
La tarde era hermosa y fresca en el pueblo de Cotuí. Los muchachos volaban chichigua, mientras Pirindingo —un niño cabezón y malcriado— andaba con una culebra verde asustando a los niños más pequeños. Don José Laínez se encontraba sin camisa, con su puñal enganchado y fumando un pirulí fabricado de tabaco y una hoja de naranja agría.
—Mujer, ponte a colar un cafecito —dijo mientras se trasladaba silla en mano hacia la sombra de una mata de mango.
A lo lejos observa a su compadre Ramón que viene con el paso apurado.
—¡Ay compadre, ay compadre! —dijo el chismoso que llegó exhausto— Se les juntaron las dos mujeres a Juan, ese hombrecito está salao.
—¡Cómo! —respondió don José, quien disfrutaba del chisme— Yo se lo dije a usted que a ese le echaron una guanguana. ¿Y dónde fue?
En ese momento Pirindingo se acerca con su culebra en el cuello.
—Mira tú, comeboca —dijo don José—, búscame una silla para el compadre, la de cuero de chivo, que la otra está floja.
—Sí. —boceó el muchacho.
Cuando trajo la silla, don José agregó:
—Vamos, espanta la mula, que estamos hablando cosas de adultos. Siga compadre, ¿dónde fue el lío?
—En el cuchitrín de beba. La esposa llegó y le dio una tabaná a la morena que rodó.
—Pero un flinflín como Catalina le dio a ese yumbo de mujer.
—Ya usted sabe, le dio que cantó claro de luna —Ramón sacó una caja de cigarrillos Crema y encendió uno—. ¿Se fuma uno compadre?
—Páselo para no hacerle el desaire —en ese momento miró para la casa—. Mujer es sembrando el café que están, el compadre está aquí, trae dos tazas.

La mujer incómoda respondió:
—Tú piensas que es en una estufa, yo te dije ayer que esa leña estaba mojada.
Don José respiró profundo, su compadre conociéndole la intensión le dijo:
—No haga caso.
—Volviendo a lo de Juan, es que él está aficiao de esa moyeta.
—¡Cualquiera!, usted vio el bonete que tiene esa morena. Lo que sí, se encontró con una avispa. La esposa solo decía: Suéltame coño que voy a picar a esa sucia vieja; y la otra le respondió: Claro porque yo soy ñeca, o tú piensas que los víveres son vacíos. Oiga compadre esa morena agarró un machete vaciao y el primer planazo se lo dio a Catalina y la hermana que venía con una silla se llevó el segundo yaguazo. Mire compadre, se armó este titingó y Juan blanquito del miedo. A una vieja que estaba comprando un sobre de café le dio una sirimba que hubo que echarle berrón por la cabeza.
—¿Y la policía, no estaba en el cuartel?
—¿Y usted cree que los mieida que están en el cuartel le echaban mano a esa morena? Era el diablo que tenía. Ahí cogió su planazo todo el que se metió. Y si la mujer de Juan no se embala, la pica también.
La vecina de don José que había escuchado su solicitud y con la cual el viejo mantenía relaciones secretas, le pasó por encima de la palizada que dividía con la mata de mango, una bandeja con café recién colado. El casanova tomó la bandeja mientras le decía a su compadre:
—Usted ve, eso es lo que se llama una mujer atenta.
La esposa que, con un cartón en la mano, intentaba inútilmente de encender la leña mojada, rezongó entre dientes:
—Aquí sale que se arma otro titingó.
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