Por años, el Seguro Nacional de Salud (SENASA) ha sido presentado como uno de los grandes logros de la política social dominicana. Un modelo que prometía equidad, acceso y protección para millones de ciudadanos y ciudadanas. Pero detrás de esa promesa, hoy se revela una realidad inquietante: el sistema está al borde de la insostenibilidad financiera, sostiene con datos el articulista Pedro Ramírez Slaibe.

Especialista en medicina familiar y en gerencia de servicios de salud, Ramírez Slaibe resalta que en 2024, SENASA cerró con una pérdida neta superior a los dos mil millones de pesos. “Su siniestralidad superó el 100% y el índice combinado alcanzó el 114%. En términos simples, por cada 100 pesos que ingresaron, se gastaron 114. No hay modelo financiero que resista esa lógica por mucho tiempo”.

La situación se agrava cuando, de acuerdo con la investigación del articulista, se observa la composición de su cartera: el 77% de los afiliados pertenecen al Régimen Subsidiado, una población con alta carga de enfermedades crónicas y necesidades médicas complejas. La cápita asignada —RD$333.42— está muy por debajo de la prima técnica necesaria, que debería superar los RD$460. Mientras tanto, el Régimen Contributivo, con apenas 1.76 millones de afiliados, no logra compensar el déficit.

Pero el problema no es solo financiero, indica. El Catálogo de Prestaciones (PDSS) ha crecido sin evaluación técnica ni criterios de costo-efectividad. Se han incorporado terapias de altísimo costo por presión social o judicial, mientras se mantienen prestaciones de dudosa utilidad. El resultado: una siniestralidad creciente, pagos atrasados y reservas técnicas duplicadas.

La red de prestadores tampoco ayuda, indica el autor. El primer nivel de atención carece de resolutividad, lo que multiplica derivaciones y estudios innecesarios. Los hospitales privados facturan bajo esquemas fee-for-service, sin techos ni contratos que compartan riesgos. SENASA, como pagador pasivo, termina pagando lo que cada proveedor decide cobrar.

A esto se suma un contexto económico adverso: más del 50% de la población laboral está en la informalidad, lo que limita el crecimiento del Régimen Contributivo. La inflación médica, impulsada por insumos importados y tecnologías dolarizadas, crece a ritmos muy superiores al IPC general. Pretender que una cápita estática cubra esta dinámica es negar la realidad.

La solución no está en discursos ni en rescates fiscales ocasionales. Requiere reformas profundas y técnicas: indexar la cápita a la inflación médica, rediseñar el PDSS con criterios de valor en salud, transformar la contratación con prestadores, fortalecer el primer nivel de atención y blindar a SENASA con un fondo catastrófico nacional. Pero sobre todo, reformar su gobernanza interna para que las decisiones técnicas no dependen de coyunturas políticas.

“SENASA es demasiado grande para fallar, pero también demasiado importante para seguir funcionando con parches. Si no se corrige hoy, mañana no se hablará de déficits contables, sino de la fractura de un pacto social que prometió salud para todos y que podría dejar desprotegidos a los más vulnerables”, concluye el autor Ramírez Slaibe.

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