Escribo no como crítico especializado en artes plásticas —que no lo soy—, sino como artista, como escritor y como ciudadano que no puede callar ante lo ocurrido en la 31 Bienal Nacional de Artes Visuales.
Premiar como escultura una palmera plantada no es innovación, ni riesgo, ni gesto de vanguardia: es una indelicadeza institucional, una falta de respeto al arte y a la inteligencia del público.
Celebro la objeción del Colegio Dominicano de Artistas Plásticos (CODAP). Su voz clara y firme defiende lo único que sostiene la credibilidad de un certamen: el respeto a sus bases. El arte puede ser todo, pero un concurso no puede ser cualquier cosa. Si hay reglas, deben cumplirse. De lo contrario, se instala la arbitrariedad y se convierte la Bienal en un carnaval de ocurrencias.
No cuestiono al artista —su libertad es sagrada—, cuestiono a los jurados y a las autoridades que avalaron esta aberración. Son ellos quienes traicionaron la confianza del país, quienes pusieron en entredicho al Museo de Arte Moderno y al propio Ministerio de Cultura.
Como ciudadano me indigna. Como artista me duele. La Bienal no es un juego, no es una vitrina de frivolidades: es el espacio mayor de legitimidad para las artes visuales de la República Dominicana. Quien lo convierte en relajo no solo hiere a los creadores, hiere al país entero.
Por eso exijo que se anule este premio y que se asuman responsabilidades. Porque lo que está en juego no es un diploma ni un cheque: es la dignidad del arte dominicano.
Y lo digo con palabras sencillas, pero cargadas de la indignación que provoca la burla:
no jueguen con la cultura, no mancillen la Bienal, no insulten al pueblo.
Un jurado que confunde palmera con escultura no necesita más títulos: necesita vergüenza.
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