El cuento, como tal, es un género literario apasionante, de difícil dominio y poca extensión, cuya elaboración implica, entre otras cosas, buen conocimiento de su técnica, del lenguaje, la imaginación y las leyes fundamentales del discurso narrativo.
Además, en todo caso, es indispensable un concepto consciente y claro sobre el origen del cuento, su evolución histórica y distintas formas estilísticas.
En la interesante obra “Teoría y técnica del cuento” Enrique Anderson Imbert concibe el cuento de manera concisa y precisa:
“ El cuento vendría a ser una narración breve en prosa que, por mucho que se apoye en un suceder real, revela siempre la imaginación de un narrador individual".
“La acción-cuyos agentes son hombres, animales humanizado o cosas animadas- consta de una serie de acontecimientos entretejidos en una trama donde las tensiones y distensión, graduadas para mantener en suspenso el ánimo del lector, terminan por resolverse en un desenlace estéticamente satisfactorio”.
Gustavo Olivo Peña sabe que no podría ser de otro modo, al tiempo conoces (con sobrados detalles) los elementos, aspectos y principios que determinan y caracterizan la buena y nada fácil estructuración de un buen cuento.

Ello, como se ha de saber, no es fruto del azar, sino más de su vasta experiencia cultural y escritural, así como de las lecturas atentas de grandes maestros del cuento.
Entre ellos, cabe mencionar los siguientes: Nathaniel Hawthorne, Juan Bosch, William Collins, Julio Cortázar Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Vladimir Naboko, Frank Kafka, Antón Chéjov, García Márquez, Juan Carlos Onetti, William Faulkner, Jame Joyce y Alice Munro.
A parte de los autores señalados, Olivo Peña leería, una y otra vez, otros grandes cuentista, como, por ejemplo, Catherine Mansfield, Jorges Luis Borges, Guy de Maupassant, Vargas Llosa, Ernest Hemingway, Virginia Word, Díaz Grullón, Truman Capote, Ruyard Kiplin y Sherwoo Anderson, entre otros expertos del relato breve.
Olivo Peña estudió cuidadosamente esos y otros maestros del cuento. Lo hizo sin prejuicio alguno y lo asimiló con gran entusiasmo y espíritu creativo.
Ello le permitiría, conjuntamente con la libertad de crear e imaginar, hacer buenos cuentos con un fondo de verdad común y totalmente alejados de repeticiones monótonas.
De ahí que sus cuentos den goce a los sentidos y puedan deleitar la imaginación no solo por su impresionante belleza, sino también porque dejan sentir, las más de las veces, el fuego heraclitiano; el ser y no ser de de Parménides; las homeomerías de Anaxágoras y el apeiron de Anaximandro.
Por tanto, diríase que son cuentos para ser disfrutados y, la vez, reflexionados con entero rigor lógico.
Sin mucho esfuerzo teorético, en ellos se habría de observar una acentuada concepción filosófica humanista, ilustrada y creacionista, traspasada, por así decirlo, de raciovitalismo, existencialismo y realismo, profundamente imbuido de lo cotidiano. De ahí su magia y encanto seductor.
En efecto, los cuentos de Olivo Peña, por decirlo de algún modo, tienen gran calidad estética.
Sus argumentos, ideas, conceptos e imágenes, digamos, se agolpan en la memoria como esencias vivientes, que luego abría de recordar y encarnar, si se quiere, historias condensadas a partir de hechos reales o imaginarios, que, de manera inevitable, se traducirían, no sin previa reflexión, en datos de la conciencia y formas escriturales.
Esa, más que cualquier otra, sería la razón por la cual rara vez se perdería en la desmemoria desgarrada y extraña de sí.
A ojos vistas, se puede apreciar que los cuentos de Olivo Peña tienen un tono narrativo sostenido, equilibrado y armonioso, con ritmo, cadencia y varios matices expresivos, profundamente enraizados en la estructura lingüística que lo sustenta y de definen, cual si fuesen manchas indelebles en el resplandor impecable de la nieve.
Y no abría de ser de otro modo, ya que el discurso narrativo de nuestro autor es coherente, no solo por su estrecha unidad de sentido, revelada en la sobriedad y fluidez de su lenguaje, concebido a la luz de sus posibilidades creativas, sino por su abundante sapiencia y elevado sentido de la pulcritud.
En lo esencial, los cuentos de Olivo Peña pareciesen mediados por la filosofía creacionista Borgiana.
Como se sabe, los cuentos de Jorge Luis Borges fueron forjados sobre la base de una concepción metafísica de lo fantástico, lo imaginario, la finitud e infinitud de lo real y puramente ideal.
Olivo Peña, en consecuencia, lo habría comprobado una y otra vez, leyendo y releyendo, serenamente, los cuentos del inmenso escritor argentino.
A pesar de ello, no los reproduce ciegamente, sino que los interpreta creativamente, quizás, sin contradecir al filósofo Martín Heidegger, cuando sostiene que:
“(…) toda interpretación se mueve en la estructura de prioridad ya caracterizada. Toda interpretación que haya de aportar comprensión debe haber comprendido ya lo que en ella se ha de interpretar”.
Ciertamente, es así, porque la interpretación comprende, sobre todo si es exhaustiva, todo cuanto la produce y la incita a la cognición, que es, justamente, lo que ocurre con los cuentos de Gustavo Olivo Peña.
Su comprensión, tanto en su forma como en el contenido, dependería, sin más, de la buena exégesis que se hiciese de los mismos.
Indiscutiblemente, toda comprensión es fruto de la interpretación.
Recuerdo que, hace unos algunos años, leí, reiteradamente, el breve, pero muy significativo escrito “Apunte sobre el arte de escribir cuentos” del profesor Juan Bosch.
“(…) una vez adquirida la técnica- señala el admirable intelectual-, el cuentista puede escoger su propio camino, ser, ‘hermético’ o “ figurativo’ como se dice ahora, o lo que es lo mismo, subjetivo u objetivo; aplicar su estilo personal, presentar su obra desde un ángulo individual; expresarse como él crea que debe hacerlo”.
“(…) Pero no debe echarse en olvido- continúa aumentando el maestro- que el género, reconocido como el más difícil en todos los idiomas, no tolera innovaciones sino de los autores que lo dominan en lo más esencial de su estructura”.
Lo dicho por Juan Bosch constituye una verdad innegable, reflejada claramente en los cuentos de Olivo Peña.
La obra titulada “Un hombre discreto y otras historias” obtuvo en el 2022, el Premio Nacional de de cuentos José Ramón López, que otorga cada año el Ministerio de Cultura.
Otra obra de su autoría (la más reciente: “Desde un costado de la (des) memoria”, la cual fue puesta en circulación el 22 de agosto, en la Sala Aida Cartagena Portalatín, Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, Plaza la Cultura.
Ambas, además de bien escritas, evidencian buen dominio de la técnica del cuento.
Otra verdad innegable como la técnica del cuento lo sería que vivimos desviviendo dentro del mundo.
Sé que éxito y soy porque tengo plena conciencia de ello. De igual manera, sé que me devanezco y, poco a poco, voy dejando de ser en el mundo donde vivo ( junto a ti y al otro, que abrían ser nosotros y vosotros o simplemente, tú y yo).
Es justamente de ese mundo que Gustavo Olivo extrae argumentos e historias de sus cuentos impecables, en los cuales se observa buen manejo de los diálogos, entradas rápidas y breves, acompañadas de buenas atmósferas, desarrollo, nudos y conflictos resueltos en desenlaces cerrados, sorpresivos y suspensos sugerentes, sustanciosos y significativos.
Eso se debe, ante todo, a su unidad de sentido observable en lo que bien se ha dado en llamar lo inmanente y trascendente, desvelados en dos realidades fundamentales: la sensible y suprasensible.
Las cuales, como se habría de saber, son partes constitutivas de los mundos bifurcados en la asombrosa alegoría del mito de la caverna de Platón.
Además, cabría decir que los cuentos de Olivo Peña, impregnado de la mejor tradición narrativa, están entretejidos con los hilos sutiles de la imaginación poética y la más novedosa lucidez creativa.
En toda su esencia significativa, se trata de cuentos de visibles calidad estética, en los que se percibe, en tres otras cosas, lo siguiente:
– Buen dominio del lenguaje.
-Fuerte aliento filosófica, cotidiano y existencial.
-Admirable dominio de las historias narradas.
-Concisión y buen manejo delos diálogos.
-Descripciones vivas y precisas.
-Entradas rápidas, breves y seductoras, con desarrollo y finales sabiamente elaborados.
-Novedad, magia y encanto.
-Ingenio creativo.
-Agudeza perceptiva.
-Conocimientos amplios y profundo de la historia del cuento, su evolución y tipos.
-Excelente conocimiento y dominio de la técnica, reglas y principios que posibilitan la intensa y tensa práctica escritural del cuento.
Después de lo dicho, sería atinado referir el concepto sobre el cuento de Mempo Girdinelli.
En su magnífica obra “ Así se escribe un cuento”, él sostiene, con claridad y deslumbrante certitud:
“El destino de un cuento, como si fuera una flecha, es producir un impacto en el lector. Cuanto más cerca del corazón del lector se clave, mejor será el cuento. Para lograr ese efecto, el texto debe ser sensible: debe tener la capacidad de mostrar un mundo, de ser un espejo en que el lector vea y se vea”.
Los cuentos de Olivo Peña son así. Ni más ni menos. Por eso y otras razones más que justificadas vivirán por siempre en la cultura, las mentes y corazones de los lectores.
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