El desconcierto y la estupefacción se combinan continuamente. Antes de salir del asombro o la indignación por la narrativa de decisiones y políticas locales e internacionales decepcionantes, ya hay nuevas versiones de otros sucesos que nos conmueven e impactan nuestra capacidad de asombro, de indignación y de resistencia.
Fue el ultraderechista y asesor político Steve Bannon quien dijo que la sucesión agitada de decisiones e informaciones complejas iban a contener cualquier acción contraria de los agitadores democráticos y de izquierda, pertenecientes a países y corrientes de mierda.
Se han cumplido sus presagios. Día tras día el presidente y el gobierno de los Estados Unidos sorprende al mundo con las decisiones más insólitas e inverosímiles, sin que las instancias de contrapeso en Estados Unidos puedan reaccionar y defender el sistema que durante cientos de años le dio fortaleza y poder a esa gran nación.
Desconcierta que sean los intelectuales y los artistas los que reaccionen con mayor indignación, por los medios en sus manos. Y cada vez hay más reacciones indignadas, como la decisión valiente de la Universidad de Harvard de resistirse al control y manipulación del sistema educativo universitario, por parte del gobierno. Trump no solamente bloqueó el acceso legal de la Universidad de Harvard a fondos públicos para el sostenimiento de sus programas, sino que le acusó de estar al servicio de la izquierda, de la República Popular China, y de promover el antisemitismo, quitando espacio a los norteamericanos y brindando espacio en sus aulas a estudiantes árabes y chinos. Le acusa de traición a Estados Unidos, y a la vez emite una decisión que impide a la más prestigiosa universidad del mundo admitir estudiantes extranjeros en sus programas de estudios.
De lo que se trata es de utilizar el poder abusivamente para afectar a quienes piensan y actúan diferente al criterio del presidente de los Estados Unidos. Se parece mucho a una dictadura.
La Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos se doblega nuevamente, ante la voluntad del presidente que ya ha dictado prisión contra jueces norteamericanos, y le permite continuar con la eliminación de los programas de Protección Temporal dictados por ejecutivos anteriores a personas perseguidas y afectadas en sus derechos en Cuba, Nicaragua, Venezuela, Haití y otros países, y ya una parte de las personas protegidas vuelve a tener órdenes de deportación inmediata por los agentes de migración.
Los daños terribles a la vida de las personas son difíciles de calcular, pero Estados Unidos está poniendo en acción políticas segregacionistas, injustas, marcadas por un sello ideológico. El presidente de los Estados Unidos dictó órdenes que abren las puertas de ese país a los blancos sudafricanos o afrikáners, que fueron los europeos establecidos en Africa del Sur que establecieron el Apartheid, y que ahora Trump recibe como si se tratara de héroes que estarían siendo perseguidos y asesinados por el gobierno que encabeza el presidente Cyril Ramaphosa, quien esta semana visitó la Casa Blanca, y fue testigo de las versiones sin confirmar más insólitas: Que hay un genocidio de los blancos en Africa del Sur, que hay varios cementerios de blancos asesinados y que existe una persecución contra estos.
Y se analiza la imposición de un impuesto a las remesas que proceden de los Estados Unidos, por el trabajo de millones de migrantes y descendientes de numerosos países, que representaría un durísimo golpe a la economía de México, principalmente, y de varios países de América Latina, incluyendo a la República Dominicana.
¿Quién puede contar ahora con los Estados Unidos como un aliado confiable? Pocos países, o ninguno. La lealtad está con los intereses de los ricos, porque precisamente hace apenas unas horas que la Cámara de Representantes aprobó la propuesta de reducción de los impuestos a los más ricos, cuando Estados Unidos tiene la mayor deuda del mundo, superior en por lo menos 12 trillones de dólares a su PIB. Es su política, es su voluntad, a la que tienen absoluto derecho los norteamericanos.
Y en el país, es desconcertante que los inspectores de migración estén comenzando a actuar selectivamente, no ya contra haitianos en Friusa y Matamosquitos, sino en la capital, con el apresamiento e inicio del proceso de deportación de una trabajadora de la ex diputada Guadalupe Valdez, que fue ida a buscar a su residencia en la Ciudad Colonial. Hija de migrantes haitianos, nacida en Barahona hace 27 años, la joven recientemente había perdido a su compañero por envenenamiento. La ex diputada resistió a las agentes de migración, pero no fue posible evitar que se llevaran a la persona que le ayuda en su residencia, junto a su esposo, Onofre Rojas, ex diputado y dirigente político.
Insistimos, la persecución de migrantes pobres -además de ser personas desamparadas que huyen de la violencia social y política de su país- no debe ser el legado que el presidente Luis Abinader debe dejar de su paso por el poder. Ya ha tenido amplios progresos en materia de transparencia en la gestión pública, que debe seguir profundizando, y en la independencia de un Ministerio Público profesional y no politizado. Seguir las redes sociales y la toxicidad que se hace relevante en ellas, no es una sana y correcta mirada de la situación del país. Estamos entrando en situaciones extremas, que podrían desencadenar aún políticas y actuaciones negadoras de la democracia, de la transparencia, de la decencia y del respeto a los derechos humanos.
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