I
La poeta puertorriqueña Julia de Burgos, aunque ha sido divulgada en nuestro por intelectuales de la talla de nuestra Chiqui Vicioso o Ángela Hernández, aún sigue siendo una desconocida, en un país donde recién ahora se lee la literatura escrita por la mujer con el mismo fervor que la de los hombres.
He leído de un solo empuje el poemario de Luesmil Castor, Canto de agua- amor y mariposas, con el sub-título de In memoriam a Julia de Burgos y, desde mi punto de vista, es un recorrido imaginario por la vida de una mujer que vivió corta, pero brillantemente su estadía en este plano.
Dividido en tres partes, a las que el autor nombra CANTOS, esta obra empieza a darnos una gran luz desde su presentación, en la que Luz Nereida Lebrón analiza estos poemas desde la misma vida de la poeta. Dice que “su lucha contra la desigualdad social y su lucha por la independencia de Puerto Rico y su transgresión es contra el sistema patriarcal que siempre estaba dispuesto a sacar a la mujer del espacio público “… porque así era y sigue siendo la mujer que afrontó todas las dificultades con la lucha y la palabra poética.
El primer poema es ya un anuncio de lo que leeremos en todo el transcurrir de este libro, dónde Castor expone el dolor con un lenguaje tan poético con accesible a cualquier forma de razonamiento: Julia de Burgos murió de amor/ antes de morir ya su espíritu/ había resucitado de alegría/ por rodantes vuelos de mariposas/ con alas estampadas en colores de mar/ y de cristalinos ríos… y aquí se refleja la vida publica y transparente de la mujer, llevando el peso del dolor y la libertad de su patria, reflejada en vuelo, en agua, en vida y muerte juntas.
El poeta sigue jugando en sus versos con la muerte respirada que se lleva encima, pero encerrada en la más pura luz de las almas cuando dice, con mucha pesadumbre, “Por un túnel de tierra y de madera/ se fue tu alma”… y luego: …”murió de amor/ porque aún viva estaba muerta”…
Más adelante nos encontramos con la manifestación de esta mujer como símbolo de unidad, si no de los pueblos, sí y solo sí de las geografías antillanas, siguiendo así el camino de Céspedes, Hostos, Martí y cada uno de quienes han tomado partido por la unión de nuestras islas. Expresa entonces: …”tú tienes alas de amor que junta las islas/ Sus dos islas./ Sus tres islas tal vez”. Y así seguir anunciando el dolor de una de ellas, caída al mar, como dice Pablo Milanés en su canción.
La poética de Castor presenta una serie de imágenes intensas y evocadoras que giran en torno a la pérdida, el amor y la trascendencia. Se pueden identificar en esta obra un lenguaje literario que enriquece los diversos significados del texto. Entre sus imágenes se observa una unidad temático-literaria que hace trascender el verso con una sencillez casi asombrosa. Así nos dice, “Atormentadas iban las calles por tu alma”, dando personificación a la imagen aparentemente muerta ante la ausencia del amado. También se lee “Julia murió de versos ebrios de amor”, fusionando amor y poesía en una imagen de entrega total.
La personificación alcanza un esplendor máximo cuando nos dice que “tus pies desandando entre helados rascacielos”, mostrando una cualidad sensorial que refuerza la sensación de soledad y desamor.
Cuando leemos “en cada desamor, en cada desaire”, “en cada sorbo de amor”, “en cada mariposa que vuela está Julia”, el autor crea un ritmo que enfatiza la presencia persistente de Julia en múltiples aspectos de la vida, del amor, y destacan las imágenes visuales y táctiles, como para hacer ver y sentir aquello que no hemos podido en “tus ebrias miradas de hechizos que se fueron”, creando una vista y una emoción que se combinan en la imagen del amor perdido.
Para el autor la mariposa es un símbolo clave en una asociación con la trascendencia y la reencarnación: “En cada mariposa que vuela está Julia siluetada”, para representarnos la transformación y la permanencia del amor más allá de la muerte.
La lectura de esta nos mueve hacia una meditación sobre la persistencia del amor incluso después de la muerte, utilizando una rica imaginería y un ritmo envolvente que subraya su tono melancólico y nostálgico.
II
El poeta continúa, a partir de su segundo canto reflexionando sobre la memoria, el lenguaje y el olvido. Se refleja la lucha entre el silencio y la expresión, lo que recuerda teorías filosóficas sobre el lenguaje, como las de Heidegger o Wittgenstein. En este sentido, “El lenguaje es uno de los ejes fundamentales de la filosofía heideggeriana posterior a la Kehre. Heidegger lo aborda desde una perspectiva ontológica y fenomenológica que busca acceder a su esencia de una manera directa a partir de la experiencia de su propio acontecer”*. La metáfora del “armario eterno del silencio” expresa o sugiere una relación entre el lenguaje y la existencia: aquello que no se nombra puede perderse en el olvido, porque sólo lo nombrado existe.
Hay un tono existencialista en la comparación entre el yo poético y otro personaje y otro personaje que podría muy bien en ser un interlocutor o una representación del pasado. El hablante, “bañado de arcoíris”, parece asumir una postura de resistencia ante el olvido y la oscuridad que buscan imponerse a todo costo, persistiendo en hacer desaparecer la memoria del YO que se nombre.
Esta obra puede leerse como una alegoría sobre la censura y la lucha por la memoria histórica. Habla de “desenterrar en cada alba un apocalipsis para sepultarlas”, lo que sugiere una lucha constante por recuperar la verdad en medio de la represión. Esto recuerda el contexto de sociedades donde la historia es manipulada o silenciada, como en dictaduras o regímenes autoritarios.
La referencia a “una voz ahogada en la pleamar” podría evocar a los desaparecidos en contextos de violencia política, donde la memoria de los ausentes es un acto de resistencia.
El poeta explora la soledad y la incomunicación en la sociedad. La imagen de alguien que recoge las palabras y las guarda en un “armario eterno del silencio” es una crítica a la falta de comunicación o al miedo a expresar los sentimientos.
El poder del mar y la naturaleza como elementos que contienen la historia de los pueblos, son la imagen viva de lo de indestructible por resistente. No hay cárcel, no hay muerte que destruya la búsqueda de expresión de la libertad, dónde “Las caracolas del duende marino” representan la memoria colectiva, resonando en el tiempo a pesar de la opresión.
III
La poesía de Luesmil Castor, contenida en su Canto de agua – amor y mariposas, están marcados de una profunda carga simbólica y filosófica. La presencia del agua, el río y el mar expresan el flujo constante del tiempo y la memoria, elementos esenciales en la poesía de corte elegíaco y existencialista, propias de un gran poeta que siente y lleva dentro otros dolores indirectos de nuestra humanidad.
Así podemos ver varios temas que se hacen centrales, como la memoria y la nostalgia evocando los recuerdos y la permanencia del ser a través del lenguaje poético. La memoria es para él un espacio sagrado donde los versos sostienen la existencia de quienes han partido.
Podemos hallar la idea de un amor que persiste más allá de la muerte y que se funde y se funda con los elementos naturales (agua, mariposas) emparentando con la poesía nerudiana de los Veinte poemas de amor….
En el poeta, el agua es un símbolo de lo inasible: El fluir del río que “corre al revés” refleja la imposibilidad de recuperar el tiempo perdido, siendo este tema recurrente en Jorge Luis Borges (Poema de los dones).
Otro tema en la obra es la re significación de la muerte y la vida: en este caso la existencia es cíclica y la poesía permite la inmortalidad. Esta forma de expresión conecta con la visión de Octavio Paz en El laberinto de la soledad, donde la muerte es vista como un tránsito hacia otra forma de ser.
Con un permanente lenguaje evocador, el poeta hace gala del uso de metáforas como “el río abreva en tus versos”, donde convierte cada poema en espacio en que la naturaleza y el ser humano se entrelazan. Así mismo, su ritmo pausado y reflexivo en la distribución versal refuerza la idea de un lamento poético, similar a la obra de José Gorostiza (Muerte sin fin), el cual , en un momento nos declara: “ En la imagen atónita del agua, … / un desplome de ángeles caídos/ a la delicia intacta de su peso, / que nadie tiene/ sino la cara en blanco”**
En su expresión repetitiva el autor apela a la insistencia en “Deja Julia” o “Las mariposas Julia” estableciendo un tono de súplica y veneración hacia la poeta que canta en su voz de verso.
Entre algunas coincidencias comparativas que se pueden establecer en esta obra, necesariamente cabe señalar a autores como Pablo Neruda, con el cual se relaciona en el uso de imágenes naturales para representar el amor y la pérdida, aunque el chileno enfatiza más la sensualidad y el erotismo, mientras que Castor Paniagua se centra en la trascendencia y la memoria. Con el argentino Jorge Luis Borges, en el que su Poema de los dones reflexión sobre la memoria y el tiempo, aunque podríamos decir que Borges usa una estructura más conceptual y filosófica, mientras que Paniagua se inclina por una lírica más sensorial. También relacionar esta obra con Octavio Paz, el que en El laberinto de la soledad coincide con una visión del amor y la muerte como elementos entrelazados. En este caso Paz lo hace desde un análisis cultural e histórico, mientras que el dominicano lo hace desde lo íntimo. Con otro mexicano, José Gorostiza, en su texto Muerte sin fin, hallamos el uso del agua como metáfora de la fugacidad de la vida, adoptando un tono más filosófico y abstracto.
En consecuencia, en su poética, Luesmil Castor utiliza imágenes que abordan cuestiones profundas sobre la memoria, el lenguaje y la resistencia. Su carga simbólica permite interpretaciones múltiples, desde una lucha personal hasta una crítica política y social sobre el olvido, la censura y la represión
Bibliografía
Revista de Filosofía, Maracaibo, Venezuela. 2005ibliografía
Borges, Jorge Luis. Obras completas. Buenos Aires: Emecé, 1974.
Gorostiza, José. Muerte sin fin. México: Fondo de Cultura Económica, 1939.
Neruda, Pablo. Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Buenos Aires: Editorial Losada, 1924.
Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. México: Fondo de Cultura Económica, 1950.
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