Volví a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara con la misma ilusión de las tres veces anteriores y con la fiebre del reencuentro, en una ciudad acogedora y a esta fiesta libresca de cada año, que cada vez se renueva, progresa y transforma. La FIL de Guadalajara, la mayor feria del libro de habla hispana, arribó esta vez a su versión 38, dedicada a Barcelona como invitada de honor, del 29 de noviembre al 7 de diciembre. Bajo la presidencia de la Universidad de Guadalajara, de la rectora general, Karla Alejandrina Planter Pérez; por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, de José Trinidad Padilla López, y de Marisol Schulz Manaut, presidente y directora general, respectivamente, este evento ferial anual se ha convertido en una cita obligada y en una vitrina para los escritores, editores, libreros y bibliotecarios de Iberoamérica y del mundo.
La feria constituye un espectáculo de reconocimiento y consagración para los autores, quienes reciben la retroalimentación de sus lectores: miles de jóvenes y lectores se congregan, durante una semana, buscando firmas de sus libros, hacerse selfies, tomarse fotos o abarrotar los pabellones y stands de grupos editoriales o editoriales independientes como Planeta, Penguin Random House, ERA, Fondo de Cultura Económica (FCE), Siglo XXI, Sexto Piso, Gandhi, Herder, Océano, Porrúa, Trillas, Círculo de Poesía, Almadía, Acantilado, Siruela, Alfaguara o Anagrama. La feria se distribuye en diversas áreas o ferias: área nacional, de editoriales universitarias, infantil y juvenil, independientes, del libro académico y especializado, internacional, libros al gusto, letras y artes culinarios, centro de negocios para profesionales, patrocinadores y medios, salón de derechos de autor, salón de eventos, foro de industria, registro de profesionales, módulo de seguridad, módulo de información, mesa de reservaciones, comida, la FIL para niños, entre otras.
En horas pico y en los días de visitas de los escolares, la feria se vuelve intransitable, con sus calles repletas de jóvenes, estudiantes y lectores, y hasta personas en silla de ruedas y ancianos. Todos quieren ir, ver y comprar libros, novedades editoriales y gozar de esta fiesta anual del libro y la lectura. Es una delicia y una sorpresa pasearse por los stands y el recinto ferial, pues te puedes encontrar con tu autora o autor preferido o verlos en un stand especial firmando libros a una fila de lectores. Otra sorpresa lo representa visitar el área de las universidades mexicanas, la de libros usados o la internacional, donde cada país exhibe sus catálogos y ofertas editoriales de sus universidades e instituciones. También el área infantil y las editoriales infanto-juveniles o el pabellón del país invitado de honor, en el que se encuentran joyas editoriales y novedades, o los cafés y el restaurant, con una oferta de buffet para desayunar, almorzar o cenar. O en tiendas en las que hay joyerías, bebidas y bocadillos. En fin, en la feria del libro hay de todo y para todos los públicos, sin tener que salir del área: se vuelve una ciudad de libros, es decir, una “ciudad de papel”. Es un punto de encuentro, un lugar para los reencuentros, una cita celebratoria y un ritual de cada año, que no se agota ni se disipa con el paso del tiempo de más de tres décadas de realización exitosa. A la feria acuden a comprar libros: libreros, bibliotecarios, editores, escritores, bibliófilos y lectores en general. Es una fiesta de una semana de jolgorio y celebración donde el libro es el protagonista de la acción editorial y donde la lectura se convierte en el centro de gravedad de una ceremonia vital y reconfortante.
Vine cargado de libros (78 conté), y la promesa de volver, tras la satisfacción y la felicidad que me causa esta fiesta del libro, la lectura y la amistad literaria.
Estar hospedado (como estuve) en el hotel Barceló (antiguo Hilton), frente al recinto ferial, y poder ver en el lobby o en el restaurant a Joan Manuel Serrat y tomarnos fotos grupales e individuales, representa una ilusión hecha realidad y un sueño convertido en verdad. Caminar por un enorme galpón techado y alfombrado, sin sentir calor, aclimatado, en un espacio que equivale a cuatro canchas de futbol, es sentirse como en una ciudad poblada de libros con calles saturadas de stands y vistosos pabellones, donde el diseño de interiores y el diseño industrial ponen al límite la creatividad, la innovación y la imaginación. Esto se comprueba en la disposición de los libros, la belleza de los libreros, el orden de los libros y su colocación, en un diálogo entre novedades y ofertas, libros de lujo y ediciones populares. Asistir a presentaciones de libros, coloquios, talleres, debates o conversatorios y ver filas de personas esperando para entrar a una sala, como si un escritor fuera una estrella de cine o un cantante popular, es un espectáculo que satisface y reconforta; y más aún, por el hecho de comprobar el valor que se le da al escritor de libros. O ver cuando colocan un letrero que dice “no hay cupo”, pues se ha llenado con cientos de espectadores que acuden a conocer a su autor preferido, ya que a esta feria van desde Premios Nobel hasta Premios Cervantes o figuras del espectáculo, que presentan libros y van a exhibirse para confundirse con los escritores o a querer parecerse a ellos. Esto y más que esto es esta feria del libro. De ahí que asistan editores a buscar o cazar autores, bibliófilos detrás de primeras ediciones o incunables, bibliotecarios detrás de libros para enriquecer las colecciones de bibliotecas públicas, universitarias y privadas de Estados Unidos, Europa y América Latina.
Esta fue mi cuarta vez en la feria de Guadalajara, y estar en la grata compañía de amigos y colegas que compartíamos desayunos, almuerzos, cenas o paseos por la feria o por la ciudad y el centro histórico de Guadalajara, la segunda ciudad después de la Ciudad de México, no solo en territorio, sino en riqueza arquitectónica, variedad urbanística y enormes espacios para caminar, ver, contemplar y disfrutar de sus monumentos coloniales, de estilo gótico, neogótico o barroco, me llena de regocijo. Su majestuosa catedral, el museo Cabaña (antiguo hospicio, con murales de José Clemente Orozco, donde se celebró la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno en 1991, y donde Joaquín Balaguer dio cátedra de historia de América, dejando alelados a todos) o el museo Degollado y las espléndidas esculturas y grupos escultóricos que enriquecen y embellecen las calles, los paseos peatonales y las avenidas del Centro Histórico.
La Feria de Guadalajara representa un desafío para las demás ferias del mundo libresco y un modelo de iniciativa público-privada. Es el resultado de la conjunción del comité organizador de la Feria con la Universidad de Guadalajara y el apoyo del ayuntamiento de la ciudad. La feria tiene casi cuatro décadas de celebración y realización exitosa. Es un encuentro anual de los autores, los lectores y los editores alrededor de la palabra y del diálogo celebrante. Nació como una idea de la Universidad de Guadalajara, que tuvo la visión de futuro, y que se ha consolidado en el circuito ferial como un referente mundial y, en especial, para Iberoamérica. Es ya un acontecimiento y un fenómeno, que acapara la atención de todo el mundo. Cada año, Guadalajara se convierte en la capital mundial del libro, durante una semana, transformando la ciudad e impactando en pobladores jaliscienses. En este evento se reúnen, en torno al libro, en la búsqueda de novedades editoriales, casi un millón de almas. Artistas, escritores, académicos, lectores, bibliotecarios, estudiantes, editores y libreros de todas partes del mundo se dan cita para compartir esta celebración de la lectura, que transforma las mentalidades de los lectores y desarrolla la fe en el futuro del libro impreso. La feria también es un espacio para la ciencia y la educación. Este encuentro anual dinamiza el quehacer académico, universitario y cultural del país y de la ciudad de Guadalajara, transformando el recinto ferial en una magna aula de aprendizaje y conocimiento: desarrolla el pensamiento crítico y posibilita el intercambio de ideas y el debate plural.
La feria ha dado sus frutos, germinado en la conciencia lectora, y ha dejado sus huellas como acontecimiento cultural, cuyas actividades (talleres, cursos, conferencias, presentaciones de libros…) han dejado un legado maravilloso y vital en la gente. Cada año, la feria dinamiza la economía tapatía por su impacto en la gastronomía, el turismo, la hotelería y la economía de servicios. Más de dos mil editoriales de 60 países se dan cita en esta fiesta editorial. Los lectores que asisten encuentran un universo de ideas, conocimientos, aprendizajes y hallazgos. Simboliza un encuentro literario que renueva el amor al libro y aumenta el compromiso editorial, como un evento que tiende puentes y lazos entre lenguas, naciones y culturas, al conectarnos con el resto del mundo.
Esta trigésima novena versión constituyó, como cada año, la mayor reunión del circuito editorial del mundo de habla hispana. Esta edición 39 tuvo como invitada de honor a Barcelona, capital de Cataluña (el año pasado estuvo dedicada a España), como una forma de unir la lengua catalana con la lengua española y tender vínculos entre ambas naciones de una misma península. Todos sabemos que Barcelona fue, para la generación del Boom, su capital editorial, y desde Barcelona hicieron carrera o se lanzaron al estrellato, desde Mario Vargas Llosa hasta José Donoso, desde Gabriel García Márquez hasta Juan Carlos Onetti. Por lo tanto, Barcelona representa una ciudad pujante e histórica en la historia literaria de España y de América Latina, por su legado editorial y por su luz radiante y vital, en el espacio cultural de Iberoamérica: por sus emblemáticas e icónicas editoriales y editores de vanguardia como Carmen Balcell o Carlos Barral. Ciudad literaria por excelencia, Barcelona, además de turística, es cultural; ha sabido combinar la tradición y la modernidad. Ciudad de poetas, editores y escritores. Identidad, espacio, creación, memoria y diversidad cultural: Barcelona es una ciudad hospitalaria y ha sido escenario de personajes novelescos y de grandes autores como Pere Gimferrer, Enrique Vila-Matas, Juan Marsé, Carlos Ruiz Zafón (quien tuvo una sala inmersiva) o Eduardo Mendoza. Barcelona y Guadalajara se hermanaron en esta feria del libro por sus afinidades identitarias y la convicción del valor y el poder transformador del libro: puente que une culturas y pueblos y que abre senderos para la comprensión y la convivencia.
Las propuestas teatrales, los talleres de incentivo y promoción de la lectura para niños sirven de inspiración para descubrir y redescubrir la magia de los libros
La FIL de Guadalajara es, pues, una fiesta de la palabra y una eucaristía del verbo. También un diálogo de culturas y un intercambio de costumbres. Simboliza el amor al saber y la fe en el poder de la lectura como acción transformadora del espíritu humano. Esta feria demuestra fuerza, fortaleza y poder de persuasión. También resistencia: representa una batalla cultural contra los apocalípticos que creen, a pie juntillas, que el libro tradicional de papel morirá. En cambio, el libro, en la feria de Guadalajara, es un artefacto de resiliencia y un documento que revela que el libro mueve una industria editorial, y que es una cadena entre autores, editores, diseñadores, distribuidores, libreros, bibliotecarios, ilustradores, traductores, diagramadores, correctores y promotores. La feria es ceremonia de la imaginación y del intelecto, del pensamiento y la palabra. Asimismo, es un modelo de éxito de una iniciativa académica que ha permeado al resto de la ciudad, de México y de toda Iberoamérica. Ha sido un rayo de luz y una semilla que ha germinado para brotar en los surcos de la cultura; es una lección moral y de civismo. Una apuesta por el factor humano y los valores del espíritu. Una demostración de que una feria de esta magnitud y trascendencia se logra desde el sector privado y la academia. No así del Estado. De ahí que se cobre un valor simbólico de entrada y que haya reuniones de negocios entre editoriales y autores, y la participación de empresas privadas.
Este año asistieron escritores de la estirpe del franco-libanés Amin Maalouf (ganador del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2025), Chimamanda Ngozi Adichie, de Nigeria-EEUU, Horacio Castellanos Moya, de El Salvador, Verónica Zondek, de Chile, Rigoberta Menchú, de Guatemala (Premio Nobel de la Paz), Leonardo Padura Fuentes, de Cuba, Joan Manuel Serrat, de Cataluña, Eduardo Mendoza, Javier Cercas, Rosa Montero, Edmundo Paz Soldán, de Bolivia, Sandra Cisneros, de México-EEUU, entre otros, mexicanos e invitados internacionales.
En fin, caminar por la feria y visitarla cada año representa una experiencia enriquecedora y estimulante, que contribuye a despertar el hábito lector, a enriquecer nuestro acervo bibliográfico y a crear el potencial autor. Es un espacio de descubrimientos, curiosidad lectora y celebración de la lectura. En este recinto ferial la experiencia sensorial se activa y la literatura se convierte en protagonista viva, en un territorio ideal para explorar e imaginar lo maravilloso y misterioso. También es un ambiente para detenerse en aquellos libros raros, inhallables y buscados por mucho tiempo. En la feria reconocemos lo insólito en lo cotidiano. Las propuestas teatrales, los talleres de incentivo y promoción de la lectura para niños sirven de inspiración para descubrir y redescubrir la magia de los libros. Científicos y artistas, investigadores y profesionales, escritores y promotores de lectura se confunden y abrazan para vencer sus límites disciplinarios. La divulgación científica y la creación literaria coexisten, en jornadas donde la imaginación y el intelecto, el pensamiento y la pasión, se entrecruzan.
La Feria Internacional del Libro de Guadalajara, capital del estado de Jalisco, se consolida, enriquece y dinamiza cada año y en cada versión, y fue lo que pude constatar por cuarta vez. Vine cargado de libros (78 conté), y la promesa de volver, tras la satisfacción y la felicidad que me causa esta fiesta del libro, la lectura y la amistad literaria.
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