En diversos momentos de su vida, tanto en su viaje de estudios por Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Barcelona entre 1828 y 1831 como en su exilio posterior a Curazao, Venezuela y Alemania, el patricio Juan Pablo Duarte logró apropiarse de una sólida formación filosófica, política, jurídica, científica y literaria que le permitió desarrollar una visión holística sobre el proceso de liberación de la República Dominicana frente a la dominación haitiana y diferentes potencias que pretendiesen enajenar, aunque fuese tan sólo un ápice, cualquier parte del territorio nacional o lesionar su soberanía.
La práctica política de Duarte estuvo siempre aguijoneada por los aspectos más avanzados de las filosofías políticas y jurídicas en boga tanto en los Estados Unidos de América como en la Europa de los siglos XVIII y XIX: aquellas relacionadas con el movimiento romántico francés, inglés y español, con la ilustración francesa, con el liberalismo político inglés y norteamericano y con el municipalismo de Cataluña. Éstas, junto a su peculiar forma de ver la realidad y a su profunda fe cristiana -cuyo credo cultivó desde los primeros años de su infancia-, les permitieron forjar una filosofía política y jurídica propia, basada en profundos valores patrióticos, democráticos, participativos, liberales, civilistas, municipalistas, nacionalistas, antiimperialistas, éticos, morales, cristianos y humanistas.
I-Concepción de Duarte sobre la política
La perspectiva trascendente que le otorgaba Duarte a la relación que debe existir siempre entre la filosofía y la política, en tanto disciplinas que deben ocupar las posiciones cimeras en el proceso de la intelección humana, se expresa en esta frase lapidaria: “La Política no es una especulación; es la Ciencia más pura y la más digna, después de la Filosofía, de ocupar las inteligencias nobles”.[1]
En esta definición de Duarte sobre la filosofía y la política observamos la ponderación propia de un experto en los estudios clásicos de la antigüedad griega, tal como observó certeramente nuestro gran humanista Pedro Henríquez Ureña en su obra de ensayos juveniles Horas de Estudios, cuando expresó:
Este joven amante de la filosofía y de la ciencia, fue el fundador de la República. Una frase suya de sabor griego, lo pinta: La política no es una especulación: es la ciencia más digna después de la filosofía, de ocupar a las inteligencias nobles.[2]
Para el Fundador de la República Dominicana, la filosofía debía ocupar el pináculo del saber, por cuanto es la que proporciona una visión holística sobre el cosmos, el mundo y la vida. Pero, junto a ella, la política debía tener reservado un lugar privilegiado, por cuanto es la ciencia que debe tender a garantizar el bienestar colectivo de todos/as los/as ciudadanos/as que integran el Estado, la Patria, la Nación o la República.
II-La huella romántica
Cuando Duarte llegó a Barcelona hacia el año 1828, esta ciudad era el mayor centro hispánico del romanticismo en las primeras décadas del siglo XIX, momentos célebres en que predominaban las reuniones juveniles en asambleas, consejos, sociedades y academias que estimulaban los buenos estudios, así como el desarrollo cultural y político.
Duarte tuvo la oportunidad de conocer y vivir de cerca el espectáculo singular del primer romántico español, el poeta José Espronceda, de quien es muy probable el Patricio tomara la idea de la Sociedad Secreta La Trinitaria que fundara el 16 de julio de 1838, ya que hacia el año 1823 aquél había fundado la Sociedad Secreta Los Numantinos, organización revolucionaria que estuvo entre los factores que desencadenaron la persecución y posterior exilio del bardo español.
Se pueden establecer importantes comparaciones entre los versos que el patricio Duarte escribió bajo el título Soy Templario y la leyenda de Espronceda El Templario. Asimismo, existen grandes similitudes entre los versos El Criollo de Duarte y el romance Un Castellano Leal del Duque de Rivas, los cuales son muestras más que evidentes de que el patricio dominicano abrevó en las fuentes más elevadas del romanticismo español.
El movimiento romántico influiría de forma determinante en el acendrado y perenne patriotismo de Duarte; en su indeclinable amor por la libertad; en su humanismo fraternal y filantrópico, carente de todo tipo de prejuicio racial, social y religioso; en su hondo y quejumbroso lirismo personal y social; en su amor profundo por las Bellas Artes tatuado en la poesía y en el teatro, de los que se valió como medios de expresión estética y como vehículos de denuncia social, política y cultural. En fin, más que una filosofía política, el romanticismo se convirtió para Duarte en una verdadera filosofía de vida, que lo permearía profundamente y le acompañaría en todo su trayecto hasta exhalar el último hálito de vida.
III-El influjo ilustrado
La concepción ilustrada de Duarte se pone de manifiesto en todo el contenido político-jurídico de su Proyecto de Ley Fundamental (Constitución), el cual fue elaborado en el año 1844 tras su regreso al país al ser proclamada la Independencia Nacional. En ese Proyecto, el patricio postula el principio de la primacía de la ley en todos los actos tanto de gobernantes como de gobernados, el principio de la soberanía nacional como ley fundamental que debe regir a la República Dominicana como Nación libre e independiente, el principio de la soberanía popular tanto en el origen del gobierno como en su forma de elección, el sistema de gobierno a establecer, su esencia y la manera de actuar.
El patricio Juan Pablo Duarte tenía un muy elevado concepto de la ley, al entender que nadie, por muy encumbrado que esté, puede ni debe considerarse por encima de la ley. De igual modo, era del parecer de que ninguna persona, por el simple hecho de ser un ciudadano común, puede situarse al margen de las disposiciones legales vigentes. Esto quiere decir que todo acto que ejerza cualquier persona, gobernante o gobernado, Autoridad o Ciudadano, debe hacerlo exclusivamente con arreglo a lo que dispone la ley, que es lo que el filósofo ilustrado Jean-Jacques Rousseau denomina Contrato Social, el cual permite la convivencia pacífica entre los habitantes de una determinada Nación, donde todos renunciamos a determinadas prerrogativas individuales que nos otorga el derecho natural con el propósito deliberado de obtener otros beneficios que propenden a garantizarnos mayor seguridad y estabilidad social, mediante lo que se conoce como el pacto de asociación entre los ciudadanos.
Duarte considera como la Ley Suprema del Pueblo Dominicano la existencia política de la República Dominicana como Nación libre e independiente de toda dominación, protectorado, intervención e influencia extranjera, por entender que la Independencia Nacional es la fuente y garantía de las libertades patrias. El Fundador de la República establece con gran sentido de patriotismo que todo aquel que contravenga esta disposición, sea gobernante o gobernado, se coloca de inmediato y por sí mismo fuera de la ley, lo que ha ocurrido con la mayor parte de los gobernantes –salvo raras excepciones- que hemos tenido desde 1844 hasta el presente, razón por la cual la mayoría de ellos no merecen “aparecer ante el tribunal de la historia con el honor de hombres libres, fieles y perseverantes”[3]
Duarte tenía una visión bastante clara sobre las implicaciones que tiene todo proceso relativo a la elaboración, proposición, aprobación, ratificación, promulgación y difusión de las leyes de un Estado o Nación, que tiene como interés general garantizar la convivencia social entre todos los individuos, sin menoscabo del ejercicio pleno de sus derechos. Esto evidencia que el Patricio elaboró su concepción sobre las leyes, contenida en su Proyecto de Ley Fundamental, cobijado bajo la gran sombrilla de las ideas ilustradas de los grandes pensadores franceses Rousseau y el barón de Montesquieu.
Duarte destaca como un aspecto esencial de la soberanía nacional, la idea de que la Nación dominicana es libre e independiente, razón por la cual no es ni puede ser nunca parte integrante de ninguna Potencia extranjera, ni el patrimonio de familia o persona alguna, ya sea de nacionalidad dominicana o perteneciente a otra nacionalidad. Esto significa que el territorio de la República Dominicana no puede ser enajenado por nadie, sin importar su procedencia, clase social, rango civil o militar, lo que demuestra que Duarte asumió una postura radical en la defensa de la soberanía nacional y del patrimonio de todos los dominicanos.
Es indiscutible el gran influjo roussoniano en la perspectiva constitucional de Duarte, cuando sostiene que el Gobierno dominicano es y deberá ser siempre popular en cuanto a su origen. Esto revela la absoluta aceptación de la teoría del Ciudadano de Ginebra en cuanto a que el pueblo es el único soberano y depositario de toda fuente de poder legítimo en un régimen democrático. También asume la visión ilustrada de Rousseau cuando sostiene que el Gobierno dominicano es electivo en cuanto al modo de organizarle. Esto deja ver que en nuestro Duarte estaba clara la idea de que el sufragio universal era la única forma legítima en que los dominicanos habrían de escoger a sus gobernantes para que les representaran durante un determinado período de tiempo.
Por otro lado, Duarte deja ver su perspectiva burguesa cuando afirma que el sistema de Gobierno de la República Dominicana es representativo o por delegación, bajo el entendido de que es materialmente imposible que todo el pueblo pueda ejercer a la vez las diferentes funciones prácticas del Gobierno y de los distintos poderes estatales. En ese mismo tenor, despeja toda duda sobre la esencia del Gobierno dominicano, cuando dice que es republicano, con lo cual reafirma una vez más la presencia imperturbable de los ilustrados Rousseau y el Barón de Montesquieu.
La frugalidad en el gasto lo demostró Juan Pablo Duarte cuando era General de Brigada, comandante del Departamento de Santo Domingo y miembro de la Junta Central Gubernativa, al ser designado el 21 de marzo de 1844 como oficial superior adjunto al General Pedro Santana para cooperar en “la defensa de la Patria en la agresión que nos han hecho los haitianos”[4], en referencia a la acción armada que encabezó el presidente haitiano Charles Hérard Riviere entre marzo y abril de 1844.
Duarte señala que el Gobierno dominicano es responsable en cuanto a sus actos, con lo cual asume una de las principales características de un Gobierno virtuoso, que es la frugalidad en el gasto, con lo cual buscaba garantizar el uso pulcro de los recursos y lograr una mayor inversión social pública que vaya en beneficio de las grandes mayorías del pueblo dominicano, tal como lo planteó el Barón de Montesquieu.
Donde Duarte reafirma de forma definitiva su gran adhesión a los principios de la filosofía política ilustrada, al tiempo que la trasciende al agregar el Poder Municipal como el primer poder del Estado, es cuando escribe en su Proyecto de Ley Fundamental que el Estado dominicano:
Para la mejor y más pronta expedición de los negocios públicos se distribuye en Poder Municipal, Poder Legislativo, Poder Judicial y Poder Ejecutivo… Estos poderes llámanse constitucionales porque son y habrán siempre de ser constituidos, so pena de ilegitimidad, con arreglo a la Constitución y no de otra manera[5].
En este texto se pone de manifiesto que Duarte dominaba ampliamente la teoría liberal de John Locke sobre el poder legislativo y el poder ejecutivo, así como la teoría ilustrada del Barón de Montesquieu sobre la integración y división de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial.
A esos tres poderes, Duarte agrega un nuevo poder, el Poder Municipal, el que coloca en primer lugar. Esto lo hizo en virtud de la experiencia obtenida con los cabildos españoles durante su estadía en Barcelona y tomando en cuenta las particularidades propias de los municipios dominicanos, por entender que el Poder Municipal o Fuero Municipal, como también lo denominaba, es, sin lugar a duda, el estamento del Estado que más cerca está del pueblo y el que puede atender con mayor celeridad y eficiencia las necesidades más sentidas e inmediatas de la población dominicana.
Las ideas liberales que profesó Juan Pablo Duarte estaban estrechamente relacionadas con las ideas románticas e ilustradas que sustentó durante gran parte de su vida, a través de las cuales siempre abogó por el establecimiento de una República Dominicana libre e independiente de toda dominación extranjera, donde primara el Estado de Derecho en beneficio de todas las personas que la habitan, para que, sin distinción social, económica, cultural, de raza o de religión, sean consideradas como entes iguales ante la ley.
De igual manera, condena toda forma de despotismo, al tiempo que postula la necesidad de la construcción de un sistema democrático representativo, donde prime la división de poderes y los principios republicanos de la soberanía popular, del sufragio universal, de la libertad de prensa y del respeto a las libertades individuales y a los derechos sociales de los seres humanos, como son: el respeto a la preservación de la vida, el respeto a la dignidad y al honor de las personas, el respeto a la libertad de pensamiento, el respeto a la libertad de asociación, el respeto a la libertad de expresión, el respeto a la libertad de cultos y el respeto a la propiedad, entre otras.
IV-El cristianismo comprometido de Duarte
La concepción constitucional de Juan Pablo Duarte sobre la religión evidencia una gran apertura a la libertad de conciencia, a la tolerancia de cultos y al funcionamiento de sociedades orientadas a la defensa de la moral pública y de la caridad evangélica, sin renunciar a su orientación cristiana en favor de la Religión Católica, Apostólica y Romana como religión predominante del Estado Dominicano.
Observemos lo que dice Duarte en su Proyecto de Ley Fundamental sobre este aspecto tan controversial en toda sociedad humana, como es la religión:
La religión predominante en el Estado deberá ser siempre la Católica Apostólica, sin perjuicio de la libertad de conciencia, y tolerancia de cultos y de sociedades no contrarias a la moral pública y caridad evangélicas[6].
Al referirse a la concepción religiosa de Duarte, el dirigente político y predicador evangélico Alfonso Lockward dice:
Nótese el uso de la palabra ‘predominante’, en cuanto a la Religión Católica. Lo de ‘libertad de conciencia’ casi siempre se utilizaba pensando en la masonería. Duarte fue, pues, sensible al sentimiento generalizado entre los dominicanos en cuanto al catolicismo, pero como liberal que era, pensaba que se debía mantener la libertad de cultos. O, mejor dicho, la tolerancia[7].
Todo esto refleja que Duarte no asumió una postura cerrada o excluyente frente a todos aquellos que tenían una posición diferente a la suya, sino que, muy por el contrario, era tolerante ante aquellos que diferían de su perspectiva católica, siempre y cuando no entraran en contradicción abierta con la moralidad pública y la caridad evangélica.
Otro aspecto por destacar en Duarte es el gran sentido de compromiso con que asumió su condición de cristiano abanderado de la causa de la independencia nacional, al colocarse siempre del lado de los más genuinos intereses del pueblo dominicano, razón por la cual se puede afirmar que su cristianismo fue profundamente comprometido con las mejores causas de la República Dominicana y con los más pobres y humildes.
V-Duarte, pueblo haitiano y unidad nacional
Para Duarte no era posible -como no lo es, ni podrá ser nunca- una fusión entre los pueblos haitiano y dominicano, ya que poseen historias, culturas, lenguas, formas de pensar, formas de vida y modos de actuar esencialmente diferentes. No obstante, reconoce en el pueblo haitiano -tras recorrer las páginas gloriosas de su historia-, que es poseedor de dos virtudes poco comunes y eminentes entre los seres humanos y los pueblos: 1.- Un amor profundo por la libertad y 2.- Un valor admirable para vencer poderes excesivamente superiores a los suyos, lo que le permitió salir de su centenaria condición de esclavo y lograr constituirse en nación libre e independiente frente al yugo opresor francés.
Asimismo, Duarte era del parecer que, así como España y Francia tenían derecho a establecer su monarquía y los haitianos su república, los dominicanos tenían el mismo derecho a constituirse en Nación libre e independiente de toda dominación extranjera, sin importar que esta última sea española, francesa o haitiana, pero bajo el nombre irredento de República Dominicana.
No obstante, para Duarte, el racismo, sin importar que proviniera de blancos, negros, mulatos o cobrizos, constituía una aberración y una disminución de la condición humana. Pues el Patricio entendía que el color de piel no determina la calidad de las personas ni el aporte individual o social que se está en capacidad de hacer; muy al contrario, entendía que lo que distingue a una persona con respecto a otras es su cualificación ético-moral, su amor al prójimo, su entrega total a la causa de la patria y la justicia, así como su preparación intelectual.
La concepción revolucionaria de la unidad racial que tenía Duarte para entonces era muy necesaria, dado que, para el año1838, fecha en que fue fundada La Sociedad Secreta Trinitaria, tan sólo habían transcurrido 16 años de que en el país se había abolido formalmente la esclavitud de los negros a mano de los blancos y todavía se expresaban enconos y rencores de un lado y del otro. Esto no lo podía permitir el Patricio en una causa cuyo propósito central era lograr la libertad, la igualdad, la independencia y la justicia social absoluta en favor de toda la ciudadanía de la parte oriental de la Isla de Santo Domingo.
Esto se pone en evidencia más claramente en los siguientes versos suyos, donde llama a todos los dominicanos a trabajar unidos por el bienestar de la Patria, contra toda forma de opresión tiránica o dictatorial y por la democracia plena de la República Dominicana, sin distinción de clases sociales ni prejuicios raciales de ningún tipo. Veamos:
Los blancos, morenos, cobrizos, cruzados, marchando serenos, unidos y osados, la Patria salvemos de viles tiranos, y al mundo mostremos que somos hermanos.[8]
Estos significativos versos, en los que llama vehementemente a la unión de las diferentes razas, en calidad de hermanos, para salvar la Patria de gobernantes autocráticos o “viles tiranos”, contrarios a la democracia, a la soberanía y a la libertad, son una muestra más que palmaria de que el racismo y los prejuicios sociales no se aposentaron en el noble, bondadoso y sincero corazón del patricio Juan Pablo Duarte.
Con esta perspectiva visionaria, se adelantó a su época y entendió el concepto de Nación como algo amplio e incluyente, que comprende a los diferentes sectores que habitan un territorio, poseen una misma cultura, tienen una lengua común y se sienten copartícipes de los mismos sentimientos patrióticos, de identidad nacional, histórica y social, alegría, tristeza o esperanza que embargan a los integrantes de un determinado conglomerado humano.
VI-El antiimperialismo radical de Duarte
La perspectiva antiimperialista de Duarte comienza en sus años de mocedad (al darse cuenta de que nuestro país estaba bajo el yugo de la clase dominante haitiana) y adquiere su máxima expresión con la formación de la Sociedad Secreta La Trinitaria, el 16 de Julio de 1838, luego de haber estado propagandeando junto a José María Serra por espacio de casi seis años consecutivos (1833, 1834, 1835, 1836, 1837 y hasta mediados de 1838). Esta entidad fue creada con el propósito primordial de enfrentar a la clase dominante haitiana y desplegar todas las acciones que fuesen necesarias para la consecución de la Independencia Nacional.
Duarte avizoró con una clara visión de presente y futuro el interés de los franceses, españoles, ingleses y norteamericanos por posesionarse de las riquezas naturales de la República Dominicana y controlarla política y económicamente. Así lo expresa en estas palabras:
Visto el sesgo que por una parte toma la política franco-española y por otra la angloamericana y la importancia que en sí posee nuestra isla para el desarrollo de los planes ulteriores de todas cuatro Potencias, no deberemos extrañar que un día vean en ella fuerzas de cada una de ellas peleando por lo que no es suyo. Entonces podrá haber necios que por imprevisión o cobardía, ambición o perversidad correrán a ocultar su ignominia a la sombra de esta o aquella extraña bandera y como llegado el caso no habrá un solo dominicano que podrá decir yo soy neutral, sino que tendrá cada uno que pronunciarse contra o por la Patria, es bien que yo os diga desde ahora (más que sea repitiéndome) que por desesperada que sea la causa de mi Patria será la causa del honor y que siempre estaré dispuesto a honrar su enseña con mi sangre.[9]
Aquí Duarte deja ver la disposición de las grandes potencias a pelearse por nuestro territorio, tomando en cuenta su ubicación geoestratégica, los diferentes microclimas favorables a la producción agrícola, las bellezas naturales que le adornan y las riquezas naturales y materiales abundantes que posee. También el patricio destaca que hay malos dominicanos que por cobardía, ambición o perversidad se colocarían bajo el color de la bandera extranjera que más les garantice prebendas y beneficios particulares. En ese caso, Duarte es enfático al plantear que no se puede argüir neutralidad, sino que cada quien está en la obligación de tomar partido en contra de la Patria o en favor de ella. Es evidente que nuestro Padre Fundador tenía la más profunda convicción de que el lugar que les corresponde a los dominicanos honorables y patriotas es el de la defensa a ultranza de la enseña tricolor, aún a costa de la propia vida.
VII-La República Dominicana soñada por Duarte
La República Dominicana con que soñó Juan Pablo Duarte, dominada por una pérdida total de valores ético-morales, ciudadanos y patrióticos, asume en el presente un conjunto de características, que a rasgos generales esbozamos a continuación:
1-La República Dominicana debe asumir como su principio básico la autodeterminación plena en todos los aspectos: territorial, político, económico, social, ideológico y cultural, de manera que en el marco del complejo contexto global en que vivimos, estemos en capacidad de organizar al país conforme a nuestra propia idiosincrasia como dominicanos, sin tener que depender de ninguna potencia extranjera, pero manteniendo relaciones internacionales cordiales en base al respeto mutuo, el comercio justo y la cooperación horizontal, tanto bilateral como multilateralmente.
2-La República Dominicana debe ser popular en cuanto a su esencia y fundamentos, lo que significa que el poder y los distintos mecanismos de toma de decisiones del país deben contar con la hegemonía y presencia mayoritaria del pueblo, entendido éste como la diversidad de sectores y ciudadanos que conformamos la nación dominicana y que, con nuestro quehacer cotidiano producimos las riquezas del país, definimos nuestra idiosincrasia y afirmamos nuestra identidad. Esos sectores son: los obreros, los campesinos, los pobladores de barrios, comunidades y residenciales, las mujeres, los pequeños y medianos productores agropecuarios y de la industria, los comerciantes, los profesionales y técnicos en las diferentes áreas, así como las diversas etnias que conforman nuestra multicolor nación.
3-La República Dominicana debe estar regida por una democracia participativa, donde el poder político y los diferentes espacios de poder económico, social y cultural estén centrados en la participación democrática y plural de los diferentes sectores populares y comunitarios. De esa manera, el ejercicio del poder a todos los niveles dejará de ser un patrimonio exclusivo de una minoría para pasar a ser una práctica cotidiana y efectiva de todos, donde los ciudadanos y las ciudadanas estén en capacidad y en libertad de elegir y ser elegidos/as para las diferentes funciones públicas; conservar el control soberano sobre sus elegidos, pudiendo incluso revocarlos si no cumplen adecuadamente con su rol y constituirse en administradores y gobernantes locales en las diferentes esferas de acción cotidiana.
4-De igual manera, se deben crear órganos públicos de control, ante los cuales los funcionarios estén en la obligación de rendir cuentas de su gestión periódicamente; se debe privilegiar la decisión directa del pueblo en asuntos fundamentales para el interés de la nación, a través de figuras participativas como la Asamblea Nacional Constituyente electa por el Voto Popular, el Plebiscito y el Referéndum, así como la autogestión plena de la población, en lugar de la delegación y/o la representación, en todas aquella funciones públicas que, dada su naturaleza, se requiera; en fin, debe crearse una cultura ampliamente democrática y participativa, donde se prohíba se forma clara y sin ambigüedades la reelección en los cargos electivos y el carácter permanente de las representaciones.
5-La República Dominicana debe estar basada en un nuevo modelo nacional de desarrollo integral, que supere el carácter excluyente del que se aplica actualmente y rompa de forma definitiva con los lazos de dependencia que nos atan a la economía norteamericana o a cualquier otra economía poderosa del planeta. Es necesario definir una vía propia y sustentable de desarrollo que involucre a todas las fuerzas económicas y sociales de la nación para potenciar la producción de aquellos bienes y servicios que demanda tanto el país como el mercado internacional. En este modelo se debe garantizar el crecimiento de los diferentes sectores de la economía, al tiempo que el Estado debe ser garante de que haya una distribución equitativa de las riquezas entre todos aquellos que la hacen posible.
6-La República Dominicana debe garantizar la existencia de un Estado Social y Político de Derecho, donde el cumplimiento estricto de la ley se constituya en el principal referente del pueblo dominicano, sus instituciones y de los extranjeros que habiten nuestro país. En la sociedad dominicana primará el respeto pleno a los Derechos Humanos en todas sus manifestaciones y expresiones, destacándose entre ellos el derecho a una existencia digna, a una educación integral, a una salud plena, a la libertad de pensamiento, expresión y asociación, a la praxis de una pluralidad social, política, ideológica y cultural, así como la garantía de la más amplia participación de todos/as los/as ciudadanos/as en los diferentes espacios de poder.
7-La República Dominicana debe promover todos los valores ético-morales, ciudadanos, patrióticos y culturales que contribuyan a reafirmar nuestra identidad nacional popular, el ejercicio ético de la actividad política y de la administración del poder del Estado, tomando como guía la concepción que de la política y el ejercicio del poder tenía Duarte como actividad de servicio a la patria y al pueblo dominicano, donde la corrupción en sus más diversas formas y manifestaciones sea castigada severamente, sin importar la procedencia social y la posición que ocupe quien la ejerza. En esta sociedad se resaltarán los aportes realizados por el pueblo y sus diferentes líderes en el devenir histórico-social y cultural de nuestra nación, de manera que se constituyan en una referencia positiva para las presentes y futuras generaciones.
8-La República Dominicana debe garantizar la plena igualdad de género y de etnia en todos los ámbitos de la vida social, económica, política, científico-técnica, cultural e ideológica. En tal sentido, se desarrollarán procesos de educación ciudadana a todos los niveles que tiendan a crear una conciencia clara sobre la equidad que debe existir entre hombres y mujeres, así como entre los diferentes grupos étnicos, al tiempo que se penalizará todo trato vejatorio y/o discriminatorio en los ámbitos intrafamiliar, social y laboral, en función de la gravedad de los casos concretos que se presenten.
Todos estos elementos y otros que se deriven del estudio profundo del pensamiento de Duarte y de sus discípulos más destacados, deben ser sometidos al más amplio consenso entre todos los sectores involucrados en el proceso de construcción de una Nueva República Dominicana, continuadora fiel del ideal duartiano y trinitario. Estos elementos deben ser propuestos a una Asamblea Nacional Constituyente electa por Voto Popular que se instituya, la cual debe desarrollar la más amplia consulta entre la población dominicana y entre los integrantes de las diferentes fuerzas sociales, políticas, económicas, culturales e ideológicas que conforman la Nación Dominicana, para que los resultados sean integrados en una Nueva Constitución Democrática y Participativa.
Para hacer realidad la República Dominicana anhelada por Duarte, es necesario construir desde los sectores populares y comunitarios una alternativa política, social y patriótica donde prime la democracia, la participación, la solidaridad y la creatividad sin límites, de manera que confluyan todos/as los/as ciudadanos/as y todas las fuerzas sociales y políticas que no estén comprometidos/as con actos de corrupción, con la represión del pueblo o con otros actos bochornosos ocurridos en el pasado o en el presente.
Esta opción alternativa debe ganar el apoyo mayoritario del pueblo, para lo cual debe estar en convivencia permanente con él, levantar sus demandas más sentidas, integrarle en espacios de participación flexibles y acordes a sus intereses, participar en todas las coyunturas del país (electorales y no electorales), sin agotarse en ninguna de ellas, así como usar todos los métodos de lucha que permitan alcanzar sus propósitos estratégicos y tácticos en un ambiente de democracia participativa, paz social y seguridad ciudadana.
[1] Serra, José María. Apuntes para la Historia de los Trinitarios, Santo Domingo: Educarte, 1998, p. 25.
[2] Henríquez Ureña, Pedro. De mi patria. Santo Domingo: Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, 1974, p. 125.
[3] Duarte, Rosa & Duarte, Juan Pablo. Apuntes de Rosa Duarte. Archivo y Versos de Juan Pablo Duarte. Santo Domingo: Instituto Duartiano, 1999, p. 284.
[4] Duarte, Rosa & Duarte, Juan Pablo. Apuntes de Rosa Duarte. Archivo y Versos de Juan Pablo Duarte. Santo Domingo: Instituto Duartiano, 1999, p. 203.
[5] Ibidem, p. 227.
[6] Ibidem, p. 284.
[7] Lockward, Alfonso. Intolerancia y Libertad de Cultos en Santo Domingo, Santo Domingo: Editora Taller, 1993, p. 54.
[8] Duarte, Rosa & Duarte, Juan Pablo. Apuntes de Rosa Duarte. Archivo y Versos de Juan Pablo Duarte. Santo Domingo: Instituto Duartiano, 1999, p. 290.
[9] Ibidem, 276.
Compartir esta nota