-I-
Lo dije para provocar.
Naturalmente, él no se dejó.
¿Qué decir? El tipo se las sabía. Era un filósofo de verdad. Un pensador. Y además, un tiguere (así, mal-decido y todo, como lo escribiría un dominicano).
Voz en cuello, yo enunciaba con tono intelectual de domingo al caer la tarde en la difunta Cafetera: “Juan Sánchez Lamouth, a quien admiro muchísimo, era trujillista, pobre y negro. Solo le faltó ser maricón, tercato y enano para tener todas, absolutamente todas las de perder.”
Yo pedía mi cuarto vodka. No había comido nada en todo el día. Observé al filósofo mientras la afirmación, dicha con toda la categoría que el etílico e histrión me permitían, se hundía en su cerebro.
Alzó su copa. Observó su contenido: un rosé que comentábamos hacía momentos como si Giambattista Tiépolo hubiera sido el dueño de las uvas.
Era una tarde placentera de noviembre en la terraza o patio interior de Mamey.
Lo de Lamouth me vino en un intento insostenible de sabotear la memoria de sus poemas que tengo, además de una que otra anécdota que de manera dispersa me habían hecho en corillos no tan sanos. Una, en particular, era protagonizada por Aida Cartagena Portalatín, el propio Lamouth, el amigo mio, y una novelucha de las escritas por Best Seller. En ella, Lamouth rehuía de la Cartagena Portalatín porque le había prestado sin saberlo un libro que Lamouth nunca le devolvería.
Sin embargo, el edificio del filósofo no se derrumbó, como yo esperaba. Ingenuo, me quedé a la expectativa del primer indicio del estrépito. Se requería mucho más que eso. El se estaba divirtiendo.
Ahora, yo quiero que tú me digas por qué dices eso de Sánchez Lamouth, me solicitó. Y repuso: me parece cruel, sobre todo porque dices que lo admiras mucho. Tamaña admiración. Imagino que es la crueldad de la envidia.
Asentí.
De ahí en adelante, yo hice lo que pude. Hay momentos en que una discusión, ya sea para ventilar cosas serias y profundas, o frívolas y divertidas (son exactamente lo mismo), te toma por sorpresa y no sabes qué responder. Muy serio, murmuré cosas sobre vender su consciencia y admirar al tirano, como evidentemente hizo Sánchez Lamouth. O eso pensaba yo en aquel momento… quizá la verdad es mucho peor. Quizá sus elucubraciones nacían de una verdad que solo él creía… como suele sucedernos a todos. Quizá esas eran sus verdades, sus certezas, la vasija de su fe, de una fe irredenta en las bondades de un dictador.
Hoy, no se.
En ese entonces, el filósofo descartó todo eso con un gesto de la mano. Así como uno se despide de alguien. Y en su rostro se dibujó un mohín.
Dijo: “bah!”
Dijo: quédate con su poesía. Después de todo, no hay más que buscar.
-II-
Sánchez Lamouth era un hombre que bebía. Que bebía mucho. Frecuentemente. Es decir, que era un hombre derrotado… sentenció, dejando que el peso de las palabras me hundiera aún más.
“Todos lo hemos sido. Todos somos derrotados cada día. Aún en la victoria, la derrota nos acecha agazapada en la oscuridad. Ahí está, mirándote. Al doblar la esquina. Al torcer en una curva del camino, te espera ahí, justo ahí… donde tu menos la esperas. Porque ella sabe que bajarás la guardia con el tiempo. Te sentirás seguro. Porque la derrota tanto como la victoria eres tú. Y así, todos nosotros seremos derrotados eventual y definitivamente por la vida,” dijo.
Continuó: la derrota es inherente al ser humano. Tiene que ver con su evolución, que es su declive. Es su historia contrapuesta a su cultura, a la política, a los deportes, a su quehacer nacional como ente público. La derrota es algo inmanente… orgánico, fatal, sin cuyo sentido interpretado por nosotros no podemos vivir.
Luego de dar un breve sorbo a su copa de vino dijo:
“La derrota comienza desde el momento en que nacemos”.
-III-
La derrota es un tema tratado a partir de distintos nombres por todo tipo de filósofo habido y por haber.
-IV-
El filósofo habla de Nietzche.
Dice: Nietzche caminaba mucho.
Le digo que sí, que Nietzche caminaba más que un loco.
El filósofo se ríe de buena gana.
No lo había visto así, desde ese punto de vista, dice.
Cuando Nietzche está pasando unas vacaciones en Turín (en aquella época la gente se curaba de sus dolencias, sobre todo si eran del alma, viajando) debido a sus crecientes espasmos cerebrales.
La anécdota es harto conocida. Nietzche camina por la acera justo fuera de su hotel, donde ve a un cochero azotando un caballo. El caballo sufre. Inmediatamente, Nietzche lo abraza. Llorando, le pide perdón por lo que dijo Kant.
He aquí un hecho público… dentro del anecdotario nietzcheiano, es quizás la que más y mejor ilustra la culminación de un proceso de locura o de iluminación constante, largo y sin pausa. Por haberse vuelto loco, Nietzche y su Zarathustra se convirtieron en celebridades oscuras dentro del parnaso literario mundial, quizás más que ningún otro filosofo. Es, sin duda alguna, un logro del cual ni siquiera él estaba consciente. El filósofo, de alguna forma misteriosa, está muy lejos de sus contrapartes literarias, figuras como el poeta, el cuentista, y el novelista. Está lejos de los escritores. Y de los periodistas ni se diga. Un filósofo, en el área operante (academia, sus oficinas, o viceversa), trabaja en una especie de claustro público.
El primer filósofo creía que el sufrimiento y la derrota no eran obstáculos para la felicidad. Pero Nietzche no fue feliz.
Pero eso no me ocupa ahora. Lo que sí me ocupa es la remembranza del filósofo a la luz de lo que él enseñó en sus libros sobre Nietzche. Sus enseñanzas (si es que Nietzche era consciente de “enseñar” algo), sobre las respuestas que damos al sufrimiento nos muestran dos escuelas de pensamiento básicas. La escuela de la intimidad, que internaliza la enseñanza. Y la escuela que externaliza el desarrollo personal… Básicamente, divide a la humanidad en el ser apolíneo y el ser dionisíaco, a partir de El nacimiento de la tragedia. En estos principios de la realidad, la humanidad se divide en la razón (Apolo), y la irracionalidad, o el desenfreno (Dionisio). Es, en este orden, que la pretensión de imponer un orden racional hizo triunfar al individuo teórico, apolíneo, sobre el trágico, o dionisíaco, por lo tanto desenfrenado, que predominó en la era presocrática.
No puedo evitar la risa.
¿Qué hubiera pensado Nietzche de estos tiempos en que vivimos?
“En la Genealogía de la moral, ”cuando el resentimiento es creador de valores, se invierte la mirada y aparece la moral de los esclavos, que invierte los valores de la moral de los señores”, dice el filósofo. Este ser humano “que dice sí a vivir”, asume que “donde hay vida, hay voluntad de poder, de superación”. Pienso que se trata de un impulso por el que la vida tiende a exteriorizar su fuerza, su poder. No es una voluntad de dominio sobre un pueblo, en sentido político. Para Nietzsche, la voluntad de poder es individual, entendida como fuerza creadora de valores.
Y por lo tanto, destructora también.
Lógico. ¿No?
-V-
La lógica es un invento del ser humano, útil en la lucha por la vida: al someter lo individual a lo universal, nos hace seguros, pues ordena la experiencia y hace posible la vida social y el desarrollo de la ciencia, pero no descansa en principios objetivos. La filosofía es la historia de un error filológico: confundir el lenguaje con la realidad, olvidar el carácter metafórico del concepto.
Esto nos lo dice un entendido.
Me traen sospechas los entendidos.
Yo tengo mucho tiempo leyendo a Nietzche. Sus libros me han acompañado intelectualmente desde que era un mozalbete emocional. Y aún así, jamás diría que soy un entendido, o un especialista, o algo que se le asemeje. Nietzche es un ideal para mi. Alcanzar su estadio es algo que está cercano a la más absoluta locura.
Y si, Nietzche arrancó de cuajo la máscara a la cultura occidental, tanto en lo operativo como en las diversas formas en que se comporta a nivel de estructura social. Con su muerte de Dios, Nietzche se refirió a los valores morales y a esas grandes verdades que se fundamentan en la divinidad y en el mundo suprasensible.
Le digo al filósofo: Si Nietzche estuviera vivo hoy, fuera un servidor de misterios.
El filósofo se rie.
Oigo su risa.
Y pienso: todo esto ya pasó. Todo esto pasará.
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