Uno de los más lúcidos ensayistas y poetas del siglo XX, el mexicano Octavio Paz, expresó que, en el fondo, todo libro de poesía es una especie de diario. Es decir, una expresión interna, íntima de lo que nos puede ocurrir o imaginamos que nos ocurre en el día a día.
Evidentemente, estas cotidianidades para ser arte requieren ser tocadas por la varita mágica de la literatura. Convertir lo que nos pasa en arte verbal, hacer que el yo se trasmute en nos, es el siempre reto de todo escritor. De ahí que una de las preguntas fundamentales que deberíamos hacernos ante todo producto verbal cuyo propósito sea literario es si ha logrado ser arte, si ha alcanzado rebasar la frontera de lo narcisista.

Y la respuesta la da cada lector. Si se identifica con lo escrito, si se asombra, si es absorbido por el misterio del tejido hecho con palabras, entonces la respuesta es sí.
En el caso de los libros de poesía integrados por muchos textos breves, resulta necesario hacerse la pregunta en cada uno de ellos. Sabemos que todo poema funda o inventa un mundo auténtico e irrepetible, porque la poesía no es técnica, es todo lo contrario: un permanente experimento, un continuo salto al vacío.

De manera que cada lector está invitado a preguntarse y a responderse las veces que sea necesario mientras lee los textos que componen a Monólogos de multitud.

Probablemente escuchemos respuestas negativas y respuestas positivas. Pero si ha habido por lo menos un lector que haya dicho un sí, la poesía ha ganado.
Entonces ese lector se preguntará, por ejemplo:
¿Quién precipita en ruleta mi estático destino?
O: ¿Dejará la rueda de ser círculo vicioso?
Ese mismo lector afirmará que:
Hay fiestas que son cementerios disfrazados
Luego, conversando con sí mismo, ese lector dirá:
Me llamaron, creo. O quizá solo fue el viento empujando las sílabas perdidas. Prefiero creer que el viento aún sabe mi nombre.
Y ese mismo lector (que probablemente sea yo) descubrirá que cuando leemos al mismo tiempo escribimos, por eso no dudará en sentenciar:
A veces escribir es el único modo de existir.
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