Hay artistas que viajan al mundo para confirmar lo que ya sabían. Y hay otros —más raros, más atentos, más disponibles a la sorpresa— que viajan para transformarse. Los Bravú pertenecen a esa segunda estirpe. Llegaron a República Dominicana por primera vez en 2019, atraídos por la lengua, las resonancias del Caribe y una sensibilidad que intuían cercana. Siete años después, su vínculo con el país no es un capítulo aislado, sino una parte viva de su biografía afectiva, creativa y humana.
Los Bravú —Dea Gómez y Diego Omil— son un dúo gallego que trabaja unido desde 2012 bajo un solo nombre que alude al olor de los animales. Su obra, figurativa y a veces levemente surreal, mezcla collage, fusión de lenguajes y un virtuosismo que dialoga tanto con el diseño contemporáneo como con ecos del Renacimiento y del realismo mágico. Transitan con naturalidad entre pintura, dibujo, cerámica, escultura y cómic, combinando cultura urbana y vernácula, fascinación e ironía, hasta lograr que cada elemento en sus escenas posea una identidad propia.

Un solo nombre, un solo pulso
La primera revelación es fundacional: Los Bravú decidieron desde el inicio renunciar a las identidades individuales y asumir un nombre común. No se trata de un gesto simbólico, sino de un sistema operativo. La autoría se diluye en un taller donde cada idea es negociada, discutida, filtrada por el otro. La obra resultante no pertenece a ninguno de los dos: “no es la mano la que dirige el proceso, sino la cabeza”, dicen. Y esa cabeza, en su caso, es doble.
Ese acto de disolución del yo no es renuncia, sino expansión. Les permite trabajar desde un territorio profundo del subconsciente donde los símbolos emergen sin cerrarse, pidiendo al espectador que complete lo que la obra apenas insinúa. En ese espacio intermedio entre lo que proponen y lo que cada quien proyecta, nace la experiencia Bravú.
Clasicismo y glitch
Hablar de Los Bravú es hablar de tensiones: entre el Renacimiento y la cultura digital, entre la introspección clásica y el caos contemporáneo, entre la quietud del humanismo y la sobrecarga de datos.
No imitan el Renacimiento: lo atraviesan. Les interesan esas figuras “recogidas hacia dentro de sí mismas”, expulsando el aire, ajenas al dramatismo barroco. Ese ensimismamiento —dicen— conecta sorprendentemente con la sensibilidad digital de hoy, donde habitamos un mundo saturado, pero al mismo tiempo interiorizado.
La otra mitad del diálogo la aporta el glitch: ese pequeño error en la imagen digital que fractura el orden y deja ver una capa más profunda. Para ellos el glitch se emparenta con la pintura misma, ese lugar donde la imagen se corrige, se rompe, se reescribe.
Lo clásico y lo digital, entonces, no se oponen: se espejean.
Poética del colmado
Cuando hablan de República Dominicana, Los Bravú lo hacen con una mezcla de descubrimiento y pertenencia. La primera exposición se tituló E’to Tigere Tan Bien Chivo, un guiño directo a la picardía local. Pero detrás del humor hay un interés lingüístico: son gallegos, nacidos en un territorio donde conviven dos lenguas, y por eso sienten fascinación por las variaciones del español en cada región del mundo. Lo escuchan, lo anotan, se dejan contagiar.
La nueva exposición, Aurora en Samaná, nace de una residencia en El Portillo, donde vivieron casi aislados, inmersos en la naturaleza. Pintaban descalzos, siguiendo el ritmo del cielo y de las aves. Ese contacto directo, puro, casi primitivo les transformó el cuerpo y la mirada.
Pero no fue solo la naturaleza. Fue la humanidad. “Lo más significativo fueron las cuestiones más humanas”, recuerdan. Los colmados, los pescadores, las conversaciones con desconocidos, el caos urbano que convive con una organización invisible… todo eso se convirtió para ellos en una mitología cotidiana. Un paisaje espiritual que intentaron traducir en pintura.
Naturaleza y tecnología: doble abismo
Su obra oscila entre la libertad del mundo natural y las posibilidades —a veces inquietantes— del universo digital. Ninguno de estos espacios es puro: ambos tienen luz y sombra. La naturaleza libera, pero también acecha. La tecnología condiciona, pero también abre posibilidades inéditas.
Ese doble abismo, esa ambivalencia, es su materia prima. Porque ahí es donde habita el subconsciente, ese territorio desde donde crean.
Una relación que es biografía
Más allá de las obras, Los Bravú se llevan de República Dominicana un ritmo, un color, una humanidad que ya forma parte de su memoria sensible. Conocen personas, regresan, vuelven a encontrarlas en España o en otros países. Lo dominicano ya no es una anécdota: es una presencia.
Y en ese vínculo afectivo está la clave de su futuro creativo: seguir regresando, seguir observando, seguir dejando que este país los transforme.
El animal que piensa
Si tuviera que definir a Los Bravú después de escucharlos, diría que son un animal que piensa. Una criatura de dos cabezas que habita el subconsciente, respira naturaleza, procesa tecnología y conversa con la tradición. Su obra es un territorio donde lo clásico se fractura, donde lo digital se vuelve símbolo, donde lo dominicano se transforma en imagen interior.
Son, en esencia, un ensayo vivo sobre cómo crear en el mundo contemporáneo sin perder la raíz, la intuición ni la mirada.
Y esa fragancia —ese bravú— es lo que hace de ellos un dúo singular.
Agradecimiento
Agradezco a Michelle Peña, cuya gestión y cercanía hicieron posible este diálogo con Los Bravú. Asimismo, mi gratitud a Lyle O. Reitzel Arte Contemporáneo y a su propietario, por la invitación a la exposición y por abrir el espacio para que esta entrevista aconteciera con la libertad y la humanidad que la caracterizaron
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