El oficio de escribir, por sus riesgos, desafíos, incertidumbres y profundas dubitaciones implicadas en su quehacer, es bastante sinuoso, engorroso y complejo.
Muy a pesar de eso, Vargas Llosa lo asumiría con responsabilidad, valentía, vocación y admirable imaginación creadora.
Justamente por eso, fue consciente de que el proceso escritural encarna, si se quiere, la personalidad identitaria del autor.
Tal vez por eso, expresaría con argumentos poco más que convincentes que:
“El proceso de escritura es algo en lo que interviene toda la personalidad del autor, que sólo escribe con sus ideas, sino también con sus instintos, con su intuición. El lado oscuro de la personalidad también juega un papel muy importante en el proceso de escritura de un libro. El factor racional es algo de lo que el escritor no es totalmente consciente”.
Por tal motivo, quizás, no tendría conocimiento pleno y racional de la esencialidad de sus obras, sobre la cual, al menos, ofrecería un concepto puramente subjetivo.
Siempre habría de ser así y no de otro modo, tal vez porque el impulso vital del “Yo” del escritor lo arrastraría hacia el desasosiego angustioso del tortuoso proceso escritural.
Vargas Llosa, al parecer, no quedó atrapado en ese proceso, debido a que, en cierta medida, pudo sobreponerse al mismo y lo enriqueció con su vasta imaginación creadoras y viajes realizados a distintos países.
Entre los cuales cabría mencionar los siguientes:
Londres, Francia, Cuba, Brasil, España, Israel, Iraq, Estados Unidos, Nicaragua, África, Rusia, Japón Alemania, Puerto Rico, Bolivia, Grecia y República Dominicana, entre otros tantos países.
Diríase, no sin motivos valederos, que Vargas Llosa conocería hábitos, costumbres y la idiosincrasia de esos y otros países.
El reconocido filósofo español George Santayana en su interesante ensayo “Filosofía del viaje”, deja entrever que todo viaje, sea breve o prolongado, proporciona experiencias diversas a quien lo realiza.
Y no podría ser de otra manera, en tanto cuanto el viaje significa aperturación hacia lo desconocido ante la mirada de asombrada del viajero.
Los viajes, ciertamente, pluralizaron, por decirlo de algún modo, las vivencias, experiencias y percepciones de Vargas Llosa.
Ellos, más que poco, ensancharían su horizonte cultural y, a vez, le permitirían interpretar la cultura de manera seductora, novedosa y, de algún modo, quizás, irrebatible. Por eso, probablemente, habría dicho, sin el menor asomo de duda, que:
“La cultura puede ser experimento y reflexión, pensamiento y sueño, pasión y poesía y una revisión crítica constante y profunda de todas las certidumbres, convicciones, teorías y creencias. Pero ella no puede apartarse de la vida real, de la vida verdadera, de la vida vivida, que no es nunca la de los lugares comunes, la del artificio, el sofisma y el juego, sin riesgo de desintegrarse (…).”
Tan significativo concepto sobre la cultura es, a todas luces, sensato y variado, no solo por gozar de originalidad, sino en tanto comprende elementos y aspectos muy disímiles entre sí.
Esa rica y variada totalidad de sentido de la cultura, así como sus habilidades técnicas, sólidos conocimientos y gran imaginación creadora, hicieron posible, no sin denodados esfuerzos, que Vargas Llosa ofreciera al público obras de importancia sin igual.
Como, por ejemplo, La tía Julia y escribidor, El hablador, La mirada quieta, Elogio de la madrasta, Pantaleón y las visitadoras, La Fiesta de Chivo, El Paraíso en la otra esquina, El héroe discreto, La casa verde, Historia de Mayta, La guerra del fin del mundo y Conversación en la Catedral, entre otras.
Sin duda alguna, la obra maestra de Mario Vargas Llosa es “Conversación en la Catedral”. Así lo deja entrever, claramente, con palabras precisas, directas y concisas:
“ En esta novela quise mostrar los efectos que tuvo en toda la sociedad peruana, de la base popular a la cúspide, esa dictadura que prohibió la política, impuso una férrea censura a la prensa, lleno las cárceles de presos políticos e introdujo una corrupción hasta entonces insólita en el Perú. El libro tuvo pocos lectores al principio, pues se consideraba largo y difícil. Sin embargo, en este medio siglo ha ido ganando lectores en todo el mundo. Yo me alegro mucho porque es la novela que más trabajo me costó escribir y con la que me quedaría si tuviera que elegir una sola entre las que he escrito”.
En verdad, “Conversación en la Catedral” es la mejor novela de Vargas Llosa, no solo desde el punto de vista estructural y metafórico, sino por la historicidad deslumbrante que atraviesa todo su contenido, elaborado a base de grandes sacrificios y el fuego ardiente de la imaginación creadora.
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