Memoria viva
Anoche, la Sala Ravelo se transformó en un delicado tejido de tiempos, recuerdos y sueños. Esas que no, de la autora, actriz y directora argentina Brenda Bonotto, nos transportó a la Buenos Aires de 1937, donde dos jóvenes inmigrantes italianas -Nelly y Betty- luchan por dejar su huella en un mundo que parecía no haber sido hecho para ellas.
Desde el primer instante, la emoción y la complicidad entre ambas flotaban en el aire, como un susurro que se transformaba en grito contenido hasta estallar en un aplauso largo, cálido y vibrante. Fue un aplauso que abrazó la memoria, la identidad y los anhelos de quienes compartimos el espacio con esas dos almas que se negaban al silencio.
Voces que perduran
Nelly vive obsesionada con trascender. Es la artista que necesita crear algo que la sobreviva, que grabe su nombre en la historia. Betty, en cambio, es el contrapunto sereno: la que acompaña, sostiene y cuida, no solo los sueños de su hermana sino también a su madre enferma, mientras ambas buscan abrirse paso en el exigente mundo artístico de Buenos Aires.
En esa ciudad cosmopolita, que se nutre de la inmigración y del mestizaje cultural, las dos jóvenes encarnan la eterna tensión entre el deseo de pertenecer y el impulso de ser libres. Entre la responsabilidad y la pasión. Entre la raíz y el vuelo.
El texto de Bonotto traza con sutileza esa dualidad. No se trata solo de dos mujeres, sino de dos almas que dialogan con sus sombras, con la memoria y con el tiempo. Sus voces no buscan la fama ni el aplauso: aspiran a dejar una huella, a desafiar la indiferencia del olvido.
Al ritmo del tango y la milonga, la historia nos recuerda que un dúo antagónico también puede ser una unidad, que la creación compartida puede abrir caminos en medio del dolor, y que los sueños de una mujer muchas veces son la continuación del silencio de otras que no pudieron hablar.
El eco del exilio
La obra también resuena en una dimensión universal. Nos recuerda que casi cuatro de cada cien personas en el mundo emigran, y que casi la mitad son mujeres, portadoras de historias invisibles que resisten el olvido.
Quienes hemos emigrado alguna vez -como mi familia y yo- sentimos que esta obra nos toca en un lugar profundo: ese espacio íntimo donde los sueños y las batallas del emigrante se entrelazan. Bonotto logra, con un lenguaje poético y una dramaturgia depurada, convertir la experiencia individual en un espejo colectivo.
Nelly y Betty, en su lucha, representan a las que partieron y a las que se quedaron, a las que soñaron y a las que resistieron. Son símbolo y cuerpo, palabra y gesto. En ellas vibra la memoria de las mujeres que, a lo largo del tiempo, han cargado con la doble tarea de sostener la vida y reinventarla.
Escena y máscaras
Brenda Bonotto y Sol Montero asumen con maestría múltiples roles -actrices, cantantes y codirectoras de dramaturgia y arreglos vocales- en una propuesta que combina precisión técnica y profundidad emocional.
En sus manos, la escena se vuelve un espacio donde cada gesto tiene peso, cada silencio sentido, y cada mirada una historia.
La música, a cargo de Franco Bruschini, Daniel Cukierman, Ornella Restifa y Agustín Scala, junto a las voces en off de Sebastián Bauzá y Camila Farias, crea un universo paralelo que traduce lo que las palabras no alcanzan. Es un lenguaje invisible que habla de nostalgia, anhelo, miedo y esperanza. Cada nota actúa como un puente entre el escenario y el espectador, haciéndonos sentir que también habitamos esa historia.
Puesta en escena
La dirección general de Antonela Scattolini Rossi logra un equilibrio admirable entre la narración histórica y la emoción íntima. Cada escena respira con ritmo propio; los silencios no son pausas, sino territorios habitados. La iluminación, diseñada por Lali Álvarez, y la escenografía y vestuario de Camila Ciccone, no ilustran una época: la encarnan. La Buenos Aires de 1937 surge ante nosotros no como un decorado, sino como una ciudad viva, con su música, su humo, su nostalgia y sus sueños.
El uso de las máscaras, creadas por Marcela Alonso, es uno de los grandes aciertos del montaje. Con sarcasmo e ironía, permiten a las actrices realizar una crítica mordaz a la sociedad que las rodea, revelando la hipocresía, el deseo reprimido y la opresión moral de una época que, en muchos aspectos, no ha terminado de irse.
Cada objeto -cartas, maletas, fotografías, utensilios- se convierte en un testigo silencioso, en un símbolo cargado de memoria. La puesta apuesta por la sencillez, pero nada falta ni sobra. Todo está al servicio de la emoción.
Interpretaciones
Sol Montero encarna a Betty con una serenidad que conmueve. Su interpretación, de gestos contenidos y mirada transparente, sostiene el equilibrio emocional de la obra. Bonotto, en cambio, da vida a Nelly con una energía volcánica, oscilando entre la pasión creadora y la fragilidad humana. Su presencia escénica es poderosa, pero también íntima, revelando las fisuras de una mujer que busca trascender y, al hacerlo, se enfrenta a su propio abismo.
Ambas actrices se funden en una complicidad que trasciende lo actoral. No representan a hermanas: lo son. Hay entre ellas una conexión que se percibe más allá del texto, como si compartieran la respiración de los personajes y la memoria que las une.
La coreografía, creada por Bonotto, Romina Caffaratti y Montero, aporta un componente físico que amplía el lenguaje de la obra. El movimiento se vuelve una metáfora del desplazamiento, de la migración, del intento constante por encontrar equilibrio entre cuerpo y pertenencia.
Sonido, emociones y nostalgias
La música -delicada, envolvente, casi táctil- no acompaña la acción: la abraza. Fluye como un río de susurros que atraviesa los diálogos, los silencios y los gestos. Bajo la dirección de Agustín Scala, cada acorde se convierte en un latido del corazón de las protagonistas, en un eco del tiempo que las separa y las une.
El diseño sonoro construye un paisaje emocional que el espectador no solo escucha, sino que siente vibrar en la piel. Es la memoria sonora de una ciudad, de una época y de una generación de mujeres que lucharon por existir en un mundo que las silenciaba.
En ese fluir musical se mezclan la nostalgia y la esperanza, los recuerdos de lo que fue y los presentimientos de lo que podría ser. La obra no solo se mira: se respira, se oye, se siente.
Ovación y despedida
Cuando cayó el telón, la emoción contenida se liberó en una ovación prolongada. El público, de pie, celebró a Brenda Bonotto y Sol Montero, reconociendo no solo la intensidad de sus interpretaciones, sino también la excelencia de la puesta en escena, la precisión escenográfica, el vestuario, la iluminación y la dirección musical.
Cada elemento, cada detalle, cada silencio formó parte de un todo orgánico, de una experiencia teatral que dejó al espectador conmovido, reflexivo, agradecido.
“Esas que no” no es simplemente teatro: es un río de recuerdos, emociones y esperanzas que fluye, se curva y se detiene en cada mirada, en cada silencio, en cada gesto cargado de sentido.
La memoria no se pronuncia solo con palabras: se respira en los cuerpos, se palpa en los gestos, se siente en las máscaras que denuncian, interpelan y revelan la injusticia de una sociedad que excluye, olvida y limita.
Ecos de lo humano
Esta creación nos recuerda que hay vidas que cruzan fronteras visibles e invisibles, llevando consigo sueños, pérdidas y una convicción firme: el futuro se construye desde la resistencia y la ternura.
Al salir de la Sala Ravelo, uno no abandona la historia de Nelly y Betty. Su eco sigue en los pasos del público, en la respiración contenida, en la brisa que mece los recuerdos. Esas voces, esas que no permanecen como un murmullo obstinado que se niega a desaparecer.
Esas que no, respira humanidad en cada escena, ternura en cada silencio, resistencia familiar en cada mirada y crítica en cada
gesto. Nos recuerda que, aunque para algunos sean invisibles, esas mujeres siguen ahí, persistentes, luminosas, guiando con su ejemplo nuestras propias batallas y sueños.
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