre cambio climático y transición energética.

Pese al tono optimista de las promesas de apertura, el nuevo gobierno enfrentará desafíos complejos. La guerra en Ucrania, la rivalidad entre Estados Unidos y China y las tensiones internas pondrán a prueba la promesa de equilibrio internacional de Paz. Su llamado a reducir la dependencia europea del petróleo ruso lo sitúa además en un terreno geopolítico delicado. 

En el plano interno, deberá gestionar las expectativas de una sociedad polarizada. Mientras algunos temen que la apertura al mundo derive en un retorno a políticas neoliberales, otros reclaman una integración más activa en la economía global.

Con EFE, AFP y prensa local

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