El tránsito de Santo Domingo constituye una de las expresiones más complejas del lenguaje no verbal urbano. Quien recorre la ciudad no solo observa carros, guaguas, jepetas, camiones, patanas, motores, motocicletas y peatones en movimiento; también percibe un discurso caótico que se articula en bocinas, gestos, acelerones y frenazos. Ese lenguaje no verbal, y de naturaleza únicamente humana, ambién se observa en los acalorados enfrentamientos entre choferes y policías del tránsito, algunos de los cuales son captados por cámaras y subidos a las redes sociales de Internet. Se trata de un discurso no verbal que se convierte en un texto vivo que denuncia, sin palabras, la carencia de responsabilidad ciudadana y la débil voluntad estatal para garantizar un orden colectivo. La ciudad habla a través de su caos vehicular con una claridad que ningún comunicado oficial logra ocultar.

Charles Sanders Peirce, fundador de la semiótica moderna, sostuvo que “un signo es algo que está en lugar de otra cosa con sentido para alguien en algún aspecto o capacidad” (Peirce, 1931, §2.228). Bajo esa definición, los comportamientos en las calles capitalinas constituyen un sistema de signos que revelan valores y carencias sociales. Cada toque de bocina se convierte en índice de impaciencia; cada maniobra temeraria actúa como icono del poder individualista que prevalece sobre la norma; cada entaponamiento gigantesco se transforma en símbolo de un Estado incapaz de ordenar el espacio público.

El lenguaje del caos se despliega en múltiples planos. El conductor que invade un carril ajeno transmite urgencia personal y desprecio por la norma. El motorista que zigzaguea entre vehículos proyecta ausencia de límites colectivos, como si las reglas fueran obstáculos negociables. El peatón que atraviesa en medio de la calzada muestra resistencia frente a un espacio que no le ofrece condiciones seguras. Esos gestos conforman una gramática del desorden que cualquier ciudadano reconoce como parte del paisaje urbano cotidiano.

La semiótica no verbal contemporánea aporta elementos para analizar este fenómeno. Paul Ekman afirma que “las emociones se expresan no solo en el rostro, sino también en gestos y movimientos que son difíciles de ocultar” (Ekman, 2003, p. 45). Ray Birdwhistell añadió que “el cuerpo humano es un sistema de señales que complementa o sustituye al lenguaje verbal” (Birdwhistell, 1970, p. 32). En Santo Domingo, un conductor que golpea con fuerza el volante y emite un gigantezco "san Antonio" no necesita pronunciar insultos con más palabras: su gesto transmite frustración. Un agente de tránsito que permite una infracción comunica con su silencio un mensaje de complicidad institucional. La ciudad se expresa mediante un lenguaje corporal colectivo que revela, sin adornos, la crisis de convivencia.

El caos vehicular constituye un texto no verbal que denuncia falta de planificación, ausencia de voluntad estatal y debilidad de la cultura ciudadana.

La materialidad del tránsito refuerza ese discurso. Vehículos estacionados en aceras se vuelven signos visibles de impunidad; semáforos que no funcionan emiten un mensaje de abandono estatal; embotellamientos permanentes en avenidas claves actúan como metáforas de un sistema político detenido por falta de responsabilidad y de voluntad. Peirce señaló que “el valor del signo depende de su interpretación” (1931, §2.242), y los ciudadanos leen esas señales como evidencia de un Estado incapaz de garantizar derechos básicos como la movilidad segura y ordenada.

A eso se suma el crecimiento descontrolado del parque vehicular. Datos oficiales de la DGII indican que entre enero y noviembre de 2023 ingresaron al país 320 074 vehículos nuevos, lo que representa un promedio de 26 673 unidades mensuales. El parque vehicular total ascendió a 5 786 151 unidades, lo que implica un aumento del 80 % respecto a 2013, cuando se registraban 3 215 773 vehículos . Esa saturación vehicular no solo complica la movilidad; convierte a la ciudad en un espacio donde los automóviles envejecidos y en condición de chatarra ocupan espacios públicos y realzan el discurso del abandono institucional.

El discurso del caos vehicular no solo señala al Estado; también muestra una cultura ciudadana moldeada por la transgresión. La bocina constante se convierte en himno de la impaciencia colectiva; el adelantamiento en curva simboliza la preferencia por la astucia sobre la legalidad; el bloqueo de intersecciones encarna la incapacidad de ceder ante el otro. De manera no verbal, la ciudad denuncia que la convivencia está en crisis, y que la solidaridad se subordina al interés inmediato.

Sin embargo, ese discurso no es homogéneo. Emergen signos de resistencia y esperanza. El conductor que cede el paso a un peatón, a pesar de la fila de vehículos detrás, proyecta respeto. Quien respeta la luz roja, aunque otros avancen, envía una señal de compromiso con la norma. Esos actos, aunque minoritarios, constituyen contra-discursos que desafían la narrativa del caos y abren la posibilidad de un tránsito más humano.

En última instancia, el tránsito de Santo Domingo se revela como un escenario semiótico: la ciudad habla con una voz incontestable. El caos vehicular constituye un texto no verbal que denuncia falta de planificación, ausencia de voluntad estatal y debilidad de la cultura ciudadana. La ciudad no calla: habla mediante el ruido, los gestos, las acciones y las omisiones. Escuchar ese discurso exige reconocer que cada bocina, cada infracción, cada vehículo envejecido y cada coche abandonado son signos que configuran una narrativa de responsabilidad compartida. La solución no radica solo en construir más avenidas, túneles y paso a desnivel, sino además en saber interpretar y transformar el lenguaje que la ciudad articula con cada semáforo roto, cada calle obstruida y cada carro obsoleto detenido en la vía.

PARA PROFUNDIZAR:

Birdwhistell, R. L. (1970). Kinesics and context: Essays on body motion communication. Philadelphia: University of Pennsylvania Press.

Ekman, P. (2003). Emotions revealed: Recognizing faces and feelings to improve communication and emotional life. New York: Henry Holt.

Peirce, C. S. (1981). La ciencia de la semiótica. Cambridge, MA: Harvard University Press.

El Nacional. (13 de diciembre de 2023). RD importa 27 mil vehículos mensuales. Edición digital

Gerardo Roa Ogando

Profesor universitario y escritor

Gerardo Roa Ogando es Decano de la Facultad de Humanidades, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Es doctor en Filosofía del Lenguaje, con énfasis en Lingüística Hispánica. Magíster en Lingüística Aplicada; Máster en Filosofía en un Mundo Global y Magíster en Entornos Virtuales de Aprendizaje. Es Profesor/Investigador adjunto, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Director de la Escuela de Letras en la Facultad de Humanidades, y profesor de Análisis Crítico del Discurso (ACD) en el posgrado del área de lingüística en dicha universidad. Miembro de número del Claustro Menor Universitario de la UASD desde el año 2014. Algunas publicaciones: “Taxonomía del discurso” (libro, 2016); “La competencia morfosintáctica” (libro, 2016); Redacción Académica (2019, libro); Lingüística cosmológica (2013, libro); “Cuentos del sinsentido” (2019, libro);

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