Donald Trump justifica parte de su guerra tarifaria como una estrategia para solucionar  la crisis del  fentanilo. Para él, meter en cintura a Canadá, México y China, obligándolos a  controlar el tráfico del producto y pagar mayores  tarifas arancelarias, será el final del grave problema.  Pierde de vista, que la nación que gobierna es el mayor mercado de sustancias ilícitas del  planeta.

Es harto conocido que, de no disminuirse  la demanda de sustancias adictivas y  desmantelar sus engranajes de distribución y fabricación- a la par de  agresivas políticas de prevención y tratamiento-, resultará ilusorio superar la crisis de los opioides en Estados Unidos, o en cualquier otro país.

De ahí, que llama mucho  la  atención no encontrar, entre los cien  decretos inaugurales del mesiánico gobernante, ninguna medida excepcional para enfrentar los carteles que distribuyen, venden, y lavan  dinero, dentro de  los cincuenta estados de la unión.

De acuerdo con la  “United States Sentencing Commission”, 2019  al  2023, el  88.3% de los sentenciados por posesión y tráfico de fentanilo y sus análogos fueron ciudadanos legales; norteamericanos compatriotas de Trump. Por tanto, queda claro que es mentira señalar a los inmigrantes ilegales como los que mantienen y agravan la crisis del fentanilo. El problema no es solamente del vecino, sino de la propia casa.

Hace  un par de semanas, el primer ministro canadiense demostró  la drástica reducción del contrabando del fentanilo proveniente del norte. Y la presidenta mexicana  recordó que, si bien es importante controlar el contrabando, no menos importante es ocuparse de la industria de la droga enquistada al sur de su  frontera.

Es inconcebible que carteles extranjeros sean los únicos responsables de  un mercado tan extenso y billonario, ya que  necesariamente deben contar con  la complicidad de narcotraficantes, autoridades,  y del sistema financiero local.

Nuestra especie es la única propensa a introducir en su torrente sanguíneo mejunjes capaces de dislocar su cerebro. Sea para relajarnos, excitarnos, o intentar contactar con el más allá, nos gusta drogarnos. Esa propensión es exagerada  en los jóvenes estadounidenses, convirtiéndolos en usuarios de sustancias psicodélicas por excelencia.

Con anterioridad, Estados Unidos sufrió la crisis del alcohol, del cigarrillo, de la Marihuana, de la heroína, de la cocaína, del crack, y  de la metanfetamina. Mañana serán  otras substancias. El  vaivén de esas epidemias es sostenido por los consumidores, y una industria criminal que crece y prospera desde Alaska hasta la Florida.

Como cualquier producto en  demanda, el fentanilo respondió  industrializándose, y  hoy  es un  negocio billonario que opera al margen de la ley. Pero negocios y epidemias  de estupefacientes de todo tipo siempre han existido.

En la primavera de 1830, ante el alarmante y desenfrenado abuso y  comercio del opio en China, el Emperador Daoguang ordenó a Lin Hse Tsu, hombre de su confianza, que combatiera rápidamente esa plaga. Este respondió -con la conocida sabiduría de su raza- atajando la corrupción dentro del gobierno imperial y ordenando la destrucción de más de 20 000 cajas de opio.

En la misma época, Inglaterra se aprovechaba de la demanda del narcótico cultivando, produciendo,  y mercadeando  grandes cantidades. El mismo Lin Hse Tsu  se vio obligado a enviar  una carta a la Reina Victoria, donde  pedía  respeto a las reglas del comercio internacional y que cesara la comercialización del “ veneno negro”. Esa crisis del opio del siglo diecinueve se asemeja a la actual del fentanilo.

Supongamos que sucede lo imposible y Trump logra contener la entrada del químico  y desaparecerlo de las calles. Al otro día, puedo asegurar, estarán  a la venta otras sustancias similares; porque millones de consumidores las reclamaran y los carteles seguirán con el negocio.

En resumen:  pretender resolver el letal uso del fentanilo en las fronteras del norte y del sur, o expulsando inmigrantes ilegales, es tan ineficiente como quimérico. Parecido a la extravagante y repulsiva pretensión de ocultar el  genocidio de Gaza detrás de un centenar de hoteles y lujosos apartamentos.

Segundo Imbert Brugal

Médico psiquiatra

Psiquiatra, observador socio- político, opinador. Aficionado a las artes y disciplinas intrascendentes de trascendencia intelectual.

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