En primer plano está la espalda de Edgar Medrano, delantero de FAS, en cuya camiseta se lee su apellido y el número 13. De fondo, en la cancha de fútbol, se ve otro jugador vestido de amarillo desenfocado.

Roberto Valencia
Proscrito en la sociedad salvadoreña por su relación con la Mara Salvatrucha, el 13 comienza a dejarse ver en contextos sin estigma, como en la espalda de Edgar Medrano, uno de los delanteros del Club Deportivo FAS.

El delantero colombiano Edgar Medrano tiene 31 años y tres hijos. Los tres nacieron un día 13: el mayor, un 13 de octubre; la del medio, un 13 de noviembre; y el más chamaco, un 13 de junio. "Me gusta el número por esa gran casualidad", me dice.

Desde que lo presentaron en enero de 2025, Medrano es el 13 de Club Deportivo FAS, uno de los históricos del fútbol de El Salvador, el otrora país de las maras. Y es por esto último que su "gran casualidad" adquiere interés informativo.

El 13 que Medrano luce hoy en la espalda habría sido imposible de llevar hace apenas cuatro años, cuando la Mara Salvatrucha (MS-13) imponía tal terror que todos los equipos salvadoreños, de todas las categorías, dejaron de utilizarlo.

Lo mismo ocurrió con el 18 por el Barrio 18, la pandilla archienemiga de la MS-13 desde la década de los 90.

Importadas en ese tiempo desde el área de Los Ángeles (California, Estados Unidos), ambas estructuras criminales prosperaron como en ningún otro país en la sociedad salvadoreña descompuesta tras la guerra civil (1980-1992). Y durante décadas mataron, extorsionaron y dominaron territorios, extendiéndose también por la región.

Pero ahora faltan unos 20 minutos para las 7 de la tarde-noche del sábado 11 de octubre, y el 13 de FAS está a punto de saltar a la cancha del Estadio Óscar Alberto Quiteño, el Quiteño, donde los locales enfrentarán a Municipal Limeño.

Equipo al completo de FAS posa para la foto con niños antes del partido del sábado 11 de octubre en el Estadio Óscar Alberto Quiteño, el Quiteño, donde los locales enfrentarán a Municipal Limeño, en Santa Ana, El Salvador.

Roberto Valencia
Los jugadores de FAS posan con sus hijos y niños de categorías inferiores antes de su partido contra Municipal Limeño. Es uno de los tres equipos de Primera División que han comenzado a usar los dorsales 13 o 18.

El 13 de FAS se ha adelantado al resto del plantel y bromea en el túnel con el niño que en nada lo sacará de la mano a la cancha.

"Cuando yo me vine de Colombia, desconocía que el 13 y el 18 no se podían usar, pero este país ya ha cambiado, ahora es seguro, y por eso me animé a pedirlo; y gracias a Dios no he tenido ningún problema", me dice Medrano.

Vino a El Salvador a ganarse la vida como futbolista en 2019, pasó por distintos equipos de Segunda y de Primera, pero nunca había podido honrar con el 13 a sus tres hijos. El año pasado, en el Club Deportivo Águila, su dorsal era el 20.

No 13, no 18

Hasta hace un trienio, el 13 y el 18 eran números malditos en El Salvador por su conexión inmediata con las referidas estructuras criminales. En los estadios, al igual que en las calles y colonias, llevar esos dorsales podía interpretarse como una provocación.

Por ello, durante casi una década desaparecieron por completo de las alineaciones, de los vestuarios. Los jugadores no los pedían. Los directivos no los asignaban.

Pero en el tema de la seguridad El Salvador se ha metamorfoseado, y el fútbol, espejo inevitable de la sociedad, empieza a reflejarlo.

Cuando el país implementó el polémico régimen de excepción en marzo de 2022 como eje de la política de seguridad del gobierno del presidente Nayib Bukele y su combate a las pandillas, se estaba disputando el torneo Clausura de Primera División, y ningún equipo tenía asignados esos dorsales.

Hoy, tres clubes —además del FAS, el Fuerte San Francisco y CD Hércules— los están utilizando.

En un país que llegó a tener la tasa de homicidios más alta del mundo —106 por cada 100.000 habitantes en 2015— y que hoy presume de una tasa inferior a 2, la paulatina reaparición de estos números no es una anécdota deportiva: es un termómetro de la confianza colectiva.

Policía en primer plano, de espaldas, frente a una pancarta con una figura del fútbol salvadoreño, el Mágico González, y el año 1947, el sábado 11 de octubre de 2025 en el Estadio Óscar Alberto Quiteño, el Quiteño, donde los locales del FAS se enfrentarán a Municipal Limeño, en Santa Ana, El Salvador.

Roberto Valencia
El FAS no se olvida de Jorge "Mágico" González, el gran jugador salvadoreño que dejó huella en el Cádiz FC, de España.

"Si usabas el 13, a la otra pandilla no le gustaba; si usabas el 18, lo mismo; y podía haber conflicto, bien con el jugador o con el club", me dijo Paúl Guzmán, presidente del Fuerte San Francisco, el único club que en la actualidad tiene asignados los dos números.

Cristian Belucci tampoco es salvadoreño. Es un defensor argentino, nacido en La Plata hace 29 años. Llegó al Fuerte San Francisco en junio de 2025 sin cargar el peso de la historia local.

Salvo en la Primera División –me explicará Belucci cuando hablemos en un par de días–, en Argentina los dorsales tienen lógica posicional y se asignan para cada partido. El defensa central con la confianza del entrenador será el 2, por lo que lo más probable es que lo usen distintos jugadores en una misma temporada. Es un idioma futbolístico diferente.

Así que cuando a Belucci, forjado en ese lenguaje, le pidieron elegir un número y optó por el 18, también lo hizo por una razón sentimental, como Medrano al escoger el 13 de FAS: es la fecha del cumpleaños de su padre.

"La verdad, no sabía que no se podían usar el 13 y el 18", me contará sin dramatismos.

¿Ha tenido algún inconveniente, algún grito despectivo por ser el 18 del Fuerte? No. Ninguno. Vive en San Miguel, se mueve por la ciudad sin temor, y su familia está contenta con el país. "El Salvador está muy bien ahora, y es momento de pasar página", remachará.

Y con el número 13…

"…Nelson Bonilla con el 9 y complementa Edgar Medrano con el número 13. Edgar Medrano con el número 13. Es el once inicial que manda el técnico principal de…", se escucha por la megafonía.

El Quiteño aplaude. No hay silencios ni tensiones. Solo normalidad.

El choque arrancó hace unos minutos, y el 13 de FAS se mueve por el sector derecho del ataque. Seremos unos 2.500 en el estadio, pero el público está metido en el partido, con cánticos sonoros de "¡FAS, tú puedes!" desde las gradas.

"Antes que Medrano, el último en usar el 13 fue Moscoso", me ha dicho hace un rato Jaime Alfaro, un señor de 79 años a quien aquí todos conocen como Payino, que ha entregado media vida al club y hace las veces de delegado de campo.

"Después de Moscoso nadie se atrevió, pero ahora ya no hay temor, y ojalá siga así, por el bien del fútbol y del pueblo", zanjó Alfaro.

Moscoso es Juan Carlos Moscoso, canterano y uno de los emblemas del FAS que dominó el fútbol salvadoreño en la primera década del siglo XXI. Los fasistas más veteranos aún recuerdan su gol en el 3-2 de la final del torneo de Apertura 2009.

Edgar Medrano, delantero de FAS, pegando una patada al balón, de espaldas, de modo que se puede ver el 13 en su espalda, junto a su apellido, el sábado 11 de octubre de 2025 en el Estadio Óscar Alberto Quiteño, el Quiteño, donde los locales del FAS se enfrentaron a Municipal Limeño, en Santa Ana, El Salvador.

Roberto Valencia
La MS-13 y la 18 están prácticamente desarticuladas y los indicadores de seguridad en mínimos históricos; sin embargo, el uso de los dorsales 13 y 18 sigue siendo restringido, incluso en la élite del fútbol.

"El 13 siempre fue mi número porque debuté en Segunda con ese dorsal, en 1999, y cuando en 2005 Neto Góchez se fue del FAS y quedó libre el 13, yo lo pedí; eran otros tiempos", me contó.

Moscoso fue el 13 del FAS una década entera, pero en 2015 fichó por el equipo de la Universidad de El Salvador.

"En la UES usé el 21 porque no quisieron asignar ni el 13 ni el 18", recordó. Para entonces, las maras ya no eran nomás un problema de seguridad pública; se habían convertido en un asunto de seguridad nacional.

"La época dura de las pandillas", la ha llamado Payino, el delegado de campo.

FAS acaba de anotar el primer gol, al minuto 43, gracias a un derechazo del zaguero José Guevara desde fuera del área que el portero se ha tragado. El 13 de FAS no ha participado en la jugada, pero ahí está, celebrando el triunfo momentáneo abrazado a sus compañeros.

Los recogepelotas (boleros, les dicen en El Salvador), niños que juegan en categorías inferiores, también lo han celebrado.

"Antes nadie usaba ni el 13 ni el 18… porque no, y no había discusión. Así era", me ha contado uno de ellos, Gerson Portales, quien con 16 años juega en la Sub-17 del FAS y creció en una colonia sometida por las maras, la América, donde sigue viviendo.

"Uno ya sabía, ni lo preguntaba. Agarraba los números como prefiriera, siempre y cuando no fueran esos dos", confirma Óscar Menéndez, mediocampista de 16 años, quien vive en la colonia Río Zarco, por décadas feudo de la MS-13 en la zona norte de la ciudad de Santa Ana.

Ni "el Loco" Abreu

El abandono de estos números fue un proceso que afectó primero a los equipos de las colonias y al fútbol regional.

Para 2011 la renuncia a los dorsales 13 y 18 era ya norma en la Tercera División y mayoría aplastante en Segunda.

Pero la situación adquirió relevancia internacional en julio de 2016, cuando Sebastián "el Loco" Abreu llegó con 39 años a El Salvador para jugar con el Santa Tecla en Primera División.

Apasionado del 13 desde el inicio de su carrera —amor del que hacía gala—, el uruguayo quiso usarlo y hasta fue presentado con esa camisola. Era su número.

Sin embargo, el Torneo Apertura 2016 lo ganaría con el 22. Por su seguridad, le dijeron.

Una década después, la historia se está revirtiendo poco a poco.

Fue Alex "el Cacho" Larín, de 33 años y seleccionado nacional, el primero en atreverse a llevar el 13 en la espalda en Primera División.

"Para mí el 13 siempre fue un número de suerte, desde que me lo dieron en la Selecta Sub-20 y me fue bien", me dijo.

Cuatro boleros o recogepelotas posan para la foto, con dorsales verdes. En el centro, Gerson Portales y Óscar Menéndez. El sábado 11 de octubre de 2025 en el Estadio Óscar Alberto Quiteño, el Quiteño, donde los locales del FAS se enfrentaron a Municipal Limeño, en Santa Ana, El Salvador.

Roberto Valencia
Muchos jóvenes recogepelotas del FAS crecieron bajo el dominio de las maras en colonias cercanas, y hoy presencian la normalización del fútbol. Desde la izquierda, el segundo y el tercero son Óscar Menéndez y Gerson Portales.

Cuando con 20 años jugó para FAS no lo pudo usar, porque aún era de Moscoso. "En estos temas hay que respetar a los mayores, el estatus", me dijo.

Lo pudo lucir por fin en 2023, como jugador del Alianza FC en el Torneo Clausura. Estaba de regreso en El Salvador, tras una exitosa carrera que lo había llevado a México, Costa Rica y Guatemala.

Y su gesto fue más simbólico de lo que él imaginaba. Hasta el presidente Nayib Bukele lo mencionó.

Desde entonces, Larín ha pasado por el Águila y en junio de este año fue presentado como el fichaje estelar del CD Hércules. En todos los clubes ha elegido el 13.

"Yo invito al resto de jugadores a que, si les gusta el número y les viene bien, que lo busquen. Ahora, gracias a Dios, el país está superseguro", me dijo.

Su paso de alguna manera rompió el hielo, y los números 13 y 18 empezaron a asomar en los principales estadios de El Salvador.

Satisfacción y prudencia en las gradas

Luis Mario Moreno, de 64 años y vecino del barrio San Antonio, es un hincha de FAS de toda la vida y habitual de las graderías.

"Todo ha cambiado: hoy salimos del Quiteño sin miedo, incluso cuando jugamos de noche, como ahora. Antes generalmente los partidos eran de día, porque algunas de las colonias de alrededor son muy peligrosas", me dice.

Él no la menciona pero, en efecto, al costado suroriente del estadio está la comunidad Emanuel, que por años fue un bastión casi inexpugnable de la MS-13 en Santa Ana.

Hoy es una comunidad más. "Realmente se ha calmado el problema", dice Moreno.

Le pregunto por qué entonces hay nueve clubes de Primera División que aún se resisten a asignar los dorsales "malditos".

"Todavía está muy reciente", dice sobre un tiempo en el que la MS-13 y el Barrio 18 se repartían el control de gran parte del territorio salvadoreño. "Ponernos la camisola del equipo con el 13 o el 18 todavía nos trae miedo a los aficionados", reconoce.

Y es que la presencia en otros tiempos de pandilleros activos en barras bravas de los equipos es un hecho.

Salvador Alberto Jovel, un santaneco de la clica (célula) Western Locos de la MS-13 al que entrevisté en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) en 2023 para otra crónica para BBC Mundo, resultó ser un acérrimo aficionado al FAS y habitual del Quiteño.

Varios jugadores de FAS de espaldas, con el delantero Edgar Medrano en el centro, con el número 13 junto a su apellido, el sábado 11 de octubre de 2025 en el Estadio Óscar Alberto Quiteño, el Quiteño, donde los locales del FAS se enfrentaron a Municipal Limeño, en Santa Ana, El Salvador.

Roberto Valencia
El 13 de FAS, Edgar Medrano, es uno de los cuatro jugadores que se han atrevido en el torneo Clausura 2025 a usar un número considerado tabú.

Ante ello, Moreno dice que el reparo a usar camisetas con el 13 o el 18 eventualmente desaparecerá. "Pero quizá tengan que pasar otro par de años", especula.

Sus palabras tienen algo de diagnóstico social, aunque no sean las de un profesional. Son las de alguien que mide la seguridad desde la vida cotidiana.

Luis Ramírez es otro fasista de cuna y está viendo el partido junto a su pareja. Oriundo del cantón Cutumay Camones, hoy vive en Orlando (Florida, Estados Unidos) pero trata de asistir al Quiteño cada vez que viaja a El Salvador.

Este hombre de 51 años cuenta otra anécdota que ilustra el impacto brutal de las maras en el fútbol y en la sociedad.

FAS ganó su torneo 17 en el Apertura 2009 y dio paso a una sequía de títulos que se prolongó hasta el Clausura 2021; más de 11 años hasta que se logró el 18.

—Y ellos le decían la 17+1, por no pronunciar el 18.

—¿Ellos? ¿Quiénes ellos?

—Aficionados, directivos, hasta la Turba Roja (la barra brava de FAS)… ¡Todos decíamos la 17+1! Hasta se empezó a decir que la MS-13 había dicho que no se podía ganar la 18, por ser el número de la otra pandilla.

Mientras me cuenta esto, al FAS le han pitado un penalti en contra. Pausamos la plática para verlo.

"No pudo hacer nada el portero", se lamenta Ramírez cuando el disparo bien colocado del delantero —el también colombiano Erik Correa— engaña por completo al portero fasista.

"El problema de la seguridad Bukele lo ha resuelto, eso hay que reconocerlo", me dice Ramírez.

Expertos y analistas concuerdan que, con sus controvertidas políticas de seguridad, el gobierno de Bukele logró prácticamente desarticular las pandillas.

Pero sus críticos, así como organizaciones nacionales e internacionales, lo acusan de hacerlo a costa de convertir a El Salvador en uno de los países con la tasa de encarcelamiento más alta y enviando a cientos a prisión tras juicios masivos y sin respetar el debido proceso.

Más de 85.000 personas —aproximadamente el 1,4 % de la población de El Salvador—, han sido arrestadas en los tres años desde que Bukele declaró el estado de emergencia.

Investigaciones periodísticas también apuntan a que el gobierno del presidente Bukele, antes de desatar la guerra contra las maras, habría mantenido negociaciones y acuerdos con la MS-13 y el Barrio 18, algo que el mandatario niega.

Responde Yamil Bukele

"Nos alegra que los estigmas relacionados con capítulos de nuestra historia poco a poco se van rompiendo y erradicando", dice Yamil Bukele, presidente del Instituto Salvadoreño de los Deportes (INDES) y hermano del presidente Nayib Bukele.

Al señalarle que nueve de los 12 equipos de fútbol siguen jugando sin el 13 y el 18, se muestra esperanzado de que la situación "se irá normalizando".

"Hay distintas realidades y diferentes formas en cómo se vivió toda esa etapa oscura de nuestra historia y confiamos en que, más temprano que tarde, esos detalles ya no serán tema de conversación".

Otro de los jugadores de Primera División que está rompiendo el tabú de los números proscritos es Eduardo Luna, el 13 del equipo Fuerte San Francisco.

"Es un muchacho de San Francisco Gotera, que creció en una colonia problemática, con presencia de la MS-13", cuentó el presidente del club, Paúl Guzmán.

"Y mira qué valentía la de este joven, que nunca estuvo involucrado (en las pandillas), siempre quiso destacar como futbolista, lo logró, y cuando subió de la reserva y nos pidió el número 13, nosotros se lo cedimos con mucho gusto", explicó.

Guzmán llama a otros equipos a que también vuelvan a tener el 13 y el 18 en sus camisetas. "Al final, son números. El pasado es pasado", zanjó.

El reloj del Estadio Óscar Alberto Quiteño, el Quiteño, donde el sábado 11 de octubre de 2025 los locales del FAS se enfrentaron a Municipal Limeño, en Santa Ana, El Salvador.

Roberto Valencia
Con más de seis décadas de historia, el Estadio Quiteño de Santa Ana ha sido testigo este año del regreso del dorsal 13 al FAS, número que dejó de usarse en la década pasada.

Acá, en el Quiteño, se cumple el minuto 50 de la segunda parte, esto sigue 1-1, y FAS está volcado al ataque.

Christopher Ortiz, uno de los jóvenes que ha entrado en el 83 para refrescar la ofensiva chuta desde 40 metros; lo hace mal, un defensor desvía la pelota, pero le cae fuera del área a Roberto Melgar, que también entró en la segunda mitad.

Melgar se va hacia la portería, logra una aparatosa pero efectiva pared con el 13 de FAS, con Medrano, que a duras penas alcanza a devolver la pelota desde el suelo. Le cae a Melgar y define de potente disparo con la zurda. Gol. Es el minuto 96. El estadio explota. "¡FAS, tú puedes!".

Con esta victoria el FAS se consolida en la parte alta de la tabla, acechando el liderato.

Pero más allá de lo coyuntural que es este partido, este torneo y esta temporada, lo verdaderamente relevante quizá sea que —al fin— puedan escribirse crónicas que narren que la asistencia del gol de la victoria la haya brindado un tal Medrano, el 13 de FAS.

El Salvador es hoy un país que empieza, por fin, a reconciliarse con sus propios números.

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