El Caribe literario se prepara para un acontecimiento que trasciende lo protocolar: la visita de Jean-Marie Gustave Le Clézio, premio Nobel de Literatura 2008, a la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo 2025. Su llegada no es solo un honor cultural: es un cruce de corrientes entre la palabra y el alma de dos mundos que, aunque separados por océanos, se reconocen en la memoria compartida del viento, el mar y la historia.
Este encuentro ha sido posible gracias a la sensibilidad firme, inteligente y generosa de Sonia Barbry, embajadora de Francia ante la República Dominicana. Mujer de cultura, de escucha y de mirada profunda, ha comprendido que la diplomacia más trascendente no se ejerce desde los mármoles del poder, sino desde los gestos que encienden la luz entre pueblos.
Con admirable profesionalismo y discreción, Sonia ha sabido representar los intereses de su país sin perder de vista las necesidades y aspiraciones de esta tierra. Ha cultivado vínculos sólidos con artistas, gestores, ciudadanos y líderes culturales dominicanos, demostrando su habilidad para construir relaciones auténticas y duraderas, más allá del ceremonial.
Su compromiso se expresa también en la forma clara y empática con que comunica —no solo en discursos, sino en actos— los valores de diálogo, respeto y cooperación. Esa comunicación efectiva, capaz de conectar culturas, se combina con un conocimiento profundo del Caribe, de su historia viva, de sus cicatrices y de sus sueños. Sonia ha mirado este país no solo como un destino diplomático, sino como una comunidad con alma.
Como toda gran diplomática, ha mostrado adaptabilidad y visión en la gestión cultural, abriendo puertas con paciencia, sembrando sin imponer. Ha entendido que un libro, una conversación, un gesto simbólico… pueden abrir más caminos que mil tratados. Y eso es lo que ha hecho posible la visita de Le Clézio.
La presencia del autor francés se inscribe en una tradición que nos honra: la de los grandes escritores que han pisado esta isla para tocar su vibración profunda. Desde 1492, cuando esta tierra fue testigo del primer encuentro —y también del primer desencuentro— entre Europa y América, la República Dominicana ha sido cruce de voces, de sangres, de relatos.
Mario Vargas Llosa vivió aquí momentos entrañables, escribió desde nuestras sombras y convirtió nuestras heridas en palabra. Con obras como La fiesta del Chivo o El pez en el agua, y su participación en montajes teatrales estrenados en Casa de Teatro, dejó huella en nuestra alma.
Como él, también nos han visitado gigantes como Eduardo Galeano, con su voz hecha cicatriz y ternura; la luminosa Gioconda Belli y el entrañable Sergio Ramírez, ambos galardonados con el Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña. También han compartido su palabra en nuestras ferias autores como Raúl Zurita, el poeta de los Andes; Leonardo Padura, cronista del alma cubana; Mayra Santos-Febres, voz potente del Caribe afro; el profundo Frankétienne; Jorge Urrutia, Carlo Frabetti, Saúl Sosnowski, Enrique Verástegui, Alberto Salcedo Ramos, Alonso Cueto, Daniel Mordzinski y tantos otros.
Porque leer, aquí, ha sido siempre también una forma de mirarnos y reinventarnos.
Pero Le Clézio no es un autor de salones cerrados. Es un escritor que camina. Un nómada de la palabra. Su literatura nace del polvo, de las mareas, de los pueblos silenciados. Hijo de África y del océano Índico, su obra tiene el olor del desarraigo y la música de los idiomas invisibles.
El diluvio, Desierto, Onitsha, El africano, Revoluciones… son libros que no solo se leen: se respiran. En ellos hay mapas sin fronteras y heridas sin bandera. Porque Le Clézio escribe desde los bordes del mundo. Y nosotros también. Aquí, en esta isla mestiza, sabemos lo que es escribir con la historia a cuestas, con la memoria como lanza y escudo.
De su novela Desierto, brota una de esas frases que no se olvidan: “Ella sabía que en el desierto todo tenía un nombre, incluso el viento. Que los muertos no se marchaban, solo cambiaban de lugar.”
-Jean-Marie Gustave Le Clézio
Esa frase suya podría ser también un retrato del modo en que Sonia Barbry mira esta tierra. Aquí, como en los desiertos del mundo, todo tiene un nombre, una historia, una dignidad. Y los que se han ido… aún nos hablan. Porque en estos pueblos, los vivos también cargan con los muertos.
La visita de Le Clézio convoca más que lectores: convoca caminantes del alma, soñadores, jóvenes que aún creen en la palabra como puente. Le Clézio no viene a vender libros. Viene a sembrar horizontes. A conversar con esa literatura que no se arrodilla ante el mercado, que resiste desde el silencio, que abraza la condición de ser del otro sin convertirla en espectáculo.
Celebrarlo aquí es también celebrar a quienes hacen posibles los encuentros verdaderos. Gracias, embajadora Sonia Barbry, por sembrar cultura con ternura, visión y una diplomacia que escucha, que aprende y que toca el alma. Esta visita no es solo diplomacia: es un acto de amor. A la palabra. A la memoria. Al alma compartida de nuestros pueblos.
Esperamos que la Feria del Libro organizada por el Ministerio de Cultura reciba a Le Clézio con el mismo respeto con que él ha mirado al mundo: como un mapa humano de lenguas, silencios y memorias. Que se le rinda homenaje en la figura del Maestro Pedro Henríquez Ureña, símbolo del pensamiento caribeño, universal y sin fronteras, que aún nos inspira desde cada palabra lúcida sembrada en esta tierra.
Y que su visita no pase como un evento más, sino como una siembra viva.
Le Clézio llega como un mensajero de la dignidad humana hecha palabra.
Abramos las puertas, los libros y el alma.
Vayamos a escucharlo con la misma reverencia con que se escucha al mar.
Apoyemos su participación.
Hagamos de esta visita un acto de memoria, poesía y hospitalidad.
Que el Caribe —nuestro Caribe— le abrace como tierra hermana, y que cada lector dominicano se convierta en cómplice de este encuentro que no se repetirá.
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