En la era de la información ultrarrápida, las noticias falsas se infiltran con la misma facilidad con que circulan los datos verificados.

El martes el gobierno de Estados Unidos, por voz de su presidente Donald Trump, hizo pública la versión de un supuesto ataque de sus militares a un "barco de narcotraficantes".

En principio, el señor Trump habló de un "barco", y que provenía de Venezuela cargado de drogas. Posteriormente se mostró un vídeo, con imágenes no muy claras: se ve una embarcación pequeña, que no tiene las dimensiones de un barco, más bien de una lancha.

El presidente estadounidense también habló de once tripulantes que habían sido muertos por el ataque de los militares estadounidenses: No han sido identificados hasta el momento, ningún familiar o relacionado de los supuestos muertos ha reaccionado; tampoco se ha confirmado de dónde habría salido la embarcación ni hacia dónde se dirigía.

Este caso viene a poner sobre el tapete que en estos tiempos es de alto riesgo dar crédito a cualquier afirmación, supuesta información o versión oficial o extraoficial que se ponga a circular sobre cualquier tema.

Porque, en medio de la desinformación, lo que más debe preocupar no es solo el alcance de la "noticia", sino el daño que provocan la demora en la verificación y la posibilidad de que se manipulen emociones, contextos y escenarios locales e internacionales.

Se debe distinguir entre lo que está documentado y lo que es especulación, hipótesis o propaganda.

Hoy se pueden crear vídeos mediante Inteligencia Artificial que pueden parecer verosímiles, pero que no prueban nada por sí mismos. Los llamados deepfakes, la síntesis de voces y la edición de imágenes pueden hacer creer al público que presencia hechos que nunca ocurrieron o que ocurrieron de forma distinta.

En un contexto geopolítico tenso, una narrativa fabricada puede generar escaladas, desconfianza entre naciones y decisiones políticas impulsivas. Por ello, la responsabilidad de los medios y de los creadores de contenido es mayor que nunca: confirmar, verificar y presentar pruebas contrastables antes de amplificar cualquier versión.

Cuando se trata de fuerzas militares y operaciones potencialmente críticas para la seguridad regional, la cautela debe ser la norma, no la excepción. Los hechos deben ser sustentados por fuentes verificables: comunicados oficiales, registros independientes, imágenes con metadatos, y, cuando sea posible, verificaciones de terceros que no dependan de un solo bando.

Este caso nos recuerda dos principios básicos del periodismo y la ciudadanía informada. Primero, la prioridad de la verificación antes de la difusión. Las plataformas y los medios deben implementar procesos de revisión rigurosos para cualquier material relacionado con conflictos, especialmente cuando se apela a pruebas visuales que podrían ser falsas. Segundo, la necesidad de contextualizar: ¿qué sabemos, qué no sabemos y qué queda por confirmar?

La verdad no siempre llega al primer intento, pero sí merece ser encontrada, con paciencia, rigor y transparencia. En un mundo saturado de imágenes creadas para persuadir, la claridad sobre lo que es real y lo que es fabricación, es más crucial que nunca para evitar que una noticia falsa marque el ritmo de nuestros temores y decisiones.

Y el proceder con rigor antes de tomar decisiones y asumir con verdad todo lo que proviene actores interesados, gobiernos y políticos sobre todo, no es sólo válido para los medios de comunicación: también debe serlo para quienes toman decisiones desde la dirección del Estado.

Se debe distinguir entre lo que está documentado y lo que es especulación, hipótesis o propaganda.