Un retrato de Joseph Priestley en un marco dorado.

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Joseph Priestley descubrió en 1774 el que quizás sea el elemento químico más importante para la vida, al que llamó "aire desflogistizado".

El nombre no tuvo demasiado éxito, pero sí sus observaciones: el descubrimiento del oxígeno dio origen a la química moderna y también, curiosamente, a la chispa de la vida.

El agua carbonatada y, con ella, los refrescos que hoy se consumen por millones en todo el mundo, nacen de sus experimentos, ya que Priestley fue la primera persona en comprender el proceso para fabricar de forma artificial lo que la fermentación de la cerveza hacía de manera natural.

Su vida fue fascinante: nacido en 1733 cerca de Leeds, en Reino Unido, Priestley hablaba 9 idiomas y publicó a lo largo de su vida más de 150 obras sobre ciencia, teoría política y religión. Fue polímata y un librepensador considerado radical por muchos en su época, lo que le llevó a emigrar a Estados Unidos, donde fue amigo de los padres fundadores del nuevo país.

Pero sería recordado fundamentalmente por el trabajo que hizo durante los siete años que pasó en Bowood House, en Wiltshire, siendo empleado del conde de Shelburne.

El conde necesitaba un bibliotecario para su mansión que pudiera asimismo guiar la educación de sus hijos, pero también un compañero intelectual, alguien con quien compartir inquietudes y charlas, y le hizo a Pristley una generosa oferta.

Priestley no lo tenía claro, e incluso escribió a su amigo, el científico Benjamin Franklin -que solo cuatro años después firmaría la Declaración de Independencia de EE.UU.- en busca de consejo. Franklin le sugirió que escribiera una lista de pros y contras.

Las ventajas pesaron más, y Priestley se trasladó a Bowood House, donde instaló un laboratorio para sus experimentos que costó el equivalente a más de US$40.000 de nuestros días, pagados generosamente por el conde.

Descubrimiento del oxígeno

Con ese equipo, Priestley logró aislar y capturar por primera vez el oxígeno, usando una técnica novedosa.

Utilizó una potente lupa para calentar con los rayos del sol óxido rojo de mercurio en una urna. A continuación, recogió el gas que se desprendió del mercurio y lo guardó en un frasco hermético.

Una lupa y un cuenco.

SSPL/Getty Images
Priestley utilizó una potente lupa para producir el oxígeno.

Priestley no sabía qué es lo que había dentro, pero sabía que era un gas, o un "aire", como se llamaba entonces a las sustancias gaseosas, así que se dispuso a experimentar.

"Se dio cuenta de que con ese gas las cosas ardían con más fuerza, y trató de investigar si era tóxico", explicó el químico John Emsley al programa de la BBC "Experimentos que cambiaron el mundo".

Para ello, metió un ratón en una urna que contenía el gas que había aislado, sujetándolo por la cola por si tenía que sacarlo rápidamente en caso de que le ocurriera algo, pero se dio cuenta de que, en realidad, "al ratón parecía gustarle lo que estaba respirando", explicó Emsley.

Un ratón metido en un contenedor hermético acababa muriendo, pero, si introducía ese gas, vivía mucho más, "era como un gas que daba vida".

Más tarde probó el experimento en sí mismo y comprobó que le hacía sentirse un poco mareado.

"La sensación en mis pulmones no era muy diferente a la del aire común, pero me pareció que mi respiración era particularmente ligera y fácil durante algún tiempo después. Quién sabe si, con el tiempo, ese aire puro se convertirá en un artículo de lujo de moda", escribiría en sus diarios.

Ciertamente, el aire puro podría considerarse hoy un lujo, y el oxígeno, sin duda, un gas de vida.

De esta forma, Priestley logró aislar el oxígeno, aunque lo llamó "aire deflogistizado", y declaró que era "cinco o seis veces mejor que el aire común".

Ese nombre se basaba en la teoría del "flogisto", la creencia científica de la época, ya obsoleta, de que cualquier sustancia combustible contenía "flogisto", que se liberaba en el fenómeno de combustión, hoy denominado oxidación.

Un retrato de Antoine Lavoisier.

Stock Montage/Getty Images
El francés Antoine Lavoisier estudió la naturaleza del oxígeno y finalmente le dio su nombre.

Priestley publicó sus hallazgos y, un año después, acompañó a su patrón en un viaje por el continente. En París conoció al químico Antoine Lavoisier, a quien informó del descubrimiento de ese nuevo "aire".

Lavoisier, considerado el padre de la química moderna, repitió los experimentos de Priestley, estudió la naturaleza del oxígeno, su papel en la combustión y la respiración y acabó por darle su nombre.

Las observaciones de Priestley iban a cambiar toda la química moderna.

"Aunque se equivocó en cosas, otros se dieron cuenta rápidamente de lo que suponían esos descubrimientos", explicó John Emsley. "El oxígeno es la base de muchas industrias, y sin el oxígeno la vida moderna no sería como la conocemos".

"Agua impregnada con aire fijo"

Pero Priestley también es recordado por otro descubrimiento, quizás menos trascendental para la vida, pero muy presente hoy en día: las burbujitas que alegran tantas bebidas.

En Leeds, Priestley vivía cerca de una cervecera, "y estaba fascinado por el proceso de fermentación. Veía las burbujas que se forman de forma natural en las cervezas y se preguntaba cómo podrían fabricarse de manera artificial", explicó Lizzie Rogers, conservadora de Bowood House al programa de la BBC "Bargain Hunt".

Empezó entonces a experimentar.

Puso primero un cuenco con agua sobre una tina donde se estaba fermentando cerveza y observó cómo el dióxido de carbono liberado en la fermentación burbujeaba hacia arriba y se disolvía en el agua.

Luego fue más allá. "Mezcló una tiza con un ácido en una vejiga de cerdo y utilizó un tubo para que atravesara el agua, y con esto logró carbonatarla", explicó Rogers.

La mezcla de ácido sulfúrico con tiza o carbonato cálcico generaba dióxido de carbono, que luego dirigía hacia un recipiente con agua, que agitaba para facilitar la absorción del gas.

Grabado que muestra el proceso que utilizó Priestley para carbonatar el agua.

SSPL/Getty Images
Priestley recogió en este grabado el proceso para carbonatar el agua.

El agua que trataba de esta forma se volvía efervescente, y tenía un sabor ácido y refrescante. En otra muestra de su falta de visión comercial, él lo llamó "agua impregnada con aire fijo", que es como se conocía en aquel momento al dióxido de carbono.

Priestley publicó en 1772 su descubrimiento, por el que ganó una medalla de la Royal Society. Rápidamente se tradujo al francés y cruzó el canal de la Mancha hasta la Europa continental, donde captó la atención de un joven relojero alemán que trabajaba en Ginebra: Johann Jacob Schweppe.

Con más picardía empresarial que Priestley, el relojero alemán pasó una década tratando de industrializar el proceso de carbonatación, y fundó la empresa Schweppes en 1783 para producir agua carbonatada comercialmente.

Priestley nunca patentó su invento. Su motivación fue científica y humanitaria, pensaba que el agua carbonatada podía tener propiedades medicinales y quiso compartirlo como un bien público.

*Con información de Sophie Parker y Kelly Morgan, de BBC News, y los programas Bargain Hunt, de BBC One, y Experiments that changed the world, de BBC Sounds.

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