Vargas Llosa en Arequipa con más gente.

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Una larga enfermedad incurable. Eso era el Perú para Mario Vargas Llosa.

Sin embargo, el punto final a su vida no lo puso en Madrid, donde residió la mayor parte de las últimas décadas, ni en París, Barcelona, Londres o Nueva York, ciudades vibrantes que lo adoptaron, lo llenaron de elogios y en las que fue feliz.

El Nobel de literatura sabía que enfrentaba sus últimos meses y decidió viajar a la gris Lima, capital del país con el que tuvo una relación áspera y llena de violencia, según escribió.

Que haya muerto en su tierra es un hecho significativo para los peruanos.

Por años sus rivales y críticos más enconados, muchas veces más mezquinos, buscaron descalificarlo llamándolo con insistencia "español" o extranjero, en el intento de cuestionar su peruanidad y deslegitimar sus opiniones políticas.

El escritor recibió la nacionalidad española, sin renunciar a la peruana, en 1993, un años después del autogolpe de Alberto Fujimori.

Semanas antes de su muerte, y hasta la misma víspera, Mario Vargas Llosa, empuñando un bastón y de la mano de su hijo, iniciaría en Lima un último peregrinaje por escenarios memorables de sus novelas y de su vida.

La operación fue meticulosamente planeada para ser discreta y segura.

Callejuelas de puñal fácil, un bar en ruinas, los ecos de su barrio alegre, el insospechado lugar en el que, por primera vez, alguien le pagó por escribir y en el que años después él recuerda que también quemarían sus libros.

¿Fue su retorno un mensaje final de reafirmación de su identidad?

Cervezas y dictadura

Fue el rescate de un perro el que haría de La Catedral uno de los bares más famosos de la literatura universal.

Pero antes de llegar a ese episodio, empecemos con una fotografía.

Junto a un portón de fierro de bordes oxidados y una pared desconchada que acumula generaciones de graffitis, Vargas Llosa se detiene para que su hijo capture la escena.

Finalizaba noviembre del 2024, cinco meses antes de su muerte.

Del otro lado funciona un modesto taller de metal mecánica que también sirve de depósito de chatarra en la desangelada y peligrosa cuadra dos de la avenida Alfonso Ugarte, en el corazón de Lima.

Álvaro Vargas Llosa compartiría la imagen en la red social X.

El Nobel visitaba por última vez el escenario principal de "Conversación en La Catedral", una de sus grandes obras y fundamental en la consolidación de su prestigio internacional.

Del bar solo queda el amplio arco de ingreso, y que le valió el nombre al local.

Álvaro Vargas Llosa lo evidencia contrastando su foto con otra de 1969, el año en que se publicó el libro.

En ella un joven novelista posa cigarro en mano frente a ese mismo portal, esta vez abierto. En el fondo se vislumbra una mesa, dos sillas y algunas botellas.

"El objetivo del libro era el de describir una sociedad bajo el imperio de una dictadura corruptora" – apuntó el escritor en una entrevista, – "pero no contarla políticamente sino cómo afectaba distintos aspectos de la vida: la universidad, la familia, el trabajo".

Esa dictadura era la de Manuel Odría, militar que gobernó Perú entre 1948 y 1956 y que caló profundamente en el entonces adolescente Vargas Llosa.

El novelista confesó que el tema le resultaba difícil por lo ambicioso, hasta que encontró la manera de atraparlo: la conversación en un bar entre dos de sus personajes principales.

"Pero a diferencia de lo que se cree, el escritor no frecuentaba La Catedral", afirma Luis Rodríguez Pastor, investigador de la vida del Nobel y autor del libro "Mario Vargas Llosa para jóvenes".

"No era un bar bohemio ni de periodistas", precisa.

De hecho, el desaparecido local estaba lejos de donde funcionaban los diarios y se tejía la vida cultural de la ciudad y, por el contrario, cerca de las rutas de obreros y trabajadores que la cruzaban y que eran los parroquianos habituales de sus mesas gastadas.

¿Cómo llegó el novelista a él?

Dos millones de dólares

Vargas Llosa conocería el bar de manera fortuita a mediados de la década de 1950.

"Regresaba a su casa luego de rescatar de la perrera a Batuque, el perro que tenía entonces con Julia, su primera esposa", apunta Rodríguez Pastor.

Entonces el escritor era un joven de apenas 20 años que quedó espantado por la brutalidad con la que los empleados del lugar mataban a palazos a los animales que no reclamaban sus dueños.

El episodio lo narra en el autobiográfico "El pez en el agua".

"Medio descompuesto con lo que había visto, fui con el Batuque a sentarme en el primer cafetucho que encontré. Se llamaba La Catedral. Y allí se me vino a la cabeza la idea de empezar con una escena así esa novela que escribiría algún día".

Salvo aquel rescate y la sesión de fotos que le hiciera el diario "La Prensa" cuando se publicó el libro casi 15 años después, no hay evidencia de que Vargas Llosa visitara el bar.

Pero eso no importa: es un mito cultural.

Que casi nadie visita.

Luis Rodríguez Pastor promueve rutas literarias en Lima para recorrer los lugares que inspiraron a autores como César Vallejo, Julio Ramón Ribeyro y, por supuesto, Vargas Llosa.

"Pero por seguridad, rara vez voy al local donde funcionaba La Catedral. Es una zona peligrosa", advierte el investigador.

Como resulta frecuente en varias capitales latinoamericanas, el barrio es a la vez una zona marginal y parte del centro de la ciudad.

Perras preñadas husmean en la basura que se acumula en cada esquina, al igual que se amontonan también las denuncias por robo que la policía local no tiene recursos para atender.

La luz de la mañana llega sucia, filtrada por el smog de buses menesterosos que acaso ya circulaban cuando todavía funcionaba el bar.

La Catedral cerró en alguna fecha incierta, probablemente a inicios de los 80.

Fue desmantelado y el terreno abandonado. Durante décadas se usó como basurero y depósito para diversos despojos.

En la foto que le tomó su hijo, sobre Mario Vargas Llosa pende un ennegrecido cartel de "Se vende" con un teléfono que nadie me contestó.

Entrevistado por el diario "El Comercio" en 2013, su dueño, que hasta entonces no había leído la novela, pedía US$2 millones por su local, y aseguraba que resultaba perfecto para construir un centro comercial.

"Se llamaría La Catedral", dijo.

El precio es injustificable para las empresas inmobiliarias.

Sus ejércitos de excavadoras y cargadores frontales prefirieron desplegarse sobre otros barrios de Lima, como aquel en el que Mario Vargas Llosa conservaba algunos de sus recuerdos más felices.

Y la memoria de los primeros amores que trascendieron a sus novelas.

Barrio alegre

Miraflores es un distrito acomodado que se eleva de cara al mar.

Sus sobrecogedoras puestas de sol sobre el Pacífico terminaron por sentenciar a muerte a las viejas casonas con las mejores vistas.

Resultó buen negocio derrumbarlas y levantar edificios tan altos que durante el atardecer proyectan sombras espesas sobre las calles interiores.

Del barrio del escritor queda poco, pero queda.

La quinta en la que Vargas Llosa vivió con sus abuelos, en la calle Porta, sigue en pie.

"Viví aquí desde los 11 años y los mejores recuerdos de mi infancia siempre están relacionados con Miraflores", dijo Vargas Llosa en 2014 cuando el alcalde de ese distrito lo condecoró con una medalla cívica.

Durante sus meses finales, el novelista recorrió las mismas calles que siete décadas antes trajinaba como adolescente de camino a las fiestas de sus amigos.

Ahora él era siempre el invitado principal.

En octubre de 2024 asistió a su última función de teatro en el Marsano, ubicado en Miraflores.

Los únicos en las butacas eran él y su familia.

En esa puesta en escena privada representaron la adaptación de su novela "¿Quién mató a Palomino Molero?", ambientada en el norte de Perú.

Los periódicos informan sobre el evento, pero apenas consignan dos o tres palabras del Nobel. La vaguedad de las frases no deja claro si acaso fueron transmitidas por un familiar.

La salud del escritor se deterioraba y su retiro de la vida pública era total.

Mario Vargas Llosa en el teatro Marsano con actores de la compañía.

Producciones Acquario
El Nobel asistió a su última función en el teatro Marsano, ubicado en el mismo distrito.

A cuatro cuadras de este teatro, la agitada avenida Arequipa toma el nombre de Larco y se proyecta hacia el mar.

Durante las últimas décadas aparecieron en sus orillas hoteles, restaurantes y tiendas de souvenirs como anzuelos para pescar los cardúmenes de turistas que se agolpan en el centro comercial que se construyó al final de la avenida, en lo que fue el tradicional parque Salazar.

Este parque era escenario de los primeros ardores adolescentes del escritor, cuyas nostalgias atraviesan varias de sus novelas hasta llegar a "Travesuras de la niña mala".

"Fue en el verano del 50, el verano más memorable de mi vida, el verano de los amores del Barrio Alegre de Miraflores, que quedaba cerca de mi casa, en la calle Diego Ferré, donde vivía yo con mis padres y mis hermanos, cuando llegaron al barrio dos hermanitas chilenas".

El cruce de las calles Diego Ferré y Ocharán, a pocos pasos del parque Salazar, era a lo que la juvenil pandilla de Vargas Llosa llamaba Barrio Alegre.

"Desde ahí caminaban al mar, y entonces no había nada de lo que hay ahora. Solo unos camerinos y una playa de piedras", señala Sergio Vilela, editor y autor del libro "El cadete Vargas Llosa", publicado por Planeta.

Esa bajada a la playa es escenario del relato "Los cachorros", la historia de un niño de clase media alta que tras ser brutalmente castrado por un perro comienza un lento pero inexorable distanciamiento de sus amigos.

Mientras ellos crecen y exploran su sexualidad, él permanece atrapado en una eterna adolescencia.

"Uno de los amigos de Vargas Llosa de aquella época me indicó una por una las casas de todos. Mira aquí vivía tal y allá vivía Inge, una alemana que le gustaba a Mario", apunta Vilela.

Inge terminaría por ser su segunda enamorada, pero quien trascendió a sus novelas sería la primera.

El nieto del cocinero

En "La ciudad y los perros", los personajes de Jaguar, el esclavo y el Poeta, todos cadetes del colegio militar, están enamorados de Teresita.

Ella se convierte en la principal figura femenina de su primera novela.

La misma que el escritor publicó cuando tenía 26 años y con la que ganó el premio Biblioteca Breve y el Premio de la Crítica Española.

La Teresita de la vida real, en cambio, apenas estaría unas pocas semanas junto al joven Vargas Llosa, que la conquistó bailando boleros.

Por algún misterioso mecanismo con el que la memoria filtra y a veces modifica la resonancia de los hechos, el recuerdo de Teresita se transformó y ganó relevancia en las primeras ficciones del escritor.

El de ella fue en realidad un amor miraflorino transeúnte "a medio camino entre el juego infantil y el enamoramiento adolescente", escribiría el Nobel.

Pero esa adolescencia ya estaba muy atrás cuando, a los 19 años, se casó con su tía, Julia Urquidi.

Con ella se mudaría a una quinta también en Miraflores, también en la calle Porta, y que hoy también sigue en pie.

Aunque casi no tenían tiempo ni dinero, en "El pez en el agua" Vargas Llosa describe su relación como fértil, cariñosa y estimulante.

"Recuerdo la excitación infantil que nos producía, algunos fines de mes, ir a almorzar a un restaurante alemán de la calle La Esperanza, el Gambrinus, donde preparaban un suculento Wienerschnitzel, para el que nos preparábamos, regocijados, con días de anticipación".

Ese restaurante alemán era de mi abuelo.

Funcionaba, a pocas cuadras de la municipalidad de Miraflores y cerró veinte años antes de que yo naciera.

Hoy resulta difícil de creer que un cocinero alemán pudiera llegar a ser un referente gastronómico en Perú, mucho menos en el mismo distrito en el que décadas después se iniciaría lo que se conoce hoy como el boom de la cocina peruana.

En un encuentro imprevisto en un canal de televisión, durante mis primeros años como periodista, le comenté al escritor esa curiosa coincidencia.

"Me acuerdo de tu abuelo. Era un señor alto", me dijo.

Y como quien hubiera encontrado pregunta para una respuesta largamente aplazada, agregó: "Y cobraba caro, más de lo que mi sueldo como periodista me permitía pagar".

Foto Gambrinus.

Archivo Familia Riepl
La fachada del restaurante alemán Gambrinus, el que Vargas Llosa solía visitar en su juventud.

En las novelas de Vargas Llosa, Miraflores no solo es el escenario de las nostalgias, la libertad y los primeros amores.

También representa a la clase media alta de Lima, con sus aspiraciones, contradicciones, frivolidad y miedos.

Y la fractura social del país se evidencia en el continuo tránsito de sus personajes entre este mundo y espacios populares que emanan violencia o marginalidad.

"Vargas Llosa y sus amigos dejaron de llamar a sus calles 'Barrio Alegre' porque se enteraron que los cronistas policiales llamaban de esa forma a jirón Huatica, la calle de las putas, en el populoso distrito de La Victoria", apunta el investigador Luis Rodríguez Pastor.

La asociación les pareció vergonzosa, al menos de manera pública.

El miraflorino Alberto Fernández, El Poeta, alter ego del novelista en "La ciudad y los perros", frecuentaba Huatica, obsesionado con una prostituta a la que conocían como "Pies Dorados".

Así también, un sábado de junio o julio de 1950, el cadete Vargas Llosa llegaría a Huatica con 20 soles en el bolsillo en busca de una mujer en particular para cumplir una misión urgente.

19 días

Los últimos meses, en horas en las que no hubiera gente y con cuidado para no llamar la atención, Álvaro Vargas Llosa preparaba a su padre para sus incursiones furtivas a los escenarios de sus novelas.

Incluso a veces lo disfrazaba un poco.

De esa manera el Nobel evitaba las aglomeraciones que lo agobiaban.

Así, el novelista visitó también el penal de Lurigancho, una cárcel hacinada que se levanta sobre los cerros polvorientos del este de Lima y que resulta parte de la cartografía de "Historia de Mayta":

"Para llegar hasta allí hay que pasar frente a la Plaza de Toros, atravesar el barrio de Zárate, y, después, pobres barriadas, y, por fin, muladares en los que se alimentan los chanchos de las llamadas «chancherías clandestinas». La pista pierde el asfalto y se llena de agujeros".

Álvaro Vargas Llosa y Mario Vargas Llosa.

Álvaro Vargas Llosa/X
Junto a su hijo Álvaro en el penal de Lurigancho.

Y tres días antes de cumplir 89 años, Mario Vargas Llosa pasearía por la violenta zona de Barrios Altos que da nombre a la novela "Cinco Esquinas" y por la Quinta Heeren, escenario de su último libro, "Le dedico mi silencio", y emblema de una Lima criolla casi extinta.

Lo acompañaron su nieto Leandro y sus enfermeros.

Le quedaban 19 días de vida y aun así su carácter curioso y vital lo llevaba de regreso sobre los pasos de sus personajes.

"Nunca dejó de ser reportero, como en un segundo plano y para todos sus libros", afirma el editor Sergio Vilela, autor de "El cadete Vargas Llosa".

Antes de acometer una novela, el escritor desarrollaba la labor metódica de registrar toda imagen, percibir olores, sonidos y tomar innumerables apuntes de aquello que iba a trasponer de la realidad a la ficción.

Mario Vargas Llosa en Lima.

Álvaro Vargas Llosa/X
Mario Vargas Llosa vistó La Quinta Hareen, a pocos días de su muerte.
La Quinta Hareen.

Álvaro Vargas Llosa/X
Panorámica de La Quinta Hareen.

"Era un escritor que creía que para lograr escenas verosímiles tenías que ir a los sitios y ver cómo cae el sol a la hora que dices que cae el sol y reflejar eso", concluye Vilela.

La literatura de Vargas Llosa está llena de escenarios peruanos vibrantes, musicales, embriagantes y profundamente vivos, aunque ya no existan más.

¿Qué queda entonces de la Lima de Vargas Llosa?

"La identidad de esa ciudad puede estar en su arquitectura, pero también en su composición social", explica José Rodríguez Pastor, quien promueve las rutas literarias del novelista.

"Hay lugares que ya no existen, especialmente fuera del centro histórico que aún conserva zonas monumentales, pero en muchos casos el tejido social y hasta la marginalidad es la misma", agrega.

Por ejemplo, en jirón Huatica.

Laberinto del deseo

Habíamos dejado al cadete Vargas Llosa con 20 soles en el bolsillo a la entrada del prostíbulo más grande de la ciudad.

Tenía 14 años y frente a sí, siete cuadras de prostitutas.

Él, sin embargo, buscaba un tipo de mujer en particular: quería perder la virginidad con una francesa.

No había ido solo. Lo acompañaba otro cadete de su edad llamado Víctor Flores que tenía la misma misión.

Ambos se dejaron convencer por una mujer habladora de pelos pintados y decidieron entrar. Mario tomaría el segundo turno.

El novelista recordaba que la mujer se puso muy contenta de saber que eran vírgenes porque aseguraba que eso le traería buena suerte.

No resultó francesa, sino brasileña.

"En esa época era normal y aceptado que la cosa fuera así", señala Sergio Vilela, autor de "El cadete Vargas Llosa".

Los precios en el jirón Huatica variaban entre 3 soles las más viejas y 20 las jóvenes más codiciadas.

"La broma común era decir que la estatua del Inca que estaba en la plaza Manco Cápac con la mano extendida apuntaba directamente a los burdeles", agrega Vilela.

Setenta y cuatro años después, Mario Vargas Llosa regresó a la misma calle con su hijo mayor.

Ya no se llama jirón Huatica, sino Renovación.

Tampoco se ejerce la prostitución, al menos no de manera visible, aunque la zona se ha tornado peligrosa.

Las puertas de madera despostilladas por donde se asomaban las mujeres se cambiaron por planchas y rejas de fierro. Marañas de cables cruzan la calzada y edificios de tres pisos parecen haber quedado de manera perenne a medio construir.

"Sin erotismo no hay gran literatura", escribió Vargas Llosa en un artículo para "Babelia", la revista cultural del diario español "El País".

Mario Vargas Llosa con su hijo Álvaro en Huatica.

Álvaro Vargas Llosa/X
Mario Vargas Llosa con su hijo Álvaro en Huatica.

En su libro de memorias "El pez en el agua", el Nobel cuenta que aprendió en esas calles a vivir el sexo "como una fuente de vida y de goce" y que en Huatica le "hicieron dar los primeros pasos por el misterioso laberinto del deseo".

Novelas eróticas como "Elogio de la madrastra" o "Los cuadernos de Don Rigoberto" no habrían sido posibles sin ese afiebrado aprendizaje.

Pero tampoco muchos de los pasajes más apasionados y traviesos de sus novelas consagradas.

El adolescente Vargas Llosa frecuentó a una morenita vivaz de pies pequeños, blancos y cuidados.

La bautizó como "Pies Dorados" y años después la trasladaría de la manera más fiel posible, según el mismo dijo, a su novela "La ciudad y los perros".

Sería la obsesión de su alter ego en la novela: Alberto Fernández, el Poeta.

El cadete Vargas Llosa

Un día después de la muerte de Vargas Llosa llegó una carta a su familia firmada por el General David Ojeda, Jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas.

En ella expresa sus condolencias y destaca que "su legado literario e ideas seguirán vigentes (…) acompañando a futuras generaciones de jóvenes, y en especial a los integrantes de la comunidad leonciopradina".

Los giros de la vida son sorprendentes.

Cuando la novela "La ciudad y los perros" fue publicada en 1963, los generales de aquel momento acusaron al novelista de querer desprestigiar al ejército y al colegio militar Leoncio Prado.

"Mil ejemplares del libro fueron quemados ceremonialmente en el patio del colegio", denunció Vargas Llosa.

Un alto mando incluso acusó al novelista de recibir dinero de Ecuador, país con el que entonces Perú mantenía un conflicto limítrofe.

"No he encontrado ninguna prueba de que se hayan quemado libros, incluso es probable que haya sido una leyenda promovida de manera genial por su editor", señala Sergio Vilela, autor de "El cadete Vargas Llosa".

Su investigación detalla la historia real detrás de la novela y el proceso creativo del autor.

"Pero sí es cierto que hubo molestia entre los mandos militares y el colegio, y la relación con el escritor fue tirante durante muchos años", agrega.

¿Por qué el rechazo contra la novela ?

Mario Vargas Llosa con un soldado en el colegio militar Leoncio Prado.

Álvaro Vargas Llosa/X
Mario Vargas Llosa con un soldado en el colegio militar Leoncio Prado.

A través de las tribulaciones de los "perros", cadetes recién ingresados, Vargas Llosa denuncia la brutalidad, la violencia cotidiana, las jerarquías implacables, la falta de libertades y la corrupción de la autoridad a la que están sometidos en el colegio militar.

La novela expone la degradación moral de una institución que es asimismo un microcosmos de la sociedad peruana, en palabras de su autor.

Su publicación, doce años después de dejar el colegio, tuvo un impacto tremendo y hay quienes consideran "La ciudad y los perros" como la novela que inicia el boom latinoamericano.

"No fue para mí una experiencia grata la del colegio. Sufrí mucho con el internado y descubrí qué hermosa es la libertad", señaló Vargas Llosa en un discurso.

Pese a ello, el Leoncio Prado fue el primer escenario que visitó a lo largo de su último peregrinaje.

En la fotografía que le toma su hijo Álvaro, el soldado que cuida la puerta del colegio sonríe, levanta un pulgar y pasa el otro brazo tras la espalda del Nobel.

Detrás de ellos la misma fachada escalonada de su adolescencia.

El novelista asegura que su padre lo metió al colegio militar para extirparle todo interés en la literatura.

Pero hay otro lado en esa historia.

"Vargas Llosa me dijo que él también quería ir al colegio militar porque era un camino para salir de casa y no vivir con su padre", señala Vilela.

Ernesto Vargas, a quien conoció a los diez años, era para él un hombre duro y autoritario.

"El trauma fundamental de mi vida fue la relación con mi padre. El miedo que sentí en esos años me acompañó siempre y está en mis libros", ha confesado Vargas Llosa.

En cualquier caso, el Leoncio Prado no solo cimentó su vocación sino que lo hizo un escritor "profesional", entendido como aquel al que le pagan por lo que escribe.

Durante los fines de semana en los que permanecía recluido en el internado como castigo por cualquier insignificancia, se dedicó a devorar novelas, especialmente las de Dumas.

Y como sus compañeros reconocieron en el cadete Vargas Llosa talento para las letras, le daban las cartas que les escribían sus enamoradas para que él las leyera y respondiera.

"A falta de teléfono esa era el sistema de comunicación que tenían con sus parejas y le pagaban por ello", precisa Vilela.

Además, las experiencias en ese nuevo Barrio Alegre que era Jirón Huatica le inspiraron unas novelitas eróticas que los demás cadetes compraban con avidez.

Quien se encargaba de gestionar las ventas era su compañero Víctor Flores, el mismo que lo acompañó a debutar con la brasileña en la larga y feliz calle de los burdeles.

Flores, sin sospecharlo, se convertiría así en su primer agente literario.

Cuando Vargas Llosa murió, el colegio militar Leoncio Prado izó su bandera a media asta.

En una ceremonia emotiva el escritor fue recordado como uno de sus alumnos más ilustres.

El gobierno decretó Duelo Nacional.

La imagen de Mario Vargas Llosa proyectada en una fuente en Lima en un homenaje tras su muerte.

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Morir en Lima

"El Perú es para mí una especie de enfermedad incurable, y mi relación con él es intensa, áspera, llena de la violencia que caracteriza a la pasión", afirmaba Vargas Llosa.

Y no sorprende.

Uno no esperaría gran literatura sin la inspiración del conflicto.

De las 24 obras de narrativa publicadas por el Nobel, que incluye también relatos más breves como "Los jefes" y "Los cachorros", solo cinco no tienen al Perú como escenario.

"Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé", dijo el escritor en su discurso de aceptación del premio Nobel.

Si lo miramos desde la perspectiva de los temas que obsesionaron al escritor, toda su obra tiene como sustrato las profundas huellas que dejó el país en él y que afloran en cada uno de los espacios que visitó con su hijo en su peregrinación final.

El autoritarismo, la búsqueda de libertad, el poder, las fracturas sociales, la violencia y marginalidad atraviesan sus escritos.

Finalmente no importa si los hechos se desarrollan en Brasil, República Dominicana, Francia, el Congo, Irlanda o Guatemala. Debajo de ellos, sigue estando su país.

¿Llegó a curarse Vargas Llosa del Perú?

"La relación con el país fue compleja, pero él siempre amó al Perú", me dice Pedro Cateriano, amigo cercano del escritor y ex presidente del consejo de ministros peruano.

Cateriano acaba de publicar "Vargas Llosa, su otra gran pasión", una biografía política del novelista.

"A lo largo de su vida ha tenido etapas de dolor. Ha sido un peruano que ha estado en las circunstancias más complicadas (…) En el momento más fatídico, decidió ser candidato a la presidencia. Eso refleja un compromiso", agrega.

Vargas Llosa perdió esas elecciones contra Alberto Fujimori en 1990.

Como parte de esa campaña política, y sostenidamente después de ella, sus rivales buscaron imponer la idea de que sus años fuera de Perú no le daban autoridad para opinar sobre su país.

Tras el autogolpe de Fujimori, el novelista recibió la nacionalidad española en 1993 y luego el 2011 el título nobiliario de marqués debido a su "extraordinaria contribución, apreciada universalmente, a la literatura y a la lengua española".

Un sector minoritario pero bullicioso de sus críticos insistieron con el asunto de la españolitud del escritor.

¿Fue este retorno en sus días finales una reafirmación de su peruanidad?

"No es ninguna reafirmación ni hay nada que reafirmar (…) Vargas Llosa siempre ha estado identificado con su tierra", sentencia Cateriano.

Su amigo recuerda que, como símbolo de ese vínculo, el premio Nobel donó su biblioteca personal a la ciudad de Arequipa, en el sur del país, donde nació.

Y más aún, le ofrece al Perú un último libro, cargado de nostalgia, de música, de viajes a sus profundidades, de reconocimiento de su mestizaje, sus complejidades y sus sueños de utopías rotas.

"Le dedico mi silencio".

La muerte de Vargas Llosa en Lima, en cambio, a diferencia de lo que se cree, tuvo que ver más con las circunstancias que con una decisión de ánimo simbólico. Su familia me lo ha confirmado.

Homenaje en la biblioteca Vargas llosa de Madrid tras su muerte.

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Homenaje en la biblioteca Vargas llosa de Madrid tras su muerte.

El Final

Aún no se han revelado oficialmente las causas del fallecimiento.

Es público, sin embargo, que la salud del escritor venía deteriorándose desde hacía largo tiempo.

"Gracias por luchar tantos años con tanta valentía contra tu enfermedad para darnos más tiempo contigo", escribió su nieta Josefina Vargas Llosa en su cuenta de Instagram.

Cuando el escritor terminó su relación con Isabel Preysler en diciembre del 2022, "la tribu", como él llama a su familia, inició el discreto y sensible proceso de recomponerse.

Amigos cercanos señalan que ya conocían el diagnóstico.

Fue a mediados del 2023 cuando Vargas Llosa viajó a Perú y, aunque no estuvo pensado como un viaje definitivo, era inevitable considerar esa posibilidad.

Inició entonces un periodo intensamente familiar.

La tribu del novelista, aunque dispersa por el mundo, encontró en Lima, frente a los atardeceres en el mar de Barranco, un rincón sereno en el cual reunirse para compartir el tiempo que les quedaba juntos.

Vargas Llosa y sus hijos.

Álvaro Vargas Llosa/X
Su permanencia en Lima le permitió un reencuentro con sus hijos Morgana, Álvaro y Gonzalo.

Fue entonces cuando Álvaro Vargas Llosa le propuso a su papá los paseos vespertinos a los escenarios de sus novelas.

Ejercitarse se había vuelto una rutina indispensable para el escritor y la idea le pareció extraordinaria.

El deterioro del novelista, aunque lento, ya había cerrado de manera irremediable varios capítulos de su vida.

Dejó de escribir novelas, renunció a las columnas de opinión, se apartó de los medios y de la discusión pública.

Y fue cuando estaba en Lima que los médicos le desaconsejaron volver a tomar un avión.

A tal punto esta circunstancia no estaba planeada que el Nobel debió cancelar su participación en el homenaje que la Cátedra Vargas Llosa le había organizado en Madrid en octubre de 2024.

El novelista vivió sus últimos días entregado a su familia, a sus recuerdos y a los atardeceres que siempre lo conmovieron.

"La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver", dijo el escritor cuando recibió el Nobel.

Cuando cumplió 89 años, su hijo Álvaro compartió una última fotografía de la celebración familiar.

Estaba toda la tribu reunida.

Mario Vargas Llosa murió dieciséis días después, en esa patria que era su hogar.

Sus restos fueron cremados y sus cenizas repartidas en dos urnas. Una de ellas se quedaría en Perú, la otra viajaría con su hijo Álvaro a Europa.

Así lo decidió.

Era el final que quería escribirle a la novela de su vida.

Línea gris.

BBC

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