Es probable que, por los efectos de su tan atormentada vida, los fantasmas de Kafka sigan siendo el miedo, la persecución y la culpa. Tres coordenadas psicológicas que tienen como trasfondo proponer una estética narratológica atinadamente bien concebida, sin atisbos ni consuelos, lo que finalmente alcanza su completud a los ojos del lector. Sin embargo, esta variable de su literatura es un juego que funciona por causa del azar mismo.
Los sitios por donde transcurre su memoria para bien ubicar los pormenores de una obra singular son quizás representaciones de laberintos inmensos o, mejor dicho, los infinitos cauces de sus mejores ideas. Así tenemos los diarios, las cartas a Felice y las cartas al padre. En ese sentido, Elías Canetti señala que Las cartas a Felice representan “el documento más íntimo y más terrible de su vida". Es, en muchos sentidos, el documento de su maldad, que él mismo reconoce y formula, sin la cual ninguna de sus obras sería concebible”.
¿Qué otra cosa constituye el valor estético de la novela en Kafka? Amén de que son ineludibles los puntos de contacto con las almas de los lectores, se rastrean en su obra certeras representaciones del miedo, el poder y la soledad. Pues, a diferencia de otros novelistas, cuyos sistemas narrativos funcionan a través de símbolos y coordenadas históricas de épocas recientes o remotas, en Kafka la novela funciona desde las perspectivas del yo. Diríamos que la novela, en este caso, es un sistema de códigos que nos encamina hacia el interior del hombre, tratando de descubrir un conjunto de partículas, en las que las ideas son meras bufonadas de sus interlocutores, o mejor dicho, representaciones simbólicas de una comedia negra. Así que El proceso “es la historia de una defensa en la que el hombre más inocente es culpable y lo paga con la muerte". Sin embargo, ha de poner toda su energía, astucia y tenacidad para demostrar su inocencia”.
Esa indecible capacidad para descubrir las consecuencias de la degradación humana a su más mínima expresión la podemos descubrir en uno de los momentos claves de El proceso. Se trata de los diálogos entre Josef K. y el pintor y los diálogos entre Josef K. y el sacerdote. Ambos provocan en el lector una condición desconcertante y perturbadora ante las mínimas posibilidades de que Josef K logre conseguir resultados satisfactorios. Tanto el uno como el otro trazan pautas, establecen líneas en un horizonte que prefigura el final. Esta es, sin duda, una formidable manera de dejar minado el campo biodegradable de la condición humana, quizás el efecto que constituye el intento de salvarse de la ficción.
Pues Kafka, como un excepcional novelista, es dueño de esa extraña capacidad para traducir fragmentos de la ficción o del sueño al terreno de la realidad para bien minar el campo de la duda; una hazaña que solo es posible en la mente de un genio como él, lo que muchos suelen llamar el deshielo de una vida en la ficción. Pues a simple vista este autor ha convertido su obra en un mito. Casi en toda su obra, la ficción alcanza la realidad misma. Aparenta ser absoluta e irrefutable, porque transforma y transgrede la realidad. Una exultante manera de prolongación temporal del sentido de humanidad. Sin duda, los temas y las historias de Kafka concentradas en La metamorfosis, en El proceso, El castillo y La colonia penitenciaria lastiman, laceran, arrinconan los sentimientos más profundos y taladran las formas más sensibles de las que están hechos los seres humanos, aquellas que agotan hasta el fondo los caminos del dolor y la humillación.
Hasta cierto punto, Franz Kafka fue un visionario en todos los órdenes, tanto así que prefiguró el estado actual de la novela moderna. Enseñó a los escritores a desentrañar los mitos cotidianos y a mirar con ojos de asombro las condiciones del yo y los misterios ocultos en el interior del hombre. En su teoría fundó una estética muy acabada y original, que orienta todos los cánones de la novela futura. Ahí están sus influencias: Camus, Sartre, Borges, Beckett y las de otros que se proclaman hijos de esa novela, como Elías Canetti. A propósito de esto, en su monumental obra Sobre Kafka (2023), Canetti llegó a decir: “Lo que debo ahora a Kafka, de quien vuelvo a leer cada palabra y algunas cosas por primera vez”. Puedo imaginar que, mediante este examen pleno de un escritor, es inconcebible que sus procesos no provoquen los míos en mi interior”.
En cuanto a los temas, Kafka se adelantó a plantear las desigualdades sociales de los hombres provocadas por los desmanes del establishment jurídico. Pues es de suponer que la justicia, en cualquier Estado del mundo, sea laico, monárquico o totalitario, se convierte en un desafío moral para los hombres; porque puede actuar bajo los efectos de un karma jurídico que en ocasiones funciona en contra de los que producen las propias leyes, en contra de los que la promulgan como bandera de una falsa equidad y en contra de los que la administran.
Quiérase o no, la justicia hasta cierto punto no es la que se aplica bajo todas las normas legales establecidas, sino la que prevalece. Miles de acusados como Josef K. pagan y viven injustificables condenas por la culpa que no han cometido, sin que esto quede resarcido en el tiempo, ni siquiera en el orden moral. En tanto se aplica la fuerza del poder, la moral, como condición inherente al hombre, se degrada a su más mínima expresión y se tritura, se vuelve añicos cuando los hombres, trabajando bajo la “lupa de la moral”, administran mal el sistema judicial.
El hecho de que tanto La metamorfosis como El proceso tengan un inicio muy parecido anuncia el recorrido de los temas tan comunes en sus novelas. Junto a las apariciones de situaciones inexplicables que colocan una pregunta inevitable en la mente de sus héroes. “Como todo evento presupone una causa” —dijo Federico Nietzche– ¿Cuál es la causa de esta burda acusación contra Josef K.? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué ha pasado esto? ¿Cuándo sucedió esto? ¿Qué fin tendrá? Preguntas que a lo largo de todos sus relatos no tienen respuestas posibles. Respuestas que exigen a su vez incursiones indagatorias hacia el interior del hombre. Preguntas que delatan un conflicto y una guerra interior, tanto de sus héroes como de los lectores. En Kafka, esta dualidad se corresponde ante todo con esa inquietante búsqueda del alma atormentada que era propia de su condición personal.
No hay duda de que Kafka era un hombre solo. Ensimismado, pues su literatura no es a simple vista una suerte de locura ni elucubraciones mentales, sino que su literatura es una suerte de intuición onírica, de pensamiento puro y finas reflexiones trasladadas de un modo a otro a la ficción. Por eso, en su obra se reúne siempre un inagotable caudal de belleza de los sentidos. Hay, pues, en sus novelas, una inagotable corriente del pensar sobre el pensar. Quiero decir que su literatura es una suerte de metáfora de los sentidos; en el mejor de los casos, una especie de veta filosófica y creativa, en la que aparecen férreas críticas al orden moral, social, familiar,judicial y político, puestas al servicio de un juego estético y lúdico de primer orden. Pues el filón narrativo que lo acompaña, no lo podemos ver como señas particulares de una cuestión ostensiblemente fantástica, fatalista o absurda de la realidad, sino que tales implicaciones lo colocan en el ala de un escritor altamente cerebral, ubicado exactamente en el trayecto de las necesidades espirituales de los seres humanos.
El orden dinámico de la novela pone en evidencia el gusto y refleja la gracia del novelista. Aquí se pone en juego la intuición y el buen juicio. A fin de que toda novela en el fondo es inteligente, presumo que Kafka sea un novelista inteligente, porque, siendo consciente de su arte, se desplaza hacia las zonas más recónditas del hombre. Por lo tanto, la novela, en todos los casos, ha de ser perturbadora, en razón de su insaciable búsqueda interior. De ahí que la novela haya sido y se proponga también como un arte inagotable y como refugio de la vida.
En Kafka, la novela es una suerte de toda locura y esquizofrenia en tanto que desequilibra el estado emocional; explora como nadie las condiciones del mundo onírico, o mejor dicho, los diversos modos del sueño. Por lo tanto, actúa bajo las condiciones de un efecto desorientador del espíritu. En definitiva, El proceso se solaza en el desasosiego del hombre. El balance narrativo en Kafka es un péndulo que tanto va como viene. Así mismo va el lector, un poco atormentado y desbalanceado mentalmente, caminando hacia un abismo secreto. Así que en Kafka el lector no tiene pudor, porque pierde los sentidos, toda vez que su desamparo queda a expensas de un arte abrumador y subyugante. El lector tiene de esta manera una única posibilidad: La culpa de haber quedado atrapado en la ficción como refugio final de su condición.
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