Cada mes, la Dirección General de Migración de República Dominicana informa sobre la deportación de quince mil migrantes haitianos indocumentados, poco más, poco menos.
Esta cifra, que se ha vuelto recurrente en los reportes oficiales, es solo la mitad de la historia.
La otra mitad, igualmente preocupante, la vemos a diario en los reportes de las mismas autoridades, que, auxiliadas por el Ejército Nacional, anuncian la captura de traficantes de migrantes con decenas de haitianos.
Esta paradoja evidencia que, mientras se expulsa a unos por una puerta, otros logran entrar por la otra, a menudo con la ayuda de redes criminales.
Esta contradicción sugiere una debilidad fundamental en el sistema de control fronterizo. Si las deportaciones se suceden a un ritmo tan alto, ¿por qué el flujo de personas indocumentadas no se detiene?
La respuesta no puede ser solo la desesperación de los migrantes haitianos que, exponiéndose a los riesgos más peligrosos, pagan a los que se lucran con el tráfico humano tanto en Haití como en República Dominicana.
Mientras el gobierno invierte recursos considerables en devolver a los migrantes a su país, los traficantes, con sus métodos cada vez más sofisticados, están siempre un paso adelante, garantizando que el ciclo no se detenga.
Es obvio que hay una estructura detrás, un negocio lucrativo que se beneficia de la precariedad y que, al parecer, opera con una impunidad que desafía los esfuerzos de las autoridades.
El hecho de que los traficantes, conocidos popularmente como "buscones", sean capturados tan a menudo, pero el flujo persista, nos obliga a preguntarnos si las medidas actuales son suficientes.
¿Dónde está el punto de quiebre? ¿Se está atacando realmente la raíz del problema o solo sus manifestaciones? La debilidad parece residir no solo en la porosidad de la frontera, sino también en la efectividad de las estrategias para desmantelar estas redes criminales.
Las deportaciones, aunque necesarias para el control migratorio, se convierten en un acto de bombeo y succión. Mientras el gobierno invierte recursos considerables en devolver a los migrantes a su país, los traficantes, con sus métodos cada vez más sofisticados, están siempre un paso adelante, garantizando que el ciclo no se detenga.
Es hora de que el foco no solo esté en la salida, sino también en la entrada. Se necesita una estrategia más integral que ataque el negocio del tráfico de personas, persiga a quienes lo financian y, sobre todo, identifique y elimine los puntos de corrupción que permiten que este flagelo prospere. Solo así se podrá romper este círculo vicioso.
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