En los últimos meses ha cobrado fuerza la propuesta de fusionar el Ministerio de Educación (MINERD) y el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (MESCYT). Los defensores del proyecto lo presentan como una estrategia de eficiencia estatal: unificar estructuras para optimizar recursos y reducir el gasto público. Sin embargo, al observar con detenimiento, surgen más dudas que certezas.
¿Dónde está la filosofía educativa?
Lo primero que llama la atención es la ausencia de una visión filosófica y humanista que fundamente esta decisión. Más que responder a un proyecto educativo de largo plazo, parece tratarse de un cálculo cortoplacista, mercantilista y materialista. Cuando los sistemas educativos se diseñan con la mirada puesta en la eficiencia administrativa a corto plazo, corren el riesgo de generar simples cuadros presupuestarios útiles para la administración pública, pero no instituciones capaces de pensar críticamente, deliberar y participar en democracia.
Se nos habla de optimización de recursos como si bastara con un efecto inmediato, con deslumbrar a la audiencia en el corto plazo. Pero lo urgente no siempre coincide con lo importante. Lo que brilla en el instante puede apagarse pronto; lo auténtico es lo que permanece en la posteridad.
¿Queremos un ministerio que priorice balances financieros a corto plazo o un sistema que forme seres humanos íntegros, sensibles, capaces de imaginar, investigar, innovar y transformar su realidad?
Eficiencia administrativa vs. calidad educativa
Es cierto que en muchos países no existen dos ministerios separados. Pero también es cierto que República Dominicana no comparte la misma naturaleza institucional. Nuestro MINERD es ya un gigante con múltiples retos; cargarle la responsabilidad de la educación superior, la ciencia y la tecnología solo profundizaría su complejidad. ¿Acaso no existe el riesgo de que el MINERD termine “tragándose” al MESCYT y diluyendo los avances de especialización que este último ha logrado?
La pregunta es inevitable: ¿qué se optimiza realmente cuando se concentra tanto poder en un solo ministerio? ¿No sería más sabio fortalecer las áreas especializadas en vez de debilitarlas bajo la excusa de la eficiencia?
Presupuesto: el 4 % en juego
Uno de los grandes temas objeto de crítica ante la fusión, lamentablemente, es el presupuestario. El 4 % del PIB asignado a la educación preuniversitaria es una conquista social e histórica. Ahora bien, también sería honesto reconocer que hace falta un estudio longitudinal riguroso para determinar si esa inversión ha incidido realmente en la calidad de la educación preuniversitaria. La asignación es un logro, pero la pregunta sobre su impacto sigue pendiente.
Con la fusión, ¿qué garantías existen de que esos fondos no se redistribuyan opacamente, afectando a la investigación o a las universidades? Y al revés: ¿qué garantías existen de que los programas del MESCYT no sean sacrificados cuando haya que “racionalizar” gastos desde un solo ministerio?
Si la infraestructura física del MESCYT sigue en pie, si sus empleados permanecen, si los programas y proyectos continúan: ¿en qué consistirá entonces la reducción del gasto prometida?
Todos los gobiernos, sin importar su signo político, están obligados a priorizar y racionalizar los gastos públicos. Es parte de la gestión responsable de cualquier Estado. Sin embargo, cuando esa priorización ocurra desde un ministerio fusionado, las decisiones se volverán más complejas y conflictivas. ¿Qué programas quedarán al frente de la fila? ¿La urgencia de reparar aulas, contratar docentes o financiar la tanda extendida se impondrá sobre la necesidad de otorgar becas de grado y/o posgrado, fortalecer proyectos de investigación, innovación o invertir en laboratorios científicos?
La realidad es que el MINERD arrastra demandas gigantescas y apremiantes en el nivel preuniversitario: infraestructura, alimentación escolar, formación docente, actualización y eficientización curricular, juntas de centro que reciban transferencias directas, cobertura, calidad y un sin número de etcétera. En un escenario de fusión, es altamente probable que los programas especializados del MESCYT: becas nacionales e internacionales, fondos de investigación, fortalecimiento de la innovación y la ciencia, pasen a un segundo plano frente a las presiones inmediatas del sistema escolar. Y si eso ocurre, ¿no estaríamos hipotecando el desarrollo a largo plazo del país en nombre de la eficiencia administrativa?
La investigación, un riesgo mayor
El país aún está en proceso de fortalecer una cultura de investigación. El MESCYT ha sido clave en ese esfuerzo, financiando proyectos, becas y centros de innovación. ¿Qué pasará con esta área estratégica en un esquema donde las urgencias de la educación preuniversitaria tienden a imponerse? ¿Podemos permitirnos retroceder en ciencia, investigación y desarrollo cuando justamente el futuro del país depende de ello?
Una educación que descuida la investigación, las humanidades y las artes, forma técnicos competentes para el mercado, pero no ciudadanos capaces de preguntarse por la justicia, la igualdad o la dignidad humana. Esa es la verdadera factura que podría cobrarnos la fusión.
Autonomía y descentralización
Otra inquietud vital: la autonomía universitaria. La centralización que implicaría la fusión amenaza con reducir la diversidad, la calidad y la capacidad de las universidades de autorregularse. ¿Por qué insistir en centralizar, en lugar de profundizar la descentralización, cuyos beneficios han sido comprobados en múltiples experiencias nacionales e internacionales?
Una lección de la historia
Hagamos un poco de historia. Antes del MESCYT existía el CONES, un consejo ubicado en la Feria. En su momento, hubo alegatos para elevarlo a la categoría de ministerio. ¿Se evaluaron los frutos de esa decisión antes de plantear ahora un retroceso? ¿Se logró lo que se buscaba con aquel cambio administrativo y estructural? Mi impresión es que, aunque perfectible, el MESCYT ha permitido especializar la atención a la educación superior, la ciencia y la tecnología. Esta fusión amenaza con revertir esos avances y, en el mejor de los casos, con estancarlos o ralentizarlos.
Hagamos también memoria desde otra perspectiva: lo que hoy conocemos como MINERD antes era la Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, que gestionaba la educación, el arte y la cultura. Como artista y educador, puedo dar fe de que aquella secretaría priorizaba la educación preuniversitaria y dejaba en segundo plano al arte y la cultura. No fue hasta el año 2000 cuando se creó un ministerio exclusivo para estos ámbitos, el actual Ministerio de Cultura, que se logró especializar y fortalecer programas, proyectos e iniciativas culturales y artísticas. A pesar de sus limitaciones, la autonomía institucional ha permitido que el arte y la cultura tengan protagonismo propio y no queden absorbidos por los grandes retos del sector educativo. ¿No corremos ahora el mismo riesgo con la educación superior, la ciencia y la tecnología?
Preguntas necesarias
- ¿Qué programas o proyectos concretos desaparecerán para reducir el gasto?
- ¿Qué impacto real tendrá en el fortalecimiento de la ciencia y la investigación?
- ¿Cómo se blindará el 4 % de la educación preuniversitaria frente a redistribuciones discrecionales?
- ¿Cuál será el costo de oportunidad para el país en términos de calidad universitaria y autonomía académica?
- ¿Qué nos enseña la historia sobre las especializaciones que se pierden cuando todo se concentra en una sola cartera?
Para finalizar y analizar
La fusión puede sonar atractiva como ejercicio de “eficiencia administrativa”, pero la educación no puede abordarse solo desde la lógica de los números. El riesgo de sobrecarga institucional, la pérdida de especialización, la afectación al financiamiento educativo y la amenaza a la investigación y la autonomía universitaria superan, al menos por ahora, los beneficios que se pregonan.
Como país, debemos preguntarnos: ¿queremos un ministerio más grande o un sistema educativo más sólido y de calidad?
El brillo momentáneo de una decisión puede engañarnos, como un espectáculo que entretiene a la multitud en un instante. Pero lo que importa no es agradar al público en la inmediatez, sino asegurar que lo auténtico permanezca, que la educación no se convierta en un torbellino caótico donde lo urgente devore lo esencial. Un país no necesita solo acción apresurada; necesita sabiduría, equilibrio y visión. Porque al final, la posteridad no recordará la velocidad de los decretos, sino la profundidad de las decisiones que marcaron su destino.
Compartir esta nota