Recién acabo de leer un libro cuyo título fue (es) una indulgente jugarreta. «Anécdotas de Principiante». Me dio la ligera impresión de ser un libro de narrativa, o donde la prosa poética, al menos, abarcarse la inmensidad de sus páginas justamente como “anecdotario”. Pero no, es un poemario. Rotundo y versátil en su expresión lírica, sus temáticas y en su mismísima poética. Cortesía de Elsa Báez de Amorós y su casa editora Poetas de la Era, esta entrega de la autoría de Vanessa Martí Gell, es una invitación para degustar versos donde la palabra se asoma a la página en blanco desnuda e inspirada, convirtiéndola en abrigo y rasgadura simultáneamente. En «Anécdotas de principiante» el verso se construye como un tránsito entre la ternura y la crudeza, entre el anhelo del amor y la consternación por sus heridas. El libro, con una singular diversidad de registros temáticos, edifica un mosaico poético que, a mi juicio, es un auténtico manifiesto de una voz lírica jovial, optimista y convincente que se ha atrevido a escudriñar la vida, pese a su crudeza, con sublimes fibras de sensibilidad, mirada que la autora ha sabido traducir en símbolos y metáforas de innegable pujanza lírica.
Luego del traspié con su título, quedé gratificado con cada texto, unos más que otros, como es de esperar de todo libro de poesía, pero lo cierto es que este “anecdotario” de poemas les puede dejar sin dudas un sabor sumamente agradable al paladar de cada lector, la banda ancha de su espectro temático así lo garantizan, y por demás, el tratamiento generoso conque la autora condimenta sus decires.
En los textos que conforman este libro, el amor aparece como común denominador dentro de sus páginas, Vanessa Martí lo asimila y expone como mito y condena, locura y esperanza, juego y destino, -sal y pimienta diría yo-. Por momentos pareciera el soliloquio de un ser que con-versa consigo misma en la soledad acompañada de la muchedumbre, no frente a un espejo o postrada anochecida en una mecedora, sino deambulando y sorteando la multitud de vidas que la incitan. Así me la he imaginado en el acto -o el rapto- escritural. Así, por ejemplo, en el poema en «Amor Mítico», el sentimiento del hablante lírico se reviste de atributos telúricos y asociaciones sorprendentes: una jaba, común e “insignificante” del mercado se convierte en arca para el corazón, una hamaca campesina, por otra parte, en escenario de reposo o de vaivén amoroso, la noche estrellada en lecho donde los cuerpos se reinventan en su danza. En este poema, por ejemplo, la poeta manifiesta su capacidad de elevar aquello que es por naturaleza cotidiano a la categoría de mito, de alegoría y visión, para recordarnos que el amor, aun en su fragilidad, es también esa energía originaria que cimienta mundos interiores. Más adelante nos detendremos en este y otros poemas, cuyas impresiones fui dejando en notas que me gustaría compartirles a manera de provocación.
La lectura que disfruté en este libro me llenó de placer con el poema «El Loco», un texto que se distancia del anterior en el sentido en que el propio sentimiento del amor es tratado aquí desde la otra perspectiva de la vida, desde ese estado de enajenación y delirio que se vislumbran en determinados seres – alados seres, extravagantes seres diría mi hermano y pintor Jimmy Verdecia, quien ha retratado, por cierto, a muchos de estos “obreros de la alucinación”, “Erudito de amor” le llama desde el primer verso nuestra autora. En el poema la figura del amante es también vista como un “actor”, un “mártir”, un volatinero de su propio destino. El poema se me antoja una exploración entre eros y locura, deseo y pérdida de control, como si fuese condición crucial e indispensable de una y otra en su existencia. ¿O sí? Pero hacia el final del texto, sin embargo, Martí Gell nos recuerda que amar es rozar la frontera peligrosa del desvarío. “Quedarás en la amnesia que grata me visita.” Nos dice hacia el verso final.
Página inmediata aparece un texto que salta con inusitada alegría. Una reflexión sobre el estado de bienestar ocupa el lugar central en «La Felicidad», donde la poeta reconoce en ella no un estado permanente del ser, sino una dádiva, acaso fugaz, cual “gotas de lluvia” que mojan la tierra y permiten su germinación. En esta pieza se cuela sutil una filosofía de la vida: la felicidad habita en aquellos instantes pequeños, “son aquellas pequeñas cosas” pareciera decirnos, y en la capacidad de asumir y metabolizar la incertidumbre, en la aceptación -o la acepción- de lo pasajero como lo único permanente. El texto establece cierto paralelismo entre lucha y júbilo, derrota y resurrección, hasta proponer la felicidad como destino definitivo, pero también como conquista diaria del individuo puesto que en ese batallar de la vida «nacemos los ciegos, moribundos esclavos del amor.» Y nueva vez El Amor es abanderado en la poética de Martí Gell.
He dicho múltiples ocasiones que todo poemario es un equilibrio que tiende a la circularidad, incluso hasta por contrastes estéticos, temáticos o los disímiles tratamientos que la poeta ofrece a los lectores y, «Anécdotas de principiante», no es la acepción. En sus páginas cohabita esa condición, con mesura y donaire. Ahí aparece el texto «Inevitable» para corrobóralo. Por contraste con los anteriores se sumerge en las oscuras aguas del desamor. El poema es un testimonio de la “inocencia” rota, de “ignorancia” asumida y de la inevitable caída que genera la separación del ser amado(r). Sus imágenes alternan, contraponen, alaban y desdeñan al unísono la dulzura de la miel, y el rocío, “amor suele ser miel que se derrama entre nubes de algodón”, con la aspereza de la arena y la luz robada por el ocaso, “la arena que decora al mar suele quemar los pies”. Versos donde el yo lírico podría reconocerse como bufón condenado a vagar en desiertos de aguas saladas, nos dice la autora; metáforas desgarradoras, condición lastimosa en que nos hemos visto quienes hemos amado y desde la soledad amorosa procuramos evadir “el golpe rotundo inevitable”, claro, del amor. ¡Lance la primera piedra quién no!
Y así como el amor y sus sinsabores se adueñan de ciertas páginas en «Anécdotas de principiante», Vanessa plasma otros poemas evocadores, recurrentes y que de alguna manera nos pudieran funcionar como antídoto, de barrera digamos, para cincelar, por momentos, nuestras almas. Fue cuando nos asomamos al texto «Donde habita el olvido», título que, inexorablemente, nos remite a la canción de Joaquín Sabina, es una evocación inevitable, una remembranza inaplazable, es verdad, pero al mismo tiempo resulta un poema con personalidad muy propia, es otra verdad como para no olvidar. Además del título mismo, este verso encabeza y se dispersa a la largo del poema casi a manera de anáfora, pero he de reconocer que cuando relees el texto, la repetición insistente del verso inicial, lejos de operar como esa invocación natural, se siente como un exorcismo, el “olvido” va apareciendo, no como el vacío helado que se empoza en el individuo, sino como disfraz del amor; la autora se ocupa de hacernos sentir que “es el abismo compañero del amor”.
Sin la menor duda Vanessa se ha manejado muy bien entre el sitio aquel “donde habita el olvido” y este otro “donde guardo el corazón” como dice el propio Sabina, en otra canción claro, pero sucede con más frecuencia de lo que imaginan nuestros sujetos líricos, y sucede, además, que el poema nos muestra una paradoja del olvido: no es negación del amor, sino su oportuna persistencia enmascarada, vean como lo escribió Martí Gel: “no hay peor olvido que el que de amor se viste para habitar en el abismo.” En fin, el rastro indeleble que se viste de renuncia y al mismo tiempo es “furia atormentada de deseo”. ¿Realmente olvidamos lo que olvidamos?
Nada, en cuestiones de amor y olvido, también soy un principiante con su propio anecdotario a cuestas.
Ahora, donde la sensibilidad social, emocional y literaria de Vanessa Martí Gell se descubre con vehemencia es en el poema «El Viralata», texto en el que la voz lírica es asumida por un perro callejero. Y es a través de esta perspectiva, donde la poeta nos desnuda, canta, denuncia, atrapa, seduce, reverencia y expone la ternura y el amor incondicional, inconmensurable, de los animales, pero también denuncia la indiferencia, la apatía y la impiedad humanas. “Traicionera suele ser la mano que me alimenta” resume la contradicción de una existencia marcada por el desamparo, vista desde la perspectiva canica. Este texto, con su tono confesional y su simbología ética, trasciende lo anecdótico para desdoblarse en parábola sobre la necesidad de practicar la compasión humana, no como utopía, sino como filosofía de vida.
Pero extraño el Ser poeta que no le cante a la sensualidad, al deseo por el otro, ¡qué digo extraño! No es posible, no cantarle a la sensualidad que nos define, identifica, edifica y tres puntos suspensivos. Ahí aparecen entonces sus varios textos dedicados a revelarnos un sujeto deseado, apetecido, por cuya geografía corporal se siente deslizarse a la autora-sujeto lírico con las razones de la carne transitando el puente del erotismo desde una sutileza que bordea la desesperación.
La demostración más inmediata del deseo carnal que me viene a la memoria se encuentra en su poema «Desiertos». Un texto con su expresión más simbólica sobre lo referido, a mi juicio, dentro del poemario. El poema exhibe un lenguaje sensual y metafórico donde el cuerpo del amado se nos presenta como geografía recorrida, mares, arenas, oasis. Y desde luego la tácita alusión a Venus, deidad romana del amor, exponente de belleza por antonomasia y claro, dueña de la fertilidad que sostiene la leyenda hasta nuestros días con naturaleza simbólica. Hay, en este poema, ese pasaje del amante que pide ser “arena”, ser “desierto”, ser en definitiva materia que se disuelva en la inmensidad corpórea del otro. Notemos que no es una pasión desenfrenada del verso, quizás puro o irracional instinto, sino esa peregrinación espiritual, fascinante, que anuncia el rito de unión leve, sutil, casi metafísico: “Sumérgeme en el ayer que acaricia tus dedos y quédate deambulando ante mi como yo ante ti”. Ella transforma el deseo en imagen poética, apetito idílico, todo mito atraviesa el tiempo; pero nos deja saber también de lo que es capaz un beso: “para mesuradamente detener el estruendo de nuestros labios”.
Entonces irrumpe lo telúrico, típico de poesía erótica escrita por mujeres. Y la imaginación se acelera, detona y aparta -de momento- el punto final.
«Anécdotas de Principiante» es un gesto de (re)afirmación decidida de Vanessa Martí Gell en el cultivo de la poesía. Su obra poética se nutre en una arquitectura de imágenes que, aunque a veces se dejan llevar por cierta profusión metafórica, consiguen comunicar con precisión esas tribulaciones del ser humano frente al amor en sus manifestaciones más abarcadoras, la felicidad y sus antagónicos, el olvido y la memoria, la compasión y la desidia, desde una mirada de la condición femenina sin los abanderamientos atrincherados. La vida, la vida expuesta en su magnitud más sincera, que no ingenua. Martí Gell entiende que la poesía no es ornamento sino experiencia, vivencia que no se escribe desde la lejanía sino desde la herida y la memoria.
El poemario es un itinerario entre lo íntimo y lo social, lo familiar y lo mundanal, entre la confesión de los sentimientos y la mirada hacia los desposeídos —el perro callejero, la mujer que borda el futuro—. Allí radica su fuerza: en una poética que no teme ser vulnerable, que, apuesta por lo simbólico, pero sin desligarse de lo real. La autora nos recuerda que toda poesía auténtica nace del temblor por la sensibilidad hacia la vida, de la tensión generada entre aquello que nos hiere y lo que nos salva. La memoria y el olvido. Porque con ello Vanessa Martí Gell supo en este libro convertir emociones elementales pero universales —el amor, el desamor, la esperanza, la ternura— en materia de (re)significación colectiva.
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