La periodista Raquel Villaécija (Madrid, 1981) acaba de publicar el libro ‘La Vergüenza. Crónica del juicio del caso Pelicot’ (Penguin Random House), un juicio que hace un año estremeció al mundo. El monstruo de Mazan, como se refiere a él la autora, drogó durante una década a su mujer para dejarla inconsciente y violarla junto a otros hombres. Un año después de ese macrojuicio en el que juzgaron a 50 personas, Villaécija firma un libro donde cuenta lo que no incluyó en sus crónicas y gran parte de lo que vivió.

De un juicio sobre un caso tan sórdido que se ha cubierto durante casi cuatro meses no se puede salir indemne. La periodista que en ese momento trabajaba para el diario español ‘El Mundo’ nos confiesa que una parte de ella todavía está en ese juicio que se abrió en septiembre de 2024, que empezó cubriendo con camisetas de verano y terminó con abrigo en diciembre de ese año.

“Ha sido como un exorcismo”, nos explica sobre el proceso de escritura del libro Raquel Villaécija, que en la actualidad trabaja desde Francia para ‘El País’ y para esta casa, Radio Francia Internacional.

“Lo que vivimos los tres meses y pico que duró el juicio fue muy intenso y, de alguna manera, cuando acabó el proceso nos quedamos un poco vacíos”, nos cuenta la periodista que acudió al proceso con la idea de quedarse sólo unos días, pero que quedó atrapada por la historia. “Para mí era muy importante entender por qué esos hombres habían acabado haciendo lo que hicieron”, afirma.

3.800 imágenes y vídeos de las violaciones

En septiembre de 2024, el mundo descubrió horrorizado el caso Pelicot. Un septuagenario que fue detenido por grabar bajo las faldas de unas mujeres en un supermercado, pero la policía descubrió lo impensable. Al registrar su casa encontraron 3.800 imágenes y videos filmados entre 2011 y 2020. Pelicot reconoció que drogaba a su mujer con Lorazepam para sedarla, luego invitaba a hombres que contactaba por internet en la web coco.fr, hoy clausurada, para violarla junto a él.

Se calcula que la violaron 200 veces. La policía logró identificar, gracias a las grabaciones a 51 hombres, que fueron juzgados en Aviñón (sur de Francia). Sólo uno no acudió al juicio porque se fugó antes de ser detenido.

El libro de Villaécija no está organizado de forma cronológica, sino más bien por temáticas, lo que permite contar aspectos que no pudo contar en sus crónicas y, sobre todo, contarlo en primera persona, “eliminando la barrera de la tercera persona que utilizas cuando trabajas en prensa”, afirma.

De esta manera descubrimos aspectos y dimensiones de un macro juicio que supuso un antes y un después por muchas razones. Una, tal vez, la más importante, es que el proceso fue público, por el expreso deseo de la víctima, Gisèle Pelicot, quien quería que “la vergüenza cambiara de bando”, que se trasladara al violador y no se quedara en la víctima.

Eso supuso que los periodistas, entre ellos Raquel Villaécija, pudieran visionar los videos sórdidos en los que se veía cómo los hombres violaban a Gisèle, completamente sedada. Unas pruebas irrefutables de las violaciones. Para la periodista, lo más duro, fue ver cómo lo acusados negaban la evidencia.

“El visionado de los vídeos era un momento duro, pero para mí era mucho más duro escuchar a esos hombres después del visionado negar lo que acabábamos de ver todos, que era una violación”, dice y reconoce que escuchar las declaraciones de los familiares de los acusados, “familias rotas”, también fue duro.

“Había muchos que le pedían disculpas (a Gisèle), que se dirigían a ella y le decían que sentían mucho el sufrimiento que ellos habían podido causarles, pero no reconocían la intencionalidad de haberla violado (…) ella solo miraba a los que reconocían el delito”, nos cuenta.

Sobre las excusas rocambolescas que daban los violadores en el juicio para justificar sus violaciones a Gisèle y no haber salido corriendo a denunciar a la policía, Villaécija hizo toda una tipología a la que dedica un capítulo en el libro como la “violación física pero no cerebral”, otros hablan de “una violación involuntaria”.

Este juicio impulsó cambios en el Código penal francés.

Este juicio de Mazan fue muy importante para volver a estudiar conceptos que parecen fáciles y sencillos, como el dar el consentimiento para tener una relación sexual, pero que muchos lo interpretan como quieren. Y en este caso era flagrante, puesto que la víctima estaba sedada, drogada, imposible dar su consentimiento. La mayoría de los violadores afirmaron que no la estaban violando porque “tenían el consentimiento del marido”.

Este caso impulsó la modificación del Código Penal francés que introdujo el consentimiento y redefinió que la violación o agresión sexual es cualquier acto sexual sin consentimiento, ampliando así la definición que anteriormente exigía “violencia, coacción, amenaza o sorpresa”.

En Aviñón se creó una especie de microcosmos, una burbuja, en la que, en el bar de al lado del Tribunal, la periodista podía estar tomando algo con otro compañero de profesión y dos mesas más allá estaban instalados algunos acusados, o los abogados, o con la misma Gisèle o la abogada de su marido y principal acusado.

“Fueron muchos días, muchas semanas y meses compartiendo espacios no sólo dentro, sino también fuera del tribunal”, afirma. “Al final ese viaje que hicimos cada uno en el papel que nos había tocado, lo hicimos juntos, y tenías que empatizar para encontrar respuestas”, explica.

Un viaje muy transformador

Un viaje que fue transformador para muchos de los que, de una manera u otra, vivieron esos días, un proceso que ilustra muy bien las conversaciones que tuvo con un camarero de un bar que aparece en el libro en varias ocasiones. “Hicimos un poco un viaje a la inversa que es bonita, él empezó en posición de hombre defendiendo a los acusados y acabó al final echándoles del bar e intentando entendernos a nosotras (…) yo hice un viaje parecido, intenté meterme en la cabeza de esos hombres”, analiza.

Después de tantos meses escribiendo sobre el monstruo de Mazan y los demás violadores “de forma obsesiva”, una parte de Raquel Villaécija sigue en el Tribunal de Aviñón, donde intentó buscar respuestas a por qué Dominique Pelicot drogaba a su mujer, con la que llevaba 50 años, con Lorazepam, la violaba y la ofrecía a otros hombres. “Unos hombres corrientes”, que “no normales”, como explica en el libro, muchos disfuncionales por haber sufrido abusos en la infancia o tener adicciones varias. También intentó entender por qué ni uno sólo salió de esa habitación para denunciar ante la policía el caso. Muchas de las repuesta que obtuvo “no fueron satisfactorias”. “Estoy todavía valorando los daños colaterales”, concluye.

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