Es normal encontrarnos personas que nos comentan que la Navidad ya no se celebra como antes. Este comentario, común entre muchas personas, no es antojadizo: refleja una verdad a medias, pues lo cierto es que el hecho cultural es diacrónico —cambiante— y, a la vez, sincrónico —constante—, lo cual hace que una manifestación cultural, al mismo tiempo que continúa en el tiempo, cambie parte de sus componentes, haciéndola constante y cambiante a la vez.

Esta mirada clínica es propia de los especialistas que estudian el hecho cultural como parte de sus competencias teóricas, sabiendo que la cultura la producen los pueblos y que ellos mismos también la modifican, la adecuan o dejan de usarla por múltiples razones. El estudioso solo observa, analiza y expone, aunque, a la vez, sea parte de un contexto cultural determinado.

Este carácter cambiante de la cultura hace que se originen dos términos que permiten avizorar en el tiempo esta dinámica entre lo cambiante (costumbre) y lo permanente (tradición). La tradición es lo que se reitera cada vez; la costumbre es la manera en que estas manifestaciones se van expresando en el tiempo.

La Navidad es un buen laboratorio para este análisis. De un lado, cada año es celebrada con júbilo por millones de personas, en el entendido de que cada grupo social y cultural tiene un sello propio en estas celebraciones, independientemente de su dimensión universal, si así pudiera definirse la época y sus festejos.

Apesar de la fuerza sagrada de la celebración, con el tiempo lo lúdico ocupa cada vez más espacios y modifica, sin querer, viejas prácticas.

No obstante, con los procesos socioculturales, económicos, políticos y hasta medioambientales, estos cambios van permeando las celebraciones y, a la vez, modificando algunos de sus formatos para proyectarlas en el tiempo, abriendo y flexibilizando algunas de sus pautas o esquemas.

La Navidad, además de las características del clima, el cambio de año y el cierre de ciclo, implica nuevos retos y grandes esperanzas que se conjugan con un guion cultural lúdico, de alegría, amistad y sacralidad. La familia, las reconciliaciones, los perdones de todo tipo y la fuerza religiosa que le acompaña en toda su ritualidad temporal se hacen presentes. A ello se suma la gastronomía especial, la solidaridad como valor que se reproduce y se manifiesta en el intercambio de platos en la Nochebuena, y las creencias populares relacionadas con la buena suerte, el porvenir y los deseos de salud, bienestar y paz.

El mundo de la fantasía, copado por las ritualidades del nacimiento de Jesús, las misas y las actividades que le son propias, da un toque religioso y, a la vez, lúdico en el decorado del Nacimiento o los belenes, las luces y los detalles festivos y decorativos que le caracterizan.

No obstante, a pesar de la fuerza sagrada de la celebración, con el tiempo lo lúdico ocupa cada vez más espacios y modifica, sin querer, viejas prácticas. Otras, como los aguinaldos, han decrecido por temas sociales como la seguridad ciudadana. La cena es ahora más íntimamente familiar, cambiando sus componentes nutricionales en nuestro país, donde ya no solo está presente el cerdo, sino que lo acompañan el pavo y el pollo. El consumo del pavo podría explicarse a partir de la inmigración desde nuestro país, sobre todo hacia los Estados Unidos de América. Asimismo, otros elementos han modificado la culinaria, como las golosinas, las frutas, las bebidas y los platos adicionales.

En todo lo anterior, la tradición se reduce a la celebración misma de la Navidad, la Nochebuena, las misas, el recogimiento familiar y la celebración del Año Nuevo; no obstante, ha cambiado la manera y algunos componentes de su celebración, lo cual se traduce en costumbre, que es la forma en que la tradición —la asiduidad— se expresa.

Lo mismo sucede con otros hechos que hoy se realizan de manera distinta, como la espera de los cañonazos del día 31 a las 12 de la medianoche, ya no en familia, sino fuera de la casa y con los amigos.

La cena ha variado algunos de sus componentes, aunque sigue celebrándose cada 24 de diciembre. Lo mismo ocurre con el Nacimiento o los belenes, hoy sustituidos por el arbolito y Santa Claus, que ha reemplazado a los Reyes Magos, todo como parte de una nueva ritualidad, de carácter social o sagrado, que se sigue practicando, aunque ha cambiado la manera de hacerlo. Esa manera es la costumbre, mientras que la repetición anual de estas celebraciones es lo que se conoce como tradición.

Si existiera una ausencia de la tradición, que es la esencia, se perdería la manifestación cultural, pues la costumbre está estrechamente relacionada con la tradición, aun cuando se modifiquen las formas de su celebración. Esta relación dicotómica está vinculada a la complejidad entre esencia y permanencia del hecho cultural, que, cuando deja de ser esencial o eficaz, desaparece, en la vieja lucha entre cambio y permanencia de la cultura y las identidades que le acompañan. Esto refleja fielmente que el hecho cultural es una creación humana mientras le sea útil, pues, así como se crea, puede ser sustituido por otros referentes más efectivos en un momento dado; lo contrario sería una visión romántica del hecho cultural.

Carlos Andújar Persinal

Sociólogo

Sociólogo, profesor de la UASD. Miembro de la Academia de Ciencias de la República Dominicana y de la Academia Dominicana de la Historia. Premio Nacional de Ensayo 2010. Ex Director del Museo del Hombre Dominicano y del instituto Dominicano de Investigaciones Antropológicas UASD. Fue Coordinador de Programas Culturales del Centro León. Actualmente es el Director General de Museos del Ministerio de Cultura. Publicaciones: Presencia negra en Santo Domingo, Identidad cultural y religiosidad popular, Por el sendero de la palabra, Meditaciones de cultura, Diálogos cruzados con la dominicanidad, Apuntes antropológicos, Temas del Caribe y otros escritos, De cultura y sociedad, Oníricas de amor y desamor, Encuentros y desencuentros de la cultura dominicana, La cultura y la sociedad dominicana.

Ver más