Se vigilaban atentamente la cebra y el cocodrilo a orillas del lago, en donde uno buscaba saciar su sed y el otro intentaba aplacar su hambre. La tortuga que pasaba les dijo:
—¿Por qué no se hacen amigos? La vida debe ser muy difícil con ese nivel de estrés.
—Eso no es posible —dijo un cuervo que esperaba a que se produjera el festín para ver si podía atrapar un trozo de carne—. Uno nació para matar y otro para morir.
—En algún momento todos vamos a morir, mientras tanto, la vida en armonía es más hermosa. —Dijo la tortuga.
—Estoy de acuerdo —respondió el cocodrilo con su intensión oculta— te dejaré tomar toda el agua que quieras. Iremos a que me muestres tu casa, luego venimos y te muestro la mía. No podemos ser amigos sin conocernos.
—Estoy de acuerdo —dijo la cebra— mientras saciaba su sed.
Salieron a las praderas y el rebaño vio con asombro como la cebra le mostraba el bosque a su nuevo amigo el cocodrilo. Iban caminando tranquilamente y conversando sobre lo que veían.
—Cebra —dijo el loro— ¿te estás volviendo loca? El cocodrilo solo espera el momento adecuado para devorarte, eres su comida andante. —El cocodrilo que tenía su plan bien orquestado le dijo a la cebra:
—Acaso no es este, el loro que siempre se burla de ti, porque eres de dos colores, mientras que él es colorido y bello.
—¡Vete de aquí! —dijo la cebra— ya no quiero ser tu amiga, loro vanidoso.
—Por un mal chiste, a un buen amigo perdiste —Comentó el loro— el tiempo dirá quién tiene la razón.
Disfrutaron la cebra y el cocodrilo de una tarde de paseo por las praderas y sedientos fueron a conocer la casa del cocodrilo. Cuando llegaron al lago, el cocodrilo le dijo a su amiga que entrara para mostrarle su casa. La cebra inocente entró al lago y el cocodrilo la mordió por el cuello arrastrándola al fondo.
—Me traicionaste —dijo la cebra mientras se ahogaba— me vas matar.
—¡No! —Dijo el cocodrilo— solo te muestro mi casa que está en el fondo del lago, no es mi culpa que no puedas respirar bajo el agua.
Por las mentiras de un desconocido, la pobre cebra perdió a sus amigos y le sirvió de cena a la familia del cocodrilo.
Moraleja:
En la vida social, no todos actúan con transparencia, hay quienes, movidos por sus propios intereses, son capaces de traicionar la confianza que otros les brindan. Como la cebra que creyó en las palabras del cocodrilo, también las personas pueden caer en engaños disfrazados de amabilidad. Las apariencias y los discursos seductores a veces esconden intenciones poco honestas. Por eso, aunque la amistad y la buena fe son esenciales, es prudente observar con atención, conocer bien a quienes nos rodean y no permitir que los engaños nos aparten de la verdad ni nos pongan en riesgo.
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