En cualquier circunstancia de la vida, el recuerdo es siempre un viaje hacia el pasado. Es una fuga intangible para regresar en el tiempo, más bien, un viaje interminable por los senderos de la memoria y la nostalgia. Como nuestras vidas están marcadas por recuerdos inolvidables, la memoria se convierte en una catapulta para trasladar la imaginación del ser humano a los lugares remotos de nuestra geografía mental. De manera que los momentos importantes en la vida de las personas quedan estampados en el tiempo con un marcado sello espiritual.

Hago esta pequeña introducción para resguardar en nuestra memoria la dolorosa partida de un distinguido y entrañable amigo: el escritor y poeta mocano José Rafael Lantigua (1948-2025). Fue uno de los críticos más notables e influyentes de los últimos cuarenta y cinco años. Su constante trabajo sirvió como termómetro para medir el ejercicio literario en nuestro país, pues la amplia valoración que tuvo sobre la literatura y sobre el escritor dominicano lo colocan en el podio de un verdadero caballero de las letras. Con su desaparición física, la cultura dominicana, la literatura, y las letras en sentido general, pierden a un gran referente y a uno de sus más fervientes promotores.

A Lantigua, comencé a conocerlo alrededor del año 2000, poco tiempo después de que yo obtuviera un premio en el concurso de cuentos de Casa de Teatro de Santo Domingo en 1999, cuando en su bien leído suplemento literario, Biblioteca del periódico Última Hora, se refirió a mi trabajo publicado en la antología del concurso correspondiente a ese año. Luego nos vimos personalmente en la puesta en circulación de un libro en Librería Cuesta; allí lo abordé y nos presentamos mutuamente como buenos mocanos. Me dijo ese día, con mucha algarabía, que él tenía la costumbre de escribir sobre los escritores dominicanos, aun sin haberlos conocido personalmente. A partir de ese momento sellamos una amistad que nunca se interrumpió en el tiempo, al contrario, se robusteció con el paso de los años, tanto así que constantemente recibía libros que publicaba de su autoría y de instituciones para las que trabajaba. De paso, intercambiábamos experiencias de lecturas diversas y recomendaciones de libros.

José Rafael Lantigua en su hermosa biblioteca personal

José Rafael Lantigua era un hombre franco, afable, amistoso, sincero y amigo de sus amigos. Aunque anteriormente había leído su columna de Última Hora, no lo conocía personalmente, ya que tenía muchos años viviendo en Santo Domingo, ciudad a la que había partido a mediados de la década de los años setenta, después de haber sido profesor de literatura en el Liceo Vespertino Eladio de Peña de la Rosa. Sin embargo, venía asiduamente a su natal Moca, a visitar a su familia y a conversar y reunirse con viejos amigos, escritores y poetas como Bruno Rosario Candelier, Frank Rosario y Aída Cartagena, con quienes mantenía una tertulia permanente, pues Lantigua era un conversador nato, un orador fino y ameno, que abordaba con mucha gracia y propiedad los temas menos insospechados, ya sea de la realidad política y social, así como de la realidad cultural e intelectual de Moca y del país.

Junto a otros jóvenes destacados de la ciudad de Moca, fue uno de los fundadores del Centro Juvenil Don Bosco, perteneciente a la congregación Salesiana de la iglesia católica. Además, Lantigua fue un miembro activo del grupo de teatro de esa institución y amigo entrañable del Padre Vicente, quien para esa época la regenteaba. A partir de ahí se inició su labor de promotor cultural que lo marcaría para siempre.

Cuando exponía, daba gusto escuchar su voz melodiosa y el fraseo de un discurso desbordante en conocimientos, del que nunca hizo alarde, pero se notaba en él esa formación densa y rigurosa del investigador incansable y del acucioso escritor que era. Pues tenía esa gracia y un ritmo característico en el lomo de las palabras, condiciones propias de los buenos escritores como producto de una intensa formación intelectual.

En el año 2001, cuando el expresidente Fernández lo llamó para que organizara el sector de la cultura en el país, a propósito de su posible candidatura a la presidencia de la república, me solicitó que lo acompañara junto a otros colegas, en esa ardua tarea, en la que no escatimé esfuerzos y recorrimos parte de la geografía nacional.

En ese momento conocimos lo más granado del sector cultural dominicano y echamos manos a la obra hasta lograr el triunfo en las elecciones de mayo del año 2004, cuando Leonel Fernández y el PLD resultaron vencedores.

José Rafael Lantigua

Sus trabajos de promoción de la cultura son más que suficientes para ponderarlo. Sus valiosas críticas para impulsar el desarrollo del escritor dominicano durante más de veinte años en el suplemento Biblioteca del periódico Última Hora son suficientes. Demostró sus dotes de gerente con la creación de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo en 1997, considerado el evento por excelencia de la cultura dominicana de todos los tiempos. Más tarde, con la insuperable labor al frente del Ministerio de Cultura durante los gobiernos de Leonel Fernández (2004-2012). Lantigua fue un intelectual éticamente bien formado e informado. Era un lector voraz, atento a las novedades literarias, pues estaba al tanto de las últimas publicaciones y conocía al dedillo la amplia bibliografía de la literatura dominicana. Todo esto lo definen como un verdadero caballero de las letras y un bibliófilo envidiable.

Como ministro de cultura, su gestión no tuvo desperdicios, pues colocó a la República Dominicana en el mapa de la cultura internacional, impulsando encuentros con escritores extranjeros, participando en Ferias Internacionales de Libros como las de Madrid en España y Guadalajara en México; realizando acuerdos internacionales con editoriales y agentes literarios y editando antologías, con el fin de colocar el libro dominicano en las manos de los lectores extranjeros, lo que fue una de sus grandes tareas. Con ese fino propósito fundó las Ediciones de Cultura y se reorientó la Editora Nacional a través de un amplio programa de publicaciones de autores clásicos dominicanos, una labor que sin duda enalteció el quehacer literario en el país.

Gracias a sus grandes dotes de intelectual consumado, Lantigua demostró que la crítica literaria debe ser un ejercicio noble y artístico al servicio del conocimiento humano, sin conjeturas ni artificios, en el que se deben resaltar los valores literarios sin importar las épocas; al margen de escuelas, corrientes extremas y teorías oscuras que en nada aportan al desarrollo de una literatura. Demostró que la literatura, como actividad humana y como ejercicio noble, significa un acto de amor y de fe, al tiempo que es fiesta y celebración espiritual. Fiesta de la imaginación para enaltecer las almas, en tanto que ella representa humanamente el pensamiento y las condiciones de un pueblo y lo que este es socialmente frente a los demás. Traza además el camino a seguir y la sonrisa franca del hombre, su alegría, sus esperanzas y sus penas.

Para eso escribe y para eso vive el intelectual, para que la memoria no muera, para abrir la tea del progreso inmaterial. Porque con ello, los pueblos se reconocen a sí mismos en lo que han hecho, en cuanto estos han aportado y aportan al desarrollo de la humanidad y si se reconocen a sí mismos, sirven de inspiración a sus semejantes, para bien de la cultura universal.

Sin temor a equivocarme, José Rafael Lantigua es un maestro del ensayo en la República Dominicana. Su crítica está dotada de un discurso fluido y con mucha elegancia, con una prosa limpia, rítmica y estéticamente bien elaborada. Un discurso de larga respiración conceptual. La agilidad mental de su estilo, junto a la decantación poética de su prosa efervescente, fluyen de forma natural. A todo esto, se suma la gracia de un pensamiento austero, de quien sabe colocar las ideas en su justa dimensión.

Enegildo Peña, José Rafael Lantigua y León Féliz Batista.

Dejó a la estampa obras valiosas, entre poesía, biografía, libros de entrevistas, ensayos literarios y el ensayo histórico, entre las que se destacan: Sobre un tiempo de esperanza (1976), Semblanzas del corazón (1985), Domingo Moreno Jiménez, apóstol de la poesía dominicana (1976), Júbilos íntimos (2003) y Territorios de espejos (2013). Todo su arsenal crítico lo recogió en siete grandes tomos. Una monumental obra que publicó bajo el título de Espacios y resonancias, galardonada en el 2016 con el Premio Nacional Feria del Libro Eduardo León. Una de sus obras más destacadas posiblemente sea La conjura del tiempo: memorias del hombre dominicano (1996), en el que extiende una mirada nítida sobre la era de Trujillo, una forma muy diferente a la tradicional historiografía dominicana. Para mí, este es uno de los cinco libros más importantes de la República Dominicana, de todos los tiempos.

Mientras estuvo al frente del Ministerio de Cultura, puedo afirmar que la ciudad de Moca parecía una tacita de oro de la cultura, porque siempre estuvo dispuesto a apoyar y colaborar con nuestra propuesta al frente de la Dirección Provincial: Me acompañó en todo momento, me llamaba, me escribía correos y me hacía constantes sugerencias. Nunca puso objeción a lo que yo le proponía. Me consta que era un gerente extraordinario y así llevamos a cabo un amplio programa de actividades diversas: Se publicaron obras de autores mocanos, organizamos cinco versiones del Concurso de cuento y poesía Aída Cartagena Portalatín; se revalorizó el carnaval del Jinchaíto en el Desfile Nacional. Se enviaron jóvenes a estudiar música y danza fuera del país, específicamente a España. El teatro tuvo un renacimiento importante, pues nuestros grupos actuaron activamente en el Festival Nacional Emilio Aparicio y llegaron a participar como invitados al Festival Cultural Fiesta del Fuego en Santiago de Cuba en el año 2008, mientras se realizaron año tras año, los fabulosos conciertos navideños en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús con la Orquesta Sinfónica Nacional junto al Coro Nacional y sus cantantes líricos.

A José Rafael Lantigua, le debemos un agradecimiento eterno, por cuanto hizo por nuestra familia y amigos cercanos en situaciones difíciles y porque siempre nos distinguió, sobre todo a mí personalmente con su trato afable y cariñoso y a Berky Pineda, mi compañera de vida.

Como nuestro autor ha partido hacia una mejor vida, quiero terminar estas palabras con una reflexión del escritor mexicano Sergio Pitol. ¿Qué es lo que nos queda después del adiós? Apunta Pitol en El arte de la fuga: “La vida espiritual es la única que en definitiva cuenta. Solo los frutos del pensamiento y la creación artística justifican de verdad la presencia del hombre en la tierra”.

¡Que la gloria sea con aquel que nunca muere!

¡Paz eterna a nuestro amigo!

Eugenio Camacho

Escritor y educador

Eugenio Camacho. Estudió educación y derecho en UTESA, además realizó una maestría en Educación Superior en la UASD, es escritor, cuentista y ensayista. Profesor universitario. En varias ocasiones ha dictado conferencias en la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo. Por su labor como cuentista ha obtenido diversos premios en los concursos de cuentos de Casa de Teatro, Radio Santa María y La Alianza Cibaeña. Actualmente se desempeña como técnico de educación en el Distrito Educativo 06 -06 de la ciudad de Moca. Sus trabajos han aparecido en diversas antologías. Ha publicado: Melodías del Cuerpo Presente (CUENTOS), en el año 2007, Antología de la Literatura Contemporánea en Moca (2012) y Bestiario Mínimo (Minifcciones) 2022. silverio.cultura@gmail.com

Ver más