La formación de los jóvenes no puede comprenderse al margen del contexto que los rodea, ya que este influye profundamente en su transición hacia la adultez. Tal como planteó John Locke (1690), el ser humano se moldea a partir de sus experiencias y del entorno donde estas ocurren. Por ello, los valores, los antivalores, las vivencias personales y el contexto sociocultural son determinantes en la configuración del carácter y la conducta que cada individuo manifestará a lo largo de su vida.
Estos elementos se convierten así en pilares fundamentales para construir una convivencia social armoniosa y sostenible, incluso entre personas con visiones del mundo divergentes. En este contexto se inscribe Luces de alfareros, novela de Ana Almonte, estructurada en diversos escenarios donde emergen múltiples personajes, en un estilo narrativo poco convencional, a través de pequeños relatos hábilmente entrelazados con saltos narrativos en torno a la historia central de Attias Treviño.
En la obra cada personaje lleva consigo una historia propia, construida sin perder de vista los hechos previos que dieron origen a la narrativa. La muerte, abordada por la autora desde distintas miradas, emerge como tema recurrente: ese viaje inevitable que todo ser humano emprende para cerrar el ciclo de la vida. Es una escena que surge como algo místico y sublime, un tránsito hacia otra existencia, otra realidad posible, un espacio más luminoso y esperanzador hacia el cual partir.
No importa si se han acumulado grandes riquezas o si se ha transitado la vida en la miseria: frente a ella, todos compartimos el mismo temor y la misma incertidumbre ante un horizonte desconocido, del que jamás se retorna. En ese último viaje no hay lugar para bienes ni acompañantes; se parte como se llega a este mundo: desnudos de posesiones y en absoluta soledad.
La autora retrata la vida de niños que nacen con condiciones congénitas, marcados por la pobreza, la inestabilidad familiar, el abandono materno y el rechazo de sus pares. En un entorno hostil, muchas veces insensible y cruel, estos infantes luchan por sobrevivir y ser reconocidos en su humanidad más profunda. De igual modo, muestra realidades que permanecen ocultas, aunque latentes, en comunidades marcadas por la extrema pobreza: la migración ilegal, la osadía de enfrentar mares inciertos persiguiendo el espejismo del sueño americano, y la esperanza de ascender en la escala social y económica. El humilde migrante parte con la fe puesta en un futuro mejor, sin medir los riesgos que supone trasladarse en precarias embarcaciones. Y, si logra arribar con vida, la lucha por subsistir lo empuja a aceptar trabajos degradantes o, en ocasiones, a sumergirse en actividades ilícitas, como el tráfico de drogas.
En Luces de alfareros, la vida de sus personajes se moldea como el barro entre las manos de un artesano. La muerte, la migración y la sobrevivencia forman parte de ese entorno, que los fortalece o los quiebra, dejando huellas profundas, como marcas indelebles. La autora invita a recordar que, aunque cada camino sea único, todos compartimos la misma fragilidad ante el tiempo y la certeza de que alguna vez emprenderemos el viaje a la eternidad.
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