A diferencia de su primer mandato, esta vez las promesas se han transformado en acciones, los que leyeron y entendieron sus propuestas saben qué esperar; los demás tendrían que repasar sus planteamientos y prepararse. El presidente ha pasado de la palabra a los hechos, al menos en aquello que le han permitido, y esta coherencia, aunque celebrada por sus simpatizantes, ha puesto a temblar a más de uno en los ámbitos político y económico.
Una de sus características más notables ha sido emitir opiniones de forma informal para luego retractarse. Si esto fuese parte de una estrategia, estaríamos ante una jugada de altísimo nivel, algo sin precedentes y con un rumbo aún incierto. Pero si no es más que un impulso, las consecuencias podrían ser desastrosas.
La incertidumbre global proviene, en parte, de los drásticos cambios e indefiniciones en las políticas que ha intentado implementar la administración actual. Sus intentos por extender su influencia más allá de sus fronteras nos recuerdan a Alejandro Magno, quien buscó conquistar el mundo para influir en todas las culturas y sociedades. De manera similar, vemos a sus emisarios visitando países, siguiendo un libreto que recuerda la Operación Cóndor, pero esta vez de forma abierta y sin disimulos. Se percibe una ausencia de mesura y un deseo explícito de tener al mundo bajo su control. La mención a Groenlandia, la sugerencia de que Canadá podría ser el estado 51, o la idea de una supuesta anexión con México para formar “una América más unida” suenan más a delirios imperiales que a propuestas serias.
Sus intervenciones en redes sociales regularmente generan polémica. Recientemente, algunos especularon con la célebre imagen de él revestido como pontífice y su relación con la reciente elección del Papa. Sin embargo, diría que esto se aproxima más a un presagio irónico que a una relación directa, por lo menos eso quiero pensar.
La guerra arancelaria y la inmigración selectiva: ¿un fascismo disfrazado?
Ya se alzan voces que advierten sobre el riesgo de un fascismo moderno, basado en tres factores clave:
- Nacionalismo económico con tintes autoritarios.
Una narrativa del “nosotros contra ellos”, similar al manual de todo autócrata, donde se crea un enemigo externo como excusa para concentrar poder. Esto no solo fomenta el miedo, sino que también refuerza la polarización interna de la sociedad.
- Inmigración selectiva.
Se propone un filtro étnico, social, cultural y profesional en cada frontera. Preferir a los "perfumados" por encima de aquellos que luchan por sobrevivir refleja prácticas de exclusión, jerarquía y sumisión: rasgos centrales del fascismo histórico. Esta política de "selección" no solo divide a los inmigrantes, sino que crea un ambiente de hostilidad y discriminación.
- Erosión de los contrapesos institucionales.
Para que estas políticas prosperen, es necesario debilitar las instituciones independientes: jueces, prensa libre y organismos multilaterales. Cuestionar a aquellos que frenan expulsiones masivas o que buscan impedir abusos de poder, reproduce la clásica estrategia fascista: deslegitimar todo poder que no emane del líder, hasta reducirlo a su “mandato popular”. Este proceso socava la democracia y el Estado de derecho.
¿Imperio duradero o táctica temporal?
Estados Unidos parece contar con fuerzas internas que blindan su hegemonía. A pesar de los ajustes tácticos, surge una pregunta fundamental: ¿hasta dónde es capaz de evaluar la conveniencia de cada decisión tomada por la administración actual?
Ahí radica el dilema: su capacidad de ser flexible para no entrar en conflicto con el estatus que desea preservar a toda costa. Este estatus es una amalgama de intereses que, si es necesario, arrasa con continentes para mantenerse. Pero también es cierto que un choque entre el “emperador” y sus escuderos estratégicos podría tener consecuencias devastadoras, no solo para EE. UU., sino para el mundo. Si esto es parte de una táctica de los ejes de poder, aún desconocemos de qué trata y hacia dónde va, además de cómo intentarán reconstruir los muros que ya comienzan a mostrar grietas visibles.
Lecciones de la prudencia: el costo de los impulsos
Gobernar bajo impulsos nunca ha dado resultados a largo plazo. Es preferible actuar con juicio prudente, sereno, y tener la capacidad de comprender el contexto global, sin perder de vista los intereses nacionales. La lección de Milei en Argentina, quien olvidó por un momento que era presidente y, con un tuit, llevó a muchos a la quiebra, sigue siendo un recordatorio de que las decisiones impulsivas pueden tener efectos devastadores.
En el caso de Trump, cada palabra y cada acto ponen en juego no solo las contradicciones internas de EE. UU., sino también la estabilidad global. A veces, es preferible un silencio elocuente, en lugar de una voz que apela al impulso ilógico y la desorientación.
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