¿Qué un «Sugar daddy»?, ¿un personaje novedoso de esta postmodernidad digital o alguien que ha existido desde siempre?
Si uno es tan despistado como yo y supone que las expresiones en inglés pueden traducirse palabra por palabra, imaginaríamos varias respuestas: que se trata de un cantante de moda o de un tipo al que le encantan los caramelos, los chocolates y todo tipo de dulces; un empresario azucarero y padre de muchos hijos que negocia su producto con los fabricantes de ron o un diabético al que su prole le exige alejarse del azúcar.
Sin embargo, bastaría con echarse un clavado en googl… para saber que el mentado daddy es un hombre maduro que busca la compañía –cercana– de una linda joven.
En lugar de poner atención a la película Ese oscuro objeto del deseo, de Luis Buñuel, me enredaba en esos «profundos» y azucarados dilemas. Claro, ver a Ángela Molina y a Carole Bouquet bailar flamenco distrae a cualquiera.
¿El hombre viejo busca entonces el néctar juvenil o la muchacha ansía un poco de miel en su cuenta bancaria o cómo será? La película del aragonés es célebre por varios motivos, como la innovadora idea de poner a dos mujeres en un mismo rol protagónico y porque fue la última que filmó, pero quién se ha fijado en don Mathieu, el viudo acaudalado que se volverá loco luego de conocer a Conchita, una emigrada española que sufre por la muerte del padre y la estrechez económica en París.
Si bien la cinta es de 1977 yo la descubrí más tarde, en el prehistórico VHS que saqué de la biblioteca de la Alianza Francesa, pues en aquellos tiempos de estudiante tenía la pedante urgencia de ver documentos en dicho idioma. Luego, la sorprendí mientras practicaba otra técnica antigua: el zaping. Ahora, con un par de clics en el sitio tal… fue suficiente para que me ayudara a olvidarme del calamitoso 14 de febrero.
Por otro lado, supongo que el «papito dulzón» llega a un pacto con su amiga: él recupera algo de la emoción ya ida de la juventud y ella puede disfrutar lo mundano de la vida, ¿ropa, viajes, joyas, incluso flores y ositos de peluche? ¿Cabe preguntar por qué acepta este «amor», ¿las caricias recibidas son menos amargas si se acompañan de depósitos recurrentes?
Ahora bien, esto no sucede en el filme. A Mateo se le vuelve hiel la sugar ya que Conchita lo deja hacer, pero al momento de acercarse a lo oscuro del deseo ella aplica el freno de mano. La medida es brutalmente eficaz y hasta risible. Intentaré referir una imagen:
Ambos están a punto de dormir, después de que ella se despoja de un camisón sin chiste y se queda solo con una licra, él inicia en los senos una expedición que fracasa en el intento de ir más allá. Con enojo, advierte que el short está hecho con miles de nudos indescifrables. Para qué quieres más. Si me amas, aguántate hasta mañana, le aconseja con amable autoridad, él se duerme malhumorado y a la noche siguiente la historia será la misma.
No pretendo reseñar la cinta, ni ufanarme con reflexiones intelectualoides, ni mucho menos emitir juicios absolutos, pero la cólera de Mateo, interpretado por Fernando Rey, recorre un camino de golpes, insultos, maltratos y hasta un cubetazo de agua.
Conchita, por su parte, está lejos de la mujer convencional, las normas morales-sociales-religiosas (que Buñuel adora destrozar) la tienen sin cuidado. Ella no está interesada en tener sexo con su protector, pero eso no le impide bailar con los pechos desnudos, para el deleite de turistas asiáticos en el tablao donde trabaja. Es más, en una de las escenas más recordadas, tortura a su galán otoñal (mejor pongo gañan para evitar que se me tache de complaciente) cuando lo cita a medianoche en la casa –que él le ha comprado– y en lugar de abrirle la reja, le regala una ejecución que sería la envidia de cualquier voyerista: se pone a hacer el amor con otro hombre… mucho más joven.
En fin, ¿tendría caso volver a la pregunta inicial? ¿Hay algo nuevo bajo la luna, a la que Borges se refirió como el espejo del tiempo? ¿La película es eso, un espejo que vislumbra el deseo, que lo oculta, que lo intuye, que lo desdibuja? Supongo que lo mejor es que Buñuel se burla del antihéroe que da por hecho que el dinero es una llave maestra que todo lo abre, menos la voluntad femenina.
Compartir esta nota