Si el precio de pensar y ser coherente es la soledad de un cementerio, entonces pasearé entre las tumbas… (Gerardo Castillo)
En Sendero entre las piedras, el sujeto se busca a sí mismo, se cuestiona, se busca entre ríos abstractos, entre la caverna. El río, la casa y la caverna corren como serpientes por el interior del ser que canta a su existencia. Al igual que en Discurso del método, el sujeto existe cuando se piensa a sí mismo, cuando purga en sus entrañas, y se desvanece cuando duda, cuando entiende que él es todo lo que la sombra y la luz consume. Estas son las aristas que pienso desarrollar sobre El poemario Sendero entre las piedras, del maestro y poeta Gerardo Castillo. ¿Por qué? Porque el sujeto poético se incorpora en su interior para cuestionarse, dudar de sí mismo, de su casa, que tal vez sea su cuerpo, que tal vez sea su mente, su cerebro o su alma.
Al leer este poemario compuesto por siete piezas poéticas: Resplandor, La casa, El río, El vacío, Las sombras, Las cavernas y Yo, percibí un solo canto, una sola pieza que se divide en siete dimensiones, y que a medida en que avanza se trasforma para llegar a un yo desformado, para exponerse y confundirse mientras se oculta de sí mismo: “…En el baño me expongo y hablo con la parte oculta, pero palpable de lo que soy…” (p.117).
Es un solo poema que se complementa de Intratextualidad cuando la voz poética trae consigo pasajes de las otras piezas y de intertextualidad porque en él encontrarás a dioses y sujetos griegos evocados para ser eternos o tal vez para fijar en nuestra memoria que ni la Ilíada ni la guerra de Troya ni sus dioses han muerto. En otras palabras, el poeta Gerardo Castillo, a través de la voz poética usa el mito como recurso filosófico existencialista.
La voz poética se apodera del intertexto para sembrar en el poemario pequeñas esporas con sentido religioso, paraleliza lo religioso y la proyección especulativa, visto desde una película para cuestionar y cuestionarse: “…Levántate y anda! ¡Obedecieron la señal de alto y ella apenas pudo susurrar —¡Señor, ten misericordia! Los fogonazos iluminaron la noche. Ahora, están tan tranquilos que a sus asesinos les da pena mirarlos. Si hubiesen levantado las manos como Neón en Matrix, ¿habrían detenido las balas? ¿Habrían caminado sobre las aguas? …” (P.106). Con este recurso intersemiótico (relación de varios códigos), el poeta logra redimensionar la existencia misma.
Un sentimiento perturba las realidades que percibe el sujeto poético, las trasforma, la convierte en eco de su existencia. Este sentimiento lo lleva a trasmigrar hacia otro horizonte: “…apoyado en la brújula partí hacia el incierto horizonte de sombra. No era un hombre, no. Era una idea que atormentaba a un joven…” (p.110).
Caverna, casa y río son símbolos de emociones encontradas, de sentimientos que embargan la tranquilidad y asolan el espíritu del que canta: “Y yo, pensativo, sudo como la casa, habitado por otras cavernas, otros ríos, y otros temores” (p.30). En principio, el símbolo de la caverna en estos poemas conecta al sujeto lector con la alegoría platónica de la caverna. Si bien esta caverna “gerardiana” tiene un evidente contenido filosófico, su contenido, su intención ilocucionaria y sus efectos perlocucionarios se alejan notoriamente del contenido epistémico del mundo de la caverna de Platón. Creo que la intención del poeta es más existencialista que epistémica.
Ahora, ¿cuál es la esencia de este libro? La luz que resulta ser sombra, el vacío que lo llena todo y que lleva al alma a ocultarse entre las llamaradas de sentimientos que padece el poeta, o más bien la voz poética, entre el río que corre por la caverna. Caverna creada para matizar las locuras y la ausencia de un ser lleno de confusiones, simbolizado por un río que no deja de fluir, como la feliz metáfora de Heráclito. “La luz, como el río, es un juego de sombra; la creación del vacío para el festejo…” (p.22).
Los versos en este poemario son símbolos que encarnan un contexto enigmático en donde la luz y la sombra parecen mimetizarse; fusionarse junto a un grupo de partículas pesadas denominadas hadrones, partículas que lo cubren todo, que espesan el aire, el vacío, y que al mismo tiempo hacen posible la visibilización del ser, o sea de la existencia: “En la caverna, en el bosque, en el colisionador de hadrones. El vacío atraviesa el vacío y la luz estalla contra sí misma y no se reconoce” (p.23). Se evidencia un breve encuentro entre la poesía con la ciencia y la filosofía.
La luz se destruye y se reconstruye entre la sombra, entre ocasos repetitivos, entre una casa colmada de vacío y un río que serpentea por una caverna, convirtiéndose así en una analogía interminable: “La caverna es a la casa lo que el vacío al vacío, resplandor a la oscuridad, espacio en el que confluimos el rio y yo en busca del sendero entre las piedras húmedas” (p.38).
En fin, el libro Sendero entre las piedras es una metáfora existencialista conformada por la confusión y la soledad que padece el sujeto poético, es una analogía de todo lo que en él habita. En él se paraleliza la realidad tangible con la interioridad del sujeto. Un sujeto habitado por cavernas, por luz que no alumbra y sombras que lo guían, que lo arrojan y colman de realidades abstractas, que sumerge en siluetas inasibles. Al final, al lector le queda la sensación de que el sujeto poético se arroja hacia un horizonte sin bordes que se pierde entre los senderos de las piedras y las sombras.
02 de febrero de 2025
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