En artículos anteriores, he dicho que durante décadas la lingüística se convirtió en centro de toda explicación sobre el lenguaje, sobre todo, desde que se reveló la teoría del signo formulada por el gramático y profesor suizo Ferdinand de Saussure y, más tarde, con la teoría de la gramática generativa del lingüista y crítico estadounidense Noam Chomsky. Mi afirmación encuentra fundamento en el Curso de lingüística general (1945/1916), en el que se dice que 'desde un primer momento hay que ubicarse en el terreno de la lengua y tomarla como norma de todos los demás sistemas del lenguaje', mutatis mutandis. Esta declaración, entre otras, ha hecho que la lingüistica, en tanto ciencia que tiene por objeto de estudio la lengua, ocupe un lugar privilegiado dentro del conjunto de las ciencias del lenguaje. Asimismo, el valor de verdad de esta afirmación se comprueba porque el primer saber que se adquiere para acceder a otros saberes es el idioma de la madre o en su defecto, el que se habla en el hogar. De hecho, es correcto afirmar que la lingüística es la principal ciencia del lenguaje (pero no dice que sea la única) porque estudia el signo más importante de todos los demás sistemas de comunicación.

Sin embargo, en el mismo Curso se explica que el oficio del lingüista consiste en 'la descripción de la estructura del sistema lingüístico'. Empero, esa estructura abstracta no representa la operatividad de los sistemas que se materializan en las hablas (en plural). Incluso, nunca ha sido posible hablar de la gramática, del diccionario en singular. Dentro del inmenso universo lingüístico del idioma español existen tantos diccionarios oficiales como países que hablan sus respectivos dialectos. Es decir, el lenguaje, rebelde por naturaleza, nunca aceptó, ni acepta, ser domesticado por una sola mirada porque, sobre todo, es vasto, complejo, plural y es precisamente ese punto en el que algunos de mis queridos lectores no pueden comprender, debido a su sindicada adscripción a los conceptos dispersos que recibieron a través de manuales sobre aspectos lingüísticos, manuales introductorios que, aunque válidos para principiantes, no revelan el universo del lenguaje. Entonces, cabe preguntarse: ¿por qué hablar sólo de la ciencia de la lengua cuando la realidad apunta a las ciencias del lenguaje? ¿Cuáles son esas ciencias?

En República Dominicana, Pedro Henríquez Ureña constituye un punto de partida ineludible de los estudios rigurosos sobre el Español en Santo Domingo (1940). Esta línea la continuó el prestigioso profesor Arturo Jimenes Sabater, quien trazó, en Más datos sobre el español en la República Dominicana (1975), un mapa ineludible de nuestro hablar popular. En la misma dirección, el profesor Orlando Alba, en ¿Cómo hablamos los dominicanos? (2004), consolidó esa línea y mostró que nuestra lengua no constituye un accidente ni una desviación, sino un sistema con vitalidad propia, compleja y diversa. El español dominicano, con sus matices y giros creativos, evidencia que ninguna teoría única puede abarcarlo, ya que en su conformación confluyen dimensiones políticas, históricas, geográficas, sociales y antropológicas, etcétera.

Por lo tanto, las Ciencias del lenguaje se multiplican como espejos. La sociolingüística de William Labov demostró que el habla cambia según la clase social o la edad, etcétera. La dialectología de Manuel Alvar cartografió las diferencias regionales del español de América y de España, estudios con los que demostró que nadie habla mejor que nadie, que todos hablamos dialectos. La lingüística cognitiva de Lakoff y Johnson probó que nuestras metáforas conceptuales estructuran la manera de pensar en mundo. Ellas son propias del hablar en sentido amplio (Metáforas de la vida cotidiana,1985). La etnolingüística de Sapir y Whorf confirmó que cada lengua constituye una cosmovisión del mundo. La pragmática de Paul Grice explicó que comunicarse implica leer intenciones y negociar significados, etcétera.

Asimismo, el discurso emerge como terreno donde se juega el poder. Un ejemplo es Teun van Dijk (2005), quien subrayó que el discurso no solo refleja la sociedad, sino que también la reproduce. En ese mismo sentido, nuestro lingüista Manuel Matos Moquete resulta imprescindible. Sus Estudios translingüísticos (2005) muestran cómo el lenguaje desborda los límites de la lingüística clásica. En La cultura de la lengua (2006) sostuvo que el lenguaje (lengua) no se reduce a una herramienta, sino que constituye cultura en acción. Igualmente, los estudios de este cientista, de los discursos presidenciales dominicanos, desde Bosch en 1963 hasta Danilo Medina en 2012, muestran cómo en lenguaje se erige en campo de batalla ideológico en el que la palabra ha sido el arma victoriosa.

La translingüística, inspirada en Mijaíl Bajtín y desarrollada por Matos Moquete, supera la visión de la lengua como sistema cerrado. Estudia interacciones, contextos sociales, valores culturales, silencios estratégicos y múltiples voces que atraviesan cada enunciado. Bajtín enseñó que todo enunciado es dialógico: cada palabra responde a otra y anticipa una réplica. Matos Moquete muestra que el lenguaje (discurso) no puede entenderse sin el contexto político, histórico y cultural que lo produce (2005)

Ahora bien, la comunicación se despliega más allá de lo verbal. Christian Metz, en Lenguaje y cine (1971), intentó aplicar el estructuralismo saussureano al cine con resultados limitados. Ese aparente fracaso reveló que el cine no se deja encerrar en categorías lingüísticas. Constituye un lenguaje híbrido, tejido de imágenes, silencios, sonidos y gestos, que exige su propia ciencia del lenguaje.

La mitocrítica de Gilbert Durand (1990) revela cómo los arquetipos se reciclan en la cultura contemporánea. ¿Qué otra cosa es Star Wars sino una reformulación del mito del héroe trágico? La teatrología también demuestra que el escenario teatral constituye un laboratorio comunicativo total: palabra, cuerpo, música y espacio fusionados en un solo acto estético. La teoría literaria, desde Jakobson hasta Todorov, explica cómo la palabra se convierte en arte. En nuestro país, Bruno Rosario Candelier recuerda que la literatura puede ser un viaje al centro del ser, donde la interioridad espiritual se convierte en fuente de creación (2004).

La semiología añade un peldaño esencial. Charles Sanders Peirce concibió la ciencia de los signos en su dimensión triádica: ícono, índice y símbolo. Umberto Eco amplió ese horizonte al mostrar que todo puede leerse como signo, desde una señal de tránsito hasta un gesto político. En la República Dominicana, Odalís G. Pérez Nina ha consolidado la semiología nacional, extendiendo las ideas de Peirce y Eco a los procesos culturales y literarios caribeños. Para Pérez Nina, el signo atraviesa lo visual, lo sonoro y lo performativo, ofreciendo claves para comprender literatura, artes y cultura popular dominicana en toda su riqueza simbólica.

El universo se completa: análisis del discurso, pragmadialéctica, semiótica no verbal, lingüística computacional. Todas estas disciplinas constituyen peldaños de un edificio mayor: la cosmolingüística, que concibe el lenguaje como universo de universos comunicativos. Es aquí donde lo verbal y lo no verbal conviven; lo humano y lo tecnológico se enlazan; lo social y lo simbólico se entretejen. La cosmolingüística otorga centralidad al signo lingüístico, pero reconoce la indispensable cooperación de todas las ciencias que lo rodean.

El signo lingüístico continúa en el centro, pues ningún otro sistema posee su capacidad de articular, nombrar y pensar. El lenguaje exige pluralidad, complejidad y mirada múltiple. ¿Acaso podemos seguir creyendo que la lingüística sola basta para comprender un universo que se despliega en cada palabra, gesto y símbolo que nos rodea? (CONTINUARÁ)

Gerardo Roa Ogando

Profesor universitario y escritor

Gerardo Roa Ogando es Decano de la Facultad de Humanidades, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Es doctor en Filosofía del Lenguaje, con énfasis en Lingüística Hispánica. Magíster en Lingüística Aplicada; Máster en Filosofía en un Mundo Global y Magíster en Entornos Virtuales de Aprendizaje. Es Profesor/Investigador adjunto, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Director de la Escuela de Letras en la Facultad de Humanidades, y profesor de Análisis Crítico del Discurso (ACD) en el posgrado del área de lingüística en dicha universidad. Miembro de número del Claustro Menor Universitario de la UASD desde el año 2014. Algunas publicaciones: “Taxonomía del discurso” (libro, 2016); “La competencia morfosintáctica” (libro, 2016); Redacción Académica (2019, libro); Lingüística cosmológica (2013, libro); “Cuentos del sinsentido” (2019, libro);

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