Noción del Oeste
Probablemente, una de las lecciones de Geografía más recordadas del tiempo de la escolaridad es la que trata los puntos cardinales. Se repetía que los primarios son el Norte, el Sur, el Este y el Oeste; y que, como intermedios o compuestos, derivan el noreste, el noroeste, el sureste y el suroeste. Estos se identifican a partir del Sol, de la ubicación con respecto al mar y otras expresiones de la naturaleza, de aparatos como la brújula y del Sistema de Posicionamiento Global (GPS). Permiten saber dónde estamos y establecer cómo llegar a un punto dado. Además, son útiles para la cartografía y como referencia para destacar cualidades de una demarcación determinada. En ese sentido, se habla de la Sultana del Este, del Granero del Sur, de la Novia del Atlántico, de los Gigantes del Cibao…, quedando pendiente la referencia del Oeste, o del Sur profundo, como se le refiere con ironía sana.
Como dato curioso, llama la atención la invisibilidad del Oeste como punto cardinal entre varias generaciones dominicanas, aunque no para los especialistas. Hasta finales del siglo pasado, por ejemplo, nativos de la provincia Elías Piña y sus dependencias se consideraban sureños. Mas aún, los de menos instrucción se creían sanjuaneros. Hace medio siglo, se escuchaba a muchos decir, especialmente habitantes de Bánica, Pedro Santana y sus secciones: vengo de o voy para San Juan, a pesar de que estos municipios eran sus destinos.
División de la isla
El estudio de la división de la isla en dos colonias facilita la comprensión del comportamiento aludido. Sus antecedentes están en los efectos de la despoblación de Puerto Plata y Bayajá, en el noroeste; y La Yaguana en el suroeste de la isla; ordenada por el rey Felipe III y ejecutada en 1605-1606 por el gobernador Antonio de Osorio, quien agregó las villas de Montecristi y San Juan de la Maguana. Se preservaron las ciudades de Azua, Santo Domingo, Santiago, La Vega, El Seibo e Higüey. Su objetivo era terminar el contrabando que se practicaba en la isla en desmedro del tesoro español.
Las villas destruidas representaban casi el 50% de las existentes y más de la mitad del territorio de la isla, cuyo abandono facilitó su división en dos colonias: en el este, Santo Domingo Español, y en el oeste, Santo Domingo Francés, nombre asignado luego de la firma de la Paz de Nimega (1678). Los inicios de la nueva colonia se ubican a partir de 1630, cuando aventureros franceses e ingleses, conocidos como filibusteros y bucaneros, tomaron la isla Tortuga, localizada al noroeste de la isla, como centro de operaciones. Al paso de diez años, predominaban allí los franceses y en 1664 tenían como gobernador a Bertrand D´Ogeron.
A pesar de los esfuerzos de las tropas coloniales españolas por recuperar el control de la Tortuga, durante la segunda mitad del siglo XVII, Francia fortaleció la colonia de Saint Domingue y mantuvo sus planes de dominar la isla Grande, como llamaban al territorio dominado por España.
Definición de la frontera
A partir de la llegada de Felipe V al trono de España en noviembre de 1700, la presencia de Francia en el oeste de la isla fue aceptada como derecho de conquista por dominar la zona durante más de medio siglo. En adelante, las pugnas vendrían por la delimitación de los territorios ocupados, definitorios de la línea fronteriza entre ambas colonias. Para contener este avance, a partir de 1768, España reforzó las poblaciones de Bánica e Hincha al utilizar pobladores canarios en la fundación de San Rafael Angostura, Las Caobas, en terrenos de Bánica; Dajabón y San Miguel de la Atalaya, ubicadas en el oeste de Santo Domingo.
A pesar de que los tratados de paz firmados entre Francia y España en Nimega (1678) y en Ryswick (1697), no se refieren de manera directa a la isla de Santo Domingo, su interpretación por juristas y analistas políticos franceses, seguida más tarde por sus pares de Haití, llevó a las autoridades de ambas colonias a reducir las confrontaciones. Su amparo fue el artículo VII de la Paz de Nimega convertido en IX en el tratado de Ryswick, que planteaba la “restitución mutua de las partes ocupadas hasta la firma de la paz en cualquier lugar del mundo.”
En el caso de la Paz de Nimega, se llegó a la aceptación del río Rebouc o Guayubín como límite en el norte, y desde este hacia el sur hasta la isla Beata. No obstante, al reanudarse la guerra entre ambas metrópolis, en 1691, los criollos de Santo Domingo, comandados por Francisco Segura y Sandoval, devastaron Bayajá y vencieron a los franceses en la sabana de El Limonal. Su reacción fue la respuesta a la devastación causada meses antes en Santiago por el gobernador francés Tarin de Cusy. Este ambiente de hostilidad cesó con la firma del segundo tratado en 1697, facilitador de la aceptación de los franceses en el oeste de la isla.
Tras casi un siglo de convivencia e intercambio comercial, las autoridades de ambas colonias, a finales de febrero de 1776, convinieron en la villa de San Miguel de la Atalaya trabajar por la aprobación de límites tomando en cuenta los ríos Dajabón y Pedernales. Esta idea facilitó la concertación del tratado de Aranjuez, firmado en junio de 1777 por José Moñino y Redondo, en representación de Carlos III, rey de España; y Pierre Paul, por Luis XVI, rey de Francia. Lepelletier de Saint Remy señala que la delimitación incluía unas 50 leguas, desde el norte de la bahía de Manzanillo (río Masacre) hasta el cabo San Nicolás; 6 leguas en la línea de la bahía de Gonaives; otras seis leguas de la laguna de Sumatre a Puerto Príncipe; y desde el río Pedernales (Anses en Pitres) hasta el cabo Tiburón, toda la península, 75 leguas.
Desplazamiento del Oeste
Los límites de Aranjuez ratificaron a Bánica, Hincha, San Rafael de Angostura, Las Caobas, Dajabón y San Miguel de la Atalaya como poblaciones del oeste de la parte española. Pero, el estallido de la Revolución haitiana y la decisión de España de ceder la colonia a Francia mediante el tratado de Basilea (1795), afectaron la estabilidad de estas y demás localidades fronterizas. En el primer caso, el alivio recibido por estas localidades por el apoyo ofrecido a España por Toussaint Louverture en los inicios de la Revolución, se convirtió en pesadilla al pasar en 1794 al lado francés junto a sus lugartenientes y esclavos redimidos. Su decisión significó la toma de San Rafael de la Angostura, Hincha, San Miguel de la Atalaya, Las Caobas y Bánica. Esta última fue rescatada en 1795 gracias a la alianza entre españoles e ingleses contra los franceses. En febrero de 1802, tras el sometimiento de Toussaint, de manera respectiva, los generales Rochambeau y Desformeau ocuparon San Miguel de la Atalaya y San Rafael.
En 1896, Hipólito Billini sostuvo que, como resultado de la unificación del Estado haitiano, Boyer tomó el control en 1821 las villas de San Miguel de la Atalaya y San Rafael. Al año siguiente, ordenó la ocupación de Bánica, Hincha y Las Caobas. Estas demarcaciones fueron asumidas de manera progresiva hasta su integración a la demarcación territorial aprobada por el gobierno haitiano en 1843. De ese modo, apuntan los primeros historiadores haitianos, Boyer cumplía con el precepto de la indivisibilidad de isla, concebido por los franceses a partir del tratado de Basilea, y reproducido por Dessalines en la Constitución haitiana de 1805.
A pesar de que las comunidades del oeste tenían representantes en la Constituyente de noviembre de 1844, las campañas militares libradas entre 1844 y 1856 por la consolidación de la independencia dominicana no incluyeron el rescate de los territorios referidos. Con el paso del tiempo solo se dieron reclamaciones aisladas por las autoridades dominicanas, tan débiles que, probablemente, hizo suponer un consentimiento a favor de sus pares haitianas.
Con estas ocupaciones, apunta el historiador haitiano-alemán Gentil Tippennhauer (1893), los haitianos rebasaron en más de 10,000 km2 el límite de la demarcación que le asignaba el acuerdo de Aranjuez. Partiendo de que la isla tiene una extensión de 76,286 km2, la diferencia es mínima con respecto a otros autores, y de que los franceses contralaban aproximadamente un tercio del territorio, Rosario Sevilla Soler sostiene que el exceso referido se reduce a unos 2,321 km2.
La frontera definitiva entre ambos estados se fijó en el Tratado de Paz, Amistad Perpetua y Arbitraje firmado en 1929 por los presidentes Horacio Vásquez y Louis Borno. En su primera versión contemplaba la cesión por parte de la República Dominicana del 8% de su territorio a Haití, porcentaje reducido al 3% (unos seis mil km) cuando los presidentes Rafael L. Trujillo y Sténio Vincent firmaron en Puerto Príncipe el protocolo de aplicación en 1936.
Entre los territorios cedidos están las poblaciones referidas. La solución aprobada dejó un saldo negativo en cuanto al paisano de la frontera, pues, sin que lo deseara, se hizo del sur para que el país ratificara a la nación haitiana en el oeste. Así perdimos la noción del Oeste, ¿comprende?
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