Partiremos del ser metafísico, visto desde la naturaleza fundamental de la realidad y la existencia. Se reflexionaría basado en la razón, las ideas, la sustancia, el cuerpo, el alma y la mente. Se circunnavegaría por la realidad y sus intersticios; el tiempo, el espacio y otras dimensiones ocultas. ¿Qué herramienta se utilizaría para prolongar ese ser? En este caso, la escritura. Habría que pasar por estados de agitación, turbación y magia. Se vibraría en periodos de conmoción, capaces de alterar los equilibrios y extraer del desconcierto aquello que nos une y nos diferencia.

Se pensaría con justa razón cómo conjugar todo lo anterior, cómo hacerlo práctico con resultados satisfactorios. Quizá la manera no sea tan fácil al plantearlo, sino tan desafiante o inútil para muchos. Lo primero es reflexionar sobre la naturaleza del ser en tanto se es. Se utilizarían la intuición y la razón. Razonar lo intuido, hasta llegar a una conexión entre ambas actividades. Cosa esta que parece utópica. Sería como unir la esencia del lenguaje con el lenguaje mismo. El lenguaje sería el mecanismo de transporte de la esencia por los rieles de la razón. Esa razón estaría dotada de toda sabiduría. Intervendrían las creencias y los principios éticos que soportan la vida de ese ser. Es como convertir la mente o el alma en sustancia. Se crea una plataforma de lanzamiento, de toda energía, pensada en la búsqueda de la plenitud, de la esencia como aspiración que siempre sería incompleta o idealizada. Solo se alcanzarían estados, tanto de plenitud como de comprensión de la esencia. Logrado esto, quedaría volver a intentarlo para asistir a otros estadios con dimensiones ulteriores, deslizarse por las ranuras de la experiencia metafísica y navegar en un río caudaloso con millares de meandros.

Si me siguieron en el párrafo anterior, dirían que intento ir de la mano de Platón, conversando horas largas con Sócrates en sus calles y visiones de la vida; y sobre todo, con una malla de razones tejida por Aristóteles. Quizá todo al mismo tiempo. Pero ellos no son los únicos que entrarían en la escena reflexiva. Hay otros que podrían estar orillando el conocimiento adquirido para mutar, generar una doxa como absurdo fantasma de la condición humana, o quizá, una pasmosa aproximación epistemológica. ¿Quién sabe a dónde conducen las aguas del río filosófico? O ¿por cuál de los meandros circularemos en la búsqueda de la isla de los porqués? 

La escritura como río

En la escritura encontramos la metáfora del río que viene con su torrente desde la fragua del lenguaje, que ha circulado entre redes de complejas formas, con millones de saltos, vacíos, soledades, oscuridades, luces, rayos y centellas. En el texto se verifican actos transmutacionales que se cristalizan en conocimientos, cargados de la germinal esencia, despierta en los orígenes del ser mismo. Vienen de ese pasado, de muchedumbres, de vivaces fuegos alquimistas. Proceden de mundos interiores y exteriores donde los pensamientos, emociones y sentimientos son castillos con estructuras de palabras, unidas unas con otras al vértigo de la nada y la existencia.

En ese proceso de escritura, el ser se agita, se conmociona, se turba y vibra. Solo así, pasando por estos y otros estadios de transmutación, se aspiraría a la suprema prolongación del ser. Así se produciría la catarsis al trascender el “animal metafísico” de Schopenhauer por medio de la estética, donde la voluntad y la razón ética kantiana sean quizá consideradas como una de las fuerzas impulsoras de la existencia.

Fluir desde el lenguaje con el lenguaje de la esencia es un acto que circula y proyecta al ser. Por medio de la escritura se verifica esa prolongación donde lo abstracto y lo concreto se revuelven para producir la chispa, aquella que enciende el pálpito de la vida y de las cosas.

Por la escritura se pueden vaciar todos los mundos congregados en los tiempos comprimidos de la memoria, remover los esqueletos de palabras que yacen en las catacumbas del olvido. Se hacen ríos, con diferentes torrentes; se hacen mares, con olas tormentosas y llanos apacibles.

Cuando a cántaros llueven las palabras y se deslizan como dragones volitivos para mostrar la esencia del ser, se produce magia, la suprema emancipación de las cosas, la anhelada alegría de la libertad.

Por esas palabras, en el texto desfilan dioses y demonios, seres inefables e iracundos, capaces de revolvernos, conmovernos; lanzarnos a los principios y los ocasos. Es nuestra prolongación, la extensión desmedida de las utopías, del salto abismal o el alzamiento a los paraísos soñados. Porque en la escritura nacen los sueños, la pasión por la eternidad, reinventada en cada verso, en cada prosa. En lo escrito está la huella y la memoria, el desafío de prolongar el tiempo, de que en el vahído cósmico vibren las palabras encendidas de los mundos.

Ahora bien, la escritura anuncia al ser, o mejor dicho, la palabra es una mostración del ser, lo pone a la luz, permite sus apariencias y sus manifestaciones. El ser “humano” como ente, tiene la capacidad de realizar una comprensión de su propia existencia, relacionándose con el mundo de una manera especial, tomando el discurso de Martin Heidegger del Dasein.

¿De dónde nos ha nacido esa ancestral voluntad transuniversal de preguntarnos? ¿Por qué los mundos pensados tienden a lo infinito, a pesar de los límites del lenguaje? Quizá estas preguntas afinen nuevamente con el discurso de Schopenhauer. La tendencia propia del ser humano en buscar respuestas trascendentales sobre la existencia y la realidad no cesará. Quizá la escritura, por medio del logos filosófico, no brinde los caminos para transitar más allá del concepto fenomenológico del ser, de cómo lo anuncia, cuáles son sus apariencias y cómo se muestra en sí. Entretanto, lo que quedará siempre es la postura del Dasein que da sentido y cuestiona al ser mismo.

Domingo 22 de junio de 2025

Publicación para Acento. No. 152

Virgilio López Azuán en Acento.com.do

 

 

Virgilio López Azuán

Escritor y académico

Virgilio López Azuán es escritor y académico, exrector de la Universidad Tecnológica del Sur –UTESUR- y ex director general de Educación -MINERD-. Ha cursado maestrías y especialidades en Educación, Lingüística, Estudios Afroiberomericanos y Participación Comunitaria. López Azuán es fundador del Movimiento Literario Efluvismo y ha obtenido diversos premios nacionales de literatura en los géneros, cuento, poesía y teatro. Ha publicado una veintena de libros entre los que se destacan: La pretendida de Verapaz (Novela), Sumer: Poética de los números, Paraísos de la nada, Incendios del Agua, Paraísos de la imagen, Unicornio, Ladran los Huesos, Cuando la mar bota peces, entre otros.

Ver más