En la ciudad capital, y en el mundo de la bibliofilia criolla, Amable Mejía (nacido en Bonao, en 1959), representa al poeta caminante y al narrador curioso, que ha alimentado su imaginario, en las fronteras entre la cultura popular dominicana y la cultura universal. En ese espacio de mediación, en los límites entre el habla y la conversación, las lecturas y las vivencias cotidianas, habita su vida: olfateando y mirando, palpando y escuchando los sonidos, las palabras y los colores, que le han servido para atizar su psicología existencial. Todo el que hace vida literaria y escribe, en el espacio urbano de ciudad, lo conoce, y también él conoce a todo el mundo en nuestro medio cultural. Fantasma trotamundos, Amable Mejía conoce todos los rincones y atajos de los barrios capitalinos, como peatón, que le permite mirar de cerca y nutrir sus fantasías narrativas y sus metáforas poéticas. Cronista empírico de la ciudad, antropólogo y sociólogo sin diploma universitario como tal, y arqueólogo del presente, Mejía –abogado de profesión–, anda como una bala y piensa como un meteoro. Y de ese estilo urgente de contar y poetizar, o más bien, con ese método de escritura, ha logrado –en lo que va de siglo XXI–, escribir una obra que da vértigo, pues parece hecha con los materiales del sueño y los instrumentos de la realidad cruda y dura, que ha sido su vida.

Lector furibundo, buscador de tesoros librescos, merodeador de joyas literarias, Amable Mejía tiene olfato canino y mirada de lince para encontrar documentos y libros que exhibe como piezas de museos. Como Carlos Monsiváis en la ciudad de México, durante su vida terrenal, Mejía prefiere caminar por las calles y las aceras para poder palpar y tocar la respiración de la ciudad.  Así pues, semeja un termómetro o un barómetro para medir el clima y la presión atmosférica de la gente y conocer como un psicólogo, el carácter y la personalidad del ser dominicano. De estas peripecias y andaduras se alimentan sus crónicas y artículos, a los que adereza y condimenta con su humor negro, corrosivo, cínico y trágico. Es decir, su sentido del humor está más asociado a la filosofía del cinismo, y de ahí que su humor trágico, antes que satírico: más un Diógenes que un Epicuro.

En el año 2001, tras sus estudios de derecho, publica un opúsculo poético, titulado Días de semana. Luego da el salto al cuento con Ente familia, en 2004, y retorna a la poesía con un breve poemario en prosa, al que tituló El amor y la baratija, en 2007, un texto becketiano, paródico y lúdico, que evoca al absurdo kafkiano.

De la poesía se pasa a la novela corta con Primavera sin premura, en 2008, y La isla de los hombres felices, en 2012. En 2015, vuelve a la poesía con el texto Novo Mundo Himnos, y en 2019, con El otro cielo. Regresa a la novela con Muerte en noche de problemas, en 2020, y El blanco marfil, en 2021, y en el mismo año, publica otro poemario, titulado El libro inevitable. Da un giro expresivo y publica, en 2024, Brevedad, un libro de aforismos (lo insté a hacerlo por sus ideas y creencias repentinas y desconcertantes), y su más reciente novela El camino de las hortensias (2025). Como se ve, es un autor en zigzag, camaleónico y versátil, que rompe esquemas formales y verbales. Escritor sinuoso y desafiante, Mejía nada como pez en el agua y en la tierra, como un caballo que galopa con frenética pericia, entre la prosa y el verso. O que mezcla, en un trasiego de la palabra, sus menudencias, diatribas contra sí mismo y violencia técnica contra la tradición, como un escupitajo contra el orden, lo sagrado y lo lógico. Sus ideas son ácidas y sus puntos de vista sobre la sociedad y el mundo revelan su carácter y su juicio ético y estético acerca de las cosas, los objetos y las personas.

Amable Mejía, el caminante insomne de la palabra

Escribe a diario y piensa rápido. Lee con premura y argumenta con arrebato. A veces se contradice, o no entendemos lo que dice, pues sus ideas vuelan más rápido que nuestra capacidad de imaginación. Parece como si hablara y escribiera en un estado de ensoñación diurna, como buen surrealista tropical. En nuestra etapa en el taller Cesar Vallejo de la UASD o en el campus universitario, cada día nos leía un poema que había escrito la noche anterior. “Belliard, déjame leerte este poemita”, solía decirme. Teníamos la sensación de que escribía tan rápido como leía.

De su obra poética podría decir que posee un humor negro, de cariz surrealista y existencialista, escaso en nuestra tradición. Y que exhibe en sus artículos, a la manera de un  pintor o un muralista del paisaje citadino y del suceder tragicómico del dominicano, con sus avatares, tragedias, dramas y desdichas.

“Para lo que hay que ver

con un solo ojo basta”, dice.

Mejía no es un escritor del optimismo sino del pesimismo trágico; no retrata con hipocresía la felicidad sino que la desnuda de raíz, desde la experiencia de lo mordaz, lo sórdido y lo siniestro. Su discurso funda un mundo literario (poético y narrativo) contra las elites, la urbanidad y el progreso de una civilización destructora y egoísta.

Tengo en mis manos su más reciente poemario: Infancia de la poesía (2025). Parece el título de un ensayo, pero se trata de un texto en versos, compuesto de cuatro partes, en el que exhibe sus dotes de poeta que, como Mallarme, lanza versos como dados al azar, al poner en crisis el cálculo, matando la lógico del signo poético, pues su concepción del poema y de la práctica del verso se mueve siempre entre el orden sintáctico y el caos del significado. Mejía siempre escribe poesía con la velocidad de un relámpago para evitar que medie el cálculo o que el pensamiento paralice sus repentismos y sus efluvios de conciencia. O quizá para que no lo ataque la ética o la moral estética o para no tener deuda de conciencia consigo mismo. Oigamos su voz irreverente:

“Ser ciego es ver las líneas

y tener motivos para callar.

Tocar la oposición, el haz

y darle una muleta al que viene detrás”, afirma.

Su mundo poético semeja un largo soliloquio o un monólogo de versos intimistas. De ahí que su obra lírica se lee como una obra escrita para sí mismo o para oírse, anulando al hipotético lector.

“Hoy habla el mar,

solo hoy he visto palabras.

Viene la sal y el temblor

en los labios.

Viene la sal, hay dos,

acarician los pensamientos.

Hay dos, solo dos.

Ríe la sal cerca. Rio yo.

La sal hace una morada

en los ruidos.

Rio de sales deshojadas,

hoy habla el mar y yo callo.

Insisto: la poesía de Amable Mejía es más un monólogo que un diálogo. Poesía intimista e instintiva. Poesía intransferible, que remite no a la definición de las cosas, sino a sus problematización, y puesta en crisis del sentido ontológico del hombre. Poesía hermética, a ratos, y en otros casos, cifrada, es decir, de signos cifrados, en el azar lúdico y perentorio de su deconstrucción. Poesía que se teje y desteje, y que se hilvana y deshilvana en su masa textual, en su tejido de signos y símbolos. Así pues, el azar pone en entredicho el canto y el cálculo. Deudor del surrealismo, y aun del dadaísmo, en Amable Mejía lo popular y lo culto dialogan y entrecruzan sus matices y connotaciones. El habla y el pensamiento se disuelven en la palabra, entre lo prosaico y lo estilizado, el preciosismo y el hermetismo. Poesía pura o que aspira a serlo, en su esencialidad o esencialismo. Su búsqueda es, pues, una búsqueda no por descifrar el misterio de las cosas del mundo real y sensorial, sino por fundar otro misterio y acaso otro enigma de la existencia. El poeta aquí escribe poesía para ocultarse y ocultar la realidad del mundo fenoménico como experiencia del lenguaje. Mejía escribe poesía desde una visión lúgubre del humor y desde una mirada siniestra del dolor. Poeta que juega con la muerte como un juguete, y de cuya mirada mortal y trágica, saca partido con rentabilidad lírica: poeta que escribe el poema con un raro y hermético cinismo, con sonrisa contenida, como para burlarse del dolor de la vida despierta y del drama ontológico del hombre que ama. Poeta que escribe muerto de la risa contra la muerte, pero con los dientes apretados. Su concepción  del amor es sórdida y subterránea; de un erotismo ascético y espiritual. Su visión del amor y el erotismo no tiene carne ni cuerpo sino mente, memoria y conciencia. Su obra poética dimana de un sueño desvelado y una mirada despierta, pero lúcida, en que el dormir ilumina y da luz al crepúsculo. Poeta madrugador (me consta), a quien le asedia la premura y le apremia el tiempo que urge para conquistar el alba y robarle el primer bostezo de la creatividad.

Amable Mejía.

Amable Mejía es un artífice del verso que navega entre el ritmo violento y espontáneo de la palabra, en su representación simbólica. Su poesía parece epigramática o deudora de la sátira de Marcial, por su humor sórdido y su erotismo seco y pétreo. En fin, el universo de palabras que ha edificado posee la arquitectura del constructor, que ha apostado por la palabra, más allá de la novela, el cuento o el ensayo. En suma, su pulso verbal trasciende el texto literario mismo.

Basilio Belliard

Poeta, crítico

Poeta, ensayista y crítico literario. Doctor en filosofía por la Universidad del País Vasco. Es miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua y Premio Nacional de Poesía, 2002. Tiene más de una docena de libros publicados y más de 20 años como profesor de la UASD. En 2015 fue profesor invitado por la Universidad de Orleans, Francia, donde le fue publicada en edición bilingüe la antología poética Revés insulaires. Fue director-fundador de la revista País Cultural, director del Libro y la Lectura y de Gestión Literaria del Ministerio de Cultura, y director del Centro Cultural de las Telecomunicaciones.

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